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Centinela de la esperanza (José Manuel Pagán, ABC)

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Centinela de la esperanza (José Manuel Pagán, ABC)

Siempre es un buen momento para preguntarse qué esperanza puede o, quizá, debe, ofrecer una universidad católica, en medio de una sociedad que camina hacia la descristianización, que vive como si Dios no existiera; donde gran parte de la juventud vive sin sentido y desesperanzada. Recordemos que el suicidio es la primera causa de muerte en jóvenes y adolescentes entre 12 y 29 años, en España. Esta pregunta, que interpela a nuestra misión -particular, como cristianos, y conjunta, como institución de la Iglesia-, hay que abordarla teniendo presente la llamada recibida a estar “siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que nos pida razón de nuestra esperanza” (1P 3, 15).

Lo primero sería mirar siempre la realidad tal como es; lo segundo, recuperar la esencia de la esperanza cristiana, que requiere de mucho valor y de nada de optimismo.

La esperanza requiere de valor para renunciar a ilusiones y falsos anhelos; para revisar y elegir bien dónde ponemos nuestra esperanza; para recordar que la promesa que hemos recibido de Dios no es el triunfo o el éxito, sino su presencia, la presencia de Dios; valor para acoger esta promesa; valor para vivir la incertidumbre de la realidad y no refugiarse en la comodidad del pasado, ni escaparse a un futuro idealizado; valor para elegir buscar el bien, antes que luchar contra el mal; valor para no esconderse del mundo, rechazando nuestra misión de ser signo en medio de esta sociedad; valor para aceptar que nuestro triunfo es la cruz; valor para amar a nuestros enemigos; valor para no elegir el victimismo como postura; para aceptar que Dios nos ha querido aquí; para reconocer la elección, la llamada a la misión, aceptando nuestras limitaciones; valor para reconocer que Dios no está en el futuro, ni está a la espera, que Él ya se ha dado, ha salido a nuestro encuentro y quiere que lo recibamos como don.

Para ello no hay que tener miedo ni sentirse desbordados por la misión, cabe recordar lo que Yahvé dijo a un joven y asustado Jeremías, cuando es elegido para una misión que le supera -algo que nos puede pasar a cualquiera-: “Antes de haberte formado yo en el vientre, te conocía; te había consagrado yo profeta; te tenía destinado a las naciones. (…) No tengas miedo, yo estoy contigo”.

El reto, personal de cada uno y como universidad católica, es discernir cómo transmitir esta esperanza que se enmarca dentro de un reto mayor, el de hacer presente a Dios en medio de esta sociedad, con mención especial a los jóvenes. Y de hacerlo, en el caso de la universidad, desde lo propio de esa condición, a través de la docencia, la investigación y la transferencia.

La universidad católica está llamada a ser un lugar de esperanza. ¿Podemos acaso ofrecer a nuestros jóvenes algo mejor que esta esperanza? ¿Podemos de verdad anhelar para ellos algo mejor que esta esperanza? ¿No la querríamos para nuestros hijos, como prioridad? ¿No es esta esperanza una evidencia de sabiduría, de esa sabiduría que nuestra universidad debe mostrarles? Una sabiduría que desborda el mero conocimiento y la simple información. Recordemos los versos del poeta T.S. Eliot: “¿Dónde quedó la vida que hemos perdido viviendo? / ¿Dónde la sabiduría que hemos perdido en el conocimiento? / ¿Dónde quedó el conocimiento que hemos perdido en la información?”.

Estamos llamados a vivir esta esperanza, una esperanza que no defrauda porque no descansa en nuestras falsas seguridades, sino en Dios; una esperanza para encarnar y ofrecer al prójimo, especialmente a los jóvenes que, como en el libro del profeta Isaías, preguntan sin decir: “centinela, ¿todavía es de noche? ¿cuánto falta para que amanezca?”. Una pregunta que se interesa por la razón de nuestra esperanza y a la que debemos dar respuesta, no con eslóganes artificiales del tipo “todo irá bien”, sino con nuestra vida, una vida proyectada a la eternidad.

Y esto, un centinela de esperanza es el filósofo y escritor Fabrice Hadjadj, un centinela que sabe mirar el ocaso que vivimos sin miedo, porque tiene una luz que le permite ver el mañana. Esto le hace acreedor también del reconocimiento de minoría creativa, a la que Benedicto XVI definía, como si estuviera pensando en el propio Profesor Hadjadj, de la siguiente manera: “personas que en el encuentro con Cristo han encontrado la perla preciosa, que da valor a toda la vida (Mt. 13, 45-46), y, precisamente por eso, logran dar contribuciones decisivas a una elaboración cultural capaz de delinear nuevos modelos de desarrollo”.

Fabrice Hadjadj es como dice el profeta Jeremías en la Escritura, como un árbol plantado junto al agua, ¡que alarga sus raíces a la corriente; que no teme la llegada del estío, su follaje siempre está verde; en año de sequía no se inquieta, ni dejará por eso de dar fruto. ¿Y cuál es la clave para ello? Poner en el Señor y sólo en Él, su esperanza.

Pues bien, este contemporáneo centinela de la esperanza, nos anuncia un proyecto que va a desarrollar en España y que ya desde su gestación nos habla de la importancia de la encarnación, como motivo de esperanza, la esperanza de saber que Él está contigo, conmigo, y que esta presencia es irrevocable, que no estamos solos. Gracias, Fabrice.

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