Girard, ese filósofo cristiano, blanco y muerto (David García-Ramos, El Debate)

Girard, ese filósofo cristiano, blanco y muerto (David García-Ramos, El Debate)

Noticia publicada el

Girard, ese filósofo cristiano, blanco y muerto (David García-Ramos, El Debate)

Es cierto, es un hombre blanco muerto, pero su obra está más viva que los enterradores culturales a los que les gustaría sepultarlo.

René Girard, Dostoievski. Del doble a la unidad.

Con estas palabras cerraba Girard hace tres décadas el postfacio de la traducción inglesa de su libro sobre Dostoievski. Hace unos días se publicó una noticia en el diario digital El confidencial con un titular capcioso y tentador. Me he resistido hasta esta mañana al clickbait, a ver qué se decía en redes —o en lo que queda de las redes que conocimos—. El titular decía: «Este filósofo francés (muerto) que no conoce casi nadie es el gran referente de la derecha de EEUU». Añadir «muerto» entre paréntesis es una forma de marcar la cualidad de muerto como algo que va más allá de lo descriptivo. Lo pone en conexión con aquello que ya denunciara otro death white male en los noventa, Harold Bloom: el movimiento en los campus universitarios de EE. UU., siguiendo la ola de las luchas legítimas por los derechos civiles, que consistió en asociar al intelectual francés con los intelectuales contra los que se movilizaron en dichos campus.

Como en un movimiento de péndulo, las ideas sobre el mundo que animan los movimientos sociales no pueden evitar escalar hasta posturas extremas. Es lo que con el tiempo hemos venido a llamar «polarización». Inclusión positiva que lleva a la exclusión, negativa y chivoexpiatoria, de aquellos que se oponen. Es decir, la rehabilitación de las víctimas llevada a cabo por la lucha por los derechos civiles fue en algunos casos demasiado lejos, hasta convertir a esas mismas víctimas en ejecutores. El último capítulo de esa historia, y punto más elevado del movimiento pendular de escalada violenta, ha sido el wokismo. Como todas las ideologías y mitologías, ha producido sus propias víctimas, muchas de ellas culpables: supremacistas blancos, machistas, homófobos y otras personas execrables. Pero también algunas inocentes: en algunos casos, las propias mujeres de los primeros feminismos, los niños sometidos a agresivas terapias de transición de género, refugiados políticos, migrantes en busca de asilo, las mismas víctimas de siempre cuya sangre clama al cielo desde Abel.

Al mismo tiempo ha dado inicio un movimiento especular y rival de escalada, mucho más violento —como todas las contrarrevoluciones—: las nuevas víctimas han iniciado una revolución y quieren venganza, unas veces descarada —el ataque a Harvard por parte de Trump no es más que la venganza en caliente del ataque de Harvard a Trump y a su entorno, alimentado con la envidia hacia las élites intelectuales—; y, otras, escondida en teorías a veces tan delirantes como las que alimentaban a sus rivales woke.

No nos interesa aquí entrar en estos debates polarizados, en dar razón a unos o a otros, porque creemos que Girard tampoco lo hacía, y porque su teoría quiere explicar precisamente cómo la cultura genera mitos que son explicaciones de lo que pasa y que responden a fenómenos de chivoexpiación. Los argumentos científicos sobre el cambio climático, por ejemplo, pierden su poder científico en el momento en que se reducen a la búsqueda de un culpable que es la causa de todo. En el caso de los dos conflictos de los que habla todo el mundo —Israel-Hamas/Palestina y Rusia-Ucrania—, Ángel Barahona en su último libro, La guerra perpetua. Apocalipsis y redención, utiliza la teoría mimética de René Girard para explicar lo que está pasando, en vez de buscar culpables a los que acusar de lo que pasa, evitando caer así en el ciclo chivoexpiatorio.

El artículo de El Confidencial no ha dudado en caer, con la mejor de las intenciones, en esta dialéctica mimética. Se basa en un artículo de Paul Leslie que cae en esa misma trampa, el aut aut, o lo uno o lo otro: «Only one of the claims is legitimate. The misappropriation of Girard’s ideas by the American right is not just a matter of academic concern; it has significant implications for our political discourse and society.» La izquierda woke se apropió de Girard por la vía de la víctima y la derecha lo hace ahora por la vía de los chivos expiatorios (the scapegoat playbook, en palabras del periodista Ian Ward). Y es que en un caso —las víctimas— vamos a defenderlas sean quienes sean, sin dudar jamás de su inocencia, y en el otro —chivo expiatorio— vamos a condenarlas sin dudar nunca de su culpabilidad.

Girard ha sido malinterpretado siempre con la mejor de las intenciones. Camps, acusado de corrupción política y absuelto y declarado inocente, se dejó ver en su juicio con un libro de Girard para indicar que estaba siendo chivoexpiado. Quien ha entendido a Girard y su conversión —literaria, intelectual o religiosa— sabe que la única manera adecuada de conocer verdaderamente el mundo es la que se produce cuando nos identificamos como ejecutores de nuestros semejantes. Un mea culpa que resuena con voz nueva en Girard, cuando nos recuerda la conversión del stárets Zosima en Los hermanos Karamázov:

«Madrecita, hacedora de mis días, en verdad todos somos culpables por todos ante todo el mundo, solo que la gente no lo sabe, si lo supieran, ¡esto sería el paraíso... Señor, ¿es posible que no sea verdad? —lloraba y pensaba—, en verdad, es posible que sea yo el más culpable de todos, ¡y el peor entre todas las personas del mundo!» Y de pronto toda la verdad se presentó ante mí, con todo su resplandor.

Dostoievski, Fiódor M. Los hermanos Karamázov. La cursiva es mía.

La verdad que revela Girard es profética no porque adivine el futuro, sino porque dice y anuncia la verdad de lo que está pasando ya.

Ni la derecha, ni la izquierda, ni ningún centro imaginario pueden apropiarse de esta verdad. Tanto Vance, como Thiel, como cualquier vate de la izquierda al que le dé por usar a Girard, van a cometer el primero de todos los pecados, el de la mímesis de apropiación: nos apropiamos de aquello que creemos que el otro tiene y que le da su poder. La batalla por determinar quién es legítimo heredero de la teoría mimética ha comenzado. Aparecen aquí y allá nuevos profetas y apóstoles que harán algo contra lo que el propio Girard nos advirtió: hacer una teoría de la verdad que se nos presenta tras convertirnos, una teoría que pretendemos reproducir, ritualizar, imponer.

Se trata de la enésima batalla cultural, ahora que estamos ya cansados de batallas culturales. Es difícil responder a Thiel y a los modernos sin caer en la trampa de la condena. En París, en 2023, en el encuentro anual de la asociación internacional dedicada al desarrollo y aplicación de la obra de René Girard, Thiel impartió una conferencia de ritmo trepidante, marcado por un estribillo machacón: it was not enough. Realizaba en esta conferencia un recorrido por todo los katechones que en el mundo han sido. Planteaba la arriesgada idea de que el nihilismo era el último de los katachones —esas potencias terrenas que permiten al hombre contener la violencia a la que parece estar condenado—. La figura de Hamlet es para Thiel en este texto la del nihilista que no encuentra ningún motivo para vengarse de su padre asesinado, pero tampoco ninguna razón para no hacerlo. Hamlet actúa cuando todo está ya a punto de explotar —políticamente— en Dinamarca y descubre que su amada Ophelia se ha suicidado. Nada vale la pena ya para él. Este nihilismo hamletiano es el que no es suficiente para Thiel. Pero Hamlet parece no diferenciarse de Shakespeare del mismo modo que el Anticristo parece no diferenciarse del Cristo. La conclusión de Thiel no arroja ninguna esperanza. El nihilismo no es suficiente. Sin embargo, Thiel no ha conocido la alegría de la resurrección, y Girard sí, como cuenta él mismo en alguna de las entrevistas que publicó. Conoció esa alegría en aquella Pascua de finales de los años cincuenta, confirmando aquello que ya había descubierto intelectualmente: que estamos atrapados en la oscuridad por el miedo a morir y que ese miedo nos hace esclavos y rivales y asesinos de nuestros hermanos —pero también nos empuja a buscar la luz—.

Los judíos cantan en la fiesta de la Pesaj una canción de agradecimiento que se llama Dayenú (דַּיֵּנוּ‎). Suele traducirse como «Nos habría bastado». Day- en hebreo significa suficiente (enough). Es la contrapartida perfecta a la conferencia de Thiel: that would be enough for us! La esperanza que se abre ante el apocalipsis, ante la revelación de la verdad, es la misma que anima el espíritu de El hombre rebelde de Albert Camus. La última sección del libro se titula, curiosamente, Au-delà du nihilisme. Ante las revoluciones y contrarrevoluciones cabe la rebeldía de Camus, que cree que «más allá del nihilismo, todos nosotros, entre las ruinas, estamos preparando un renacimiento. Pero pocos lo saben». Renunciar a la divinización de los chivos expiatorios para vivir, hombres entre los hombres, la posibilidad de una verdadera divinidad: la del Cristo en la cruz que no quiere salvarse —está dispuesto a dar su vida— sino es para salvar a todos —¡y aquí Camus también remite a Dostoievski!—.

Resistir, es la acción a la que nos invita Esquirol en La resistencia íntima: contra el nihilismo o, mejor, a partir del nihilismo, resistir con el otro, junto a él, en la comunidad imposible de los que tienen esperanza. Por eso a mí este artículo que con mucho cariño me han enviado tantos amigos y conocidos, unos preocupados y otros con ganas de chincharme, me ha dejado indiferente. Girard, 10 años después de su muerte, sigue sin ser entendido. Por eso, merece la pena seguir leyéndolo y conversando con él.

Calendario

«julio de 2025»
lu.ma.mi.ju.vi.sá.do.
30123456
78910111213
14151617181920
21222324252627
28293031123
45678910

Opinión y divulgación