Emilia Serra: “Evitando la muerte, se cierran los ojos a la vida"
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Santoral: San Isidoro Obispo
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Universidad Católica de Valencia

Facultad de Psicología

Emilia Serra: “Evitando la muerte, se cierran los ojos a la vida"

Emilia Serra: “Evitando la muerte, se cierran los ojos a la vida"

La pandemia sanitaria ha puesto sobre el debate público la salud mental, y la Facultad de Psicología de la Universidad Católica de Valencia (UCV) está abordándola desde diferentes frentes y actuaciones. El más reciente, una jornada celebrada en el marco de los Miércoles + en la que ha participado Emilia Serra. Catedrática de Psicología Evolutiva, Serra ha presentado su última investigación, centrada en esta disciplina que domina. Su propuesta: examinar la felicidad a través del recuerdo autobiográfico.

¿Hay una sobrevaloración de la felicidad?

Los psicólogos solemos hablar de un bienestar subjetivo más que propiamente de la felicidad. La felicidad son realmente momentos en los que la experiencia subjetiva ve luces en medio de la penumbra. La vida cotidiana no va necesariamente aparejada de una felicidad constante; de hecho, la felicidad constante no existe.

Hay una sobreabundancia de libros de autoayuda, de las caritas sonrientes, de la creencia que siempre hay que estar feliz y, en cuanto no hay esa felicidad, viene la frustración.

Sobre todo, esta falsa creencia confunde a los niños y jóvenes.

Sí, que nos están emitiendo señales de que algo les preocupa y, sin embargo, no estamos lo suficientemente atentos. Ese es el primer paso: ver los socavones de qué les está pasando.

Esto se trabaja muy poco tanto en la escuela como en la familia, y no requiere aumentar la atención a las necesidades de felicidad, sino ayudarles a tener capacidad de afrontamiento ante las dificultades de la vida, ofrecerles apoyos cuando lo necesitan.

A veces es un signo que un niño deje de comer, tenga problemas con el sueño o se ponga agresivo hacia la familia; cuando un adolescente empieza a cambiar de imagen o sus calificaciones empeoran dramáticamente. Todo eso son señales a las que hay que estar atentos. También hay que hablar con ellos, tener una comunicación verdadera en momentos de serenidad. Para ello, son clave los espacios y momentos en común, buscar temas de conversación intergeneracionales y fructíferos. Tanto la calidad como la cantidad de tiempo juntos son importantes.

La pandemia ha sido como un fogonazo que ha iluminado zonas que habitualmente no se ven. ¿Qué destacaría en el ámbito de la educación?

Pues dos problemas: la prevalencia tecnológica y los planes de educación. Decir que se puede aprender igual con un maestro que con un ordenador es algo absolutamente discutible, por no decir falso. Compartir con los compañeros en el colegio, jugar, hacer deporte, incluso discutir, compararse… Todo eso es educación. Y no lo proporciona la modalidad online. Por otro lado, tenemos políticos que desconocen por completo la pedagogía, la psicología y la psicogerontología, por lo que se ha creado una brecha generacional impresionante mucho más grande de lo que era antes.

También se fomenta una educación que ha silenciado la muerte y el coronavirus ha desconcertado a muchos niños.

Sí, durante la pandemia se ha incidido exclusivamente en la prevención de la salud física y no se ha tenido en cuenta la salud psicológica. Además, ciertamente, olvidando la realidad de la muerte, evitando hablar de ella con naturalidad, se cierran los ojos a la vida.

Por otro lado, se ha hablado sobremanera de la conciliación familiar. En términos generales, ¿se plantea bien?

En general, se ha dicho que se respeten los horarios infantiles, que debemos colaborar tanto hombres como mujeres en el trabajo familiar, y se han enfocado algunas cuestiones que no se hubieran puesto de manifiesto si no hubiera estado la pandemia. Una es que los padres han tenido que atender más a sus hijos, no sólo en el sentido afectivo, sino escolar. Y nos hemos encontrado con una brecha social muy importante entre padres con niveles educativos bajos y padres con niveles educativos altos. Los primeros se han encontrado sin herramientas para ayudar a sus hijos y, además, se ha sumado otra cuestión: que son los que han tenido que seguir yendo a trabajar mientras los padres con nivel educativo alto han podido trabajar en casa. Hay que romper la imagen de que todo el mundo se quedó en casa en el confinamiento: se quedaron los que pudieron.

A eso hay que añadir el tema de la disposición familiar con respecto a nuevas tecnologías: había muchísimos hogares sin un solo ordenador o con escasez de herramientas que iban detrimento del rendimiento escolar.

Ha habido también una fatiga también a nivel familiar; la conciliación a veces es una idea un poco falsa, porque lo que ha habido es una enorme sobrecarga psicológica para los padres y madres trabajadores.

Un poco falsa y también reducida, pues se refiere sólo a la conciliación de los padres con respecto a los hijos, olvidando a sus propios padres.

Sí, como han evidenciado las residencias, de las que no se hablaba antes de la crisis de la covid. Es verdad que las residencias son necesarias, pero se abusa de ellas, pues tantas veces se deja a mayores que tienen posibilidades de tener autonomía o de contar con un apoyo. Muchas veces los hijos adultos aducen que tienen que llevar a los padres a una residencia, pero habría que buscar herramientas para que no fuera la primera opción y posibilitar también la conciliación con ellos.

Es verdad que hay personas muy frágiles, desvalidas, con un deterioro grave a nivel físico, cognitivo, y que deben ser internadas. Pero lo que está claro es que no todas las personas que están en residencias deberían estar. A su vez, el control de dónde dejamos a nuestros padres es mucho menor que el control de dónde dejamos a nuestros hijos.

Es necesario replantear la conciliación de los vínculos con las generaciones posteriores, pero también con las generaciones anteriores.

En relación a su investigación, una conclusión de la que podemos aprender todos es hay que volver a las experiencias valiosas, que son las que quedan ancladas en nuestra memoria.

Así, es. En la investigación hay una cuestión llamativa, y es que muchísima gente sitúa un recuerdo feliz en la naturaleza: un atardecer o un amanecer, subir una montaña, nadar en un río… Podemos aprender que es mejor que nuestros hijos, en vez de ir a un centro comercial, salgan a la naturaleza.

Sólo un participante de la muestra ha sido incapaz –por su concepto de felicidad- de expresar un solo acontecimiento a partir de su memoria autobiográfica. El campo de investigación sobre la felicidad, a través del recuerdo autobiográfico, aparece como muy prometedor para analizar cuestiones evolutivas y debe continuar en el futuro.

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