Una triste paradoja (Carola Minguet, Religión Confidencial)

Una triste paradoja (Carola Minguet, Religión Confidencial)

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El líder del partido popular reconoció hace unos días, en una entrevista en Antena 3, que España asiste a “la peor política que ha practicado la democracia”, y en esa saca ha metido también a su formación. Es cierto que la última semana la tensión se ha agravado por razón de las comisiones de investigación impulsadas en paralelo por socialistas y populares por la compra de material sanitario durante la pandemia, pero cuando no es una cosa es otra.

No sé si lo que está pasando a nivel político no ha ocurrido nunca, tal y como ha sostenido este dirigente en unas declaraciones controvertidas, pues la responsabilidad corresponde a cada cual y el mal de muchos no debería ser excusa o consuelo. No obstante, lo que tiempo atrás se podía advertir -los intereses partidistas guían la acción política- ya no se perfila en el horizonte como algo novedoso, pues se trata de algo radicalmente asumido por el gran público.

Por ello, en muchos casos la política ha perdido su carácter noble, su vocación de servicio, su interés en llegar más pronto que otros profesionales para favorecer a la ciudadanía. Se ha convertido en una instancia que algunos pueden entender como una agencia de colocación (así lo advirtió recientemente un representante de VOX) y otros, directamente, como el viaducto para introducirse en una órbita de dominio: el objetivo es alcanzar el poder, conservarlo, atesorarlo, abrazarlo, tal y como hace este Gobierno, sin disimulo.

Se ha tergiversado así su sentido último y, lo que es peor, este modo de interpretarla con visos instrumentales se ha proyectado sobre las más elevadas instituciones del Estado. Por eso se intenta colocar en ellas a las personas a las que se debe algo o que le deben algo a uno tratando de conseguir, a todas luces, que sean los “amigos” quienes puedan pilotar cualquier instancia porque no se confía en los demás, lo que se traduce en que, en el fondo, uno tampoco es de fiar.

Por eso, más grave que la constatación de que, en términos generales, el nivel no deje de bajar, es que instancias que deberían ser independientes hayan sido colonizadas por dicho fragor, como ha ocurrido en esta legislatura. Por tanto, el área de poder ya no es sólo de tinte parlamentario, sino que se proyecta, por ejemplo, sobre los órganos judiciales. Esto es una perversión y una desnaturalización. Además, desde los medios de comunicación se puede adelantar el resultado de una votación que pueda tener lugar en un alto tribunal en función de qué fuerzas han promovido su candidatura, lo cual es un camino hacia el totalitarismo. Por tanto, se necesitan resortes para buscar fórmulas de regeneración política, apremia renunciar a la indolencia, pues no es que la democracia presente debilidades, sino que puede sucumbir en el hoyo.

Al hilo de esto, hay otras declaraciones que también resulta interesante sacar a colación y son las de un dirigente de Sumar, que ha afirmado que lo que diga el Parlamento es sagrado. Vaya, que si el Parlamento defiende cualquier iniciativa debe ir adelante, de tal forma que se puede llegar hasta donde le plazca e interese. Es un tópico, pero hay que volver al nazismo para comprobar que, cuando el Parlamento es soberano, puede decidir pasar a cuchillo a la mitad, menos uno.

En fin. No cabe darlo todo por perdido, pero preocupa tanto el maltrecho poder político como su colonización, vía de influencia, vía de intereses económicos (todo se entrecruza) de las instituciones. Vivimos el intercambio opaco que diría Alejandro Llano entre economía, política y medios de comunicación, que representan de forma respectiva el dinero, el poder y la influencia. En nuestros días asistimos a un triángulo pernicioso de trueques turbios y, al mismo tiempo, efímeros, de dichas realidades.

Por cierto, nunca se ha vendido menos prensa que en la actualidad, se suele decir. Pero quizás tampoco antes ha habido tanta gente que se venda como ahora. Una triste paradoja.

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