Salir del aparador (Antonio Praena, Las Provincias)

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Salir del aparador (Antonio Praena, Las Provincias)

Aún no se me ha quitado la cara de pasmado que se me puso al escuchar el tenso diálogo entre la periodista Marta Nebot y el escritor Javier Cercas en el canal 24 Horas. Por más que el presentador, Xabier Fortes, intentara matizar las afirmaciones de la tertuliana, esta fue a más reprochándole a Cercas que su libro sobre el Papa Francisco acababa lavando la institución católica.

Dice ella que no entiende que un ateo pueda escribir un libro así sobre una institución que tiene 2000 años, argumento que, a mi corto juicio, juega a favor del escritor. Conesa Marta que a ella, como atea, no le entra en la cabeza eso de que quien tiene fe tiene un don. Y frente a la armación de que Europa es cristianismo, Nebot rearguye señalando que a un ateo le debería interesar más bien que Europa fuera otra cosa: que siguiera avanzando el ateísmo y no ese cristianismo recauchutado por el Papa Francisco.

En ese punto Javier Cercas le pide a Marta Nebot que le aclare si lo que ella le está reprochando es esto: intentar entender. La periodista, con una pregunta que podría oler al guion de un interrogatorio, así como en plan purga ideológica, va más allá y le plantea al escritor si él pre- ere que el catolicismo crezca o no. Por más que el moderador intente reconducir la situación señalando que el libro no va de eso, Nebot abunda en su argumento: “Al ser humano le iría mejor con menos religión que con más”.

Hasta tres veces le pregunta Cercas a la columnista si ha leído el libro. Ella responde que no. Por más que el escritor le insista en su pregunta –Marta, ¿pero has leído el libro?–, queda claro que la conversación no va a conducir a ninguna conclusión.

No me interesa insistir en el episodio. Pero estas cosas ocurren. En honor a la verdad, no es la tónica dominante. O, al menos, aunque haya bastantes personas que piensen como Nebot, con la mayoría de ateos que converso, y son agnósticos o ateos la mayor parte de mis amigos, nuestras conversaciones no llegan a manifestar este nivel de aversión.

Peor es la cancelación silenciosa que en las palabras de Marta Nebot deja de ser silenciosa y se manifiesta con rabiosa explicitud. Pocas han sido las veces que me han dicho que no iban a leer el libro de un cura, pero las habido. Y varias -precisamente son los amigos ateos quienes me han trasmitido la noticia- las que se ha considerado que mi participación estaba fuera de determinada línea editorial, del carácter de algún evento o de las anidades de determinados gestores.

Una moda muy rancia de este país consiste en que para ser artista o intelectual has de ser ateo o agnóstico. Y, si eres creyente, actúa con disimulo. Porque, evidentemente, creer supone una evidente muestra de inferioridad intelectual.

Hay quienes en privado, en ese momento que, fuera ya de micrófono, sigue a una presentación o a una lectura poética, comparten contigo lo mucho que les interesa la religión, la espiritualidad, el judaísmo, los Evangelios. Sin embargo, en la vida literaria, señalan, esas cosas hay que dejarlas aparte.

No sé por qué me dio esta mañana por revisitar el fragmento de esa tertulia en 24 Horas. Quizá porque, mientras estaba escribiendo sobre la virtud de la esperanza en compañía de un ensayo de Byung-Chul Han, me ha asaltado la duda de si acaso no estará el filósofo surcoreano blanqueando a San Pablo cuando cita su Epístola a los Romanos para, entre otras cosas, recordar el ingente aval de fe que lleva dentro de sí la esperanza, toda esperanza. Porque todos creemos en algo y un efecto pernicioso de pensar que no se cree en nada consiste en dejar de poner a prueba nuestra fe y acabar confundiendo nuestra visión de la realidad con la realidad misma, que es más grande que nuestro yo.

La esperanza, según Han, no solo es un sentimiento, sino también una práctica, una forma de relación con el futuro que nos permite imaginar y construir mundos diferentes. Y eso incluye, aunque esto es un añadido mío, el Reino de los Cielos.

Todo lo cual me ha llevado a preguntarme qué sucedería si algunos intelectuales pudieran salir del aparador donde los ha recluido una cultura de la cancelación auspiciada por los intelectualmente superiores. Sin olvidar que un aparador es un mueble donde se guarda lo necesario para el servicio de la mesa. Y mi subrayado está en la palabra «servicio». La respuesta es sencilla, que no simple.

Nuestra periodista, en el fondo, tan solo ha sido ingenua y sincera al explicitar estos a prioris. Pues la eficacia de la cancelación radica, precisamente, en su silencio.

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