David López Ribes: “Si no habla de feminismo radical, de la madre tierra o del género fluido, hoy un artista lo tiene difícil”

Exposición en la sede San Carlos Borromeo

David López Ribes: “Si no habla de feminismo radical, de la madre tierra o del género fluido, hoy un artista lo tiene difícil”

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David López Ribes: “Si no habla de feminismo radical, de la madre tierra o del género fluido, hoy un artista lo tiene difícil”

San Juan Pablo II instituyó en el año 1997 el Premio de las Academias Pontificias, galardón con el que la santa sede reconoce a artistas, académicos, intelectuales e instituciones que han profundizado de manera notable en cuestiones clave del pensamiento y de la cultura cristiana. En 2012 lo recibió por primera vez un español, el valenciano David López Ribes (Valencia, 1972).

Originario de Catarroja, López Ribes se licenció en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Politécnica de Valencia y obtuvo una beca para completar su formación en la School of Visual Arts de Nueva York. Pintor y artista multidisciplinar, recibió el premio Arte Joven del Instituto Valenciano de la Juventud, trabajó con Antonio López y, posteriormente, en la gestión cultural del Instituto Cervantes de París.

Pintor trotamundos, López Ribes es, sobre todo, un hombre de familia que ha puesto su capacidad artística al servicio de la Iglesia, renunciando a notables posibilidades profesionales. Ahora regresa de Estados Unidos, donde vive con su mujer y sus diez hijos, aunque sea de manera temporal a su tierra natal, y no lo hace de vacío. Hasta el próximo 10 de enero, puede verse una nueva colección de obras en las instalaciones de la sede San Carlos Borromeo (Quevedo, 2) de la Universidad Católica de Valencia (UCV).

Al recibir el Premio de las Academias Pontificias dijo que era el “premio más importante” que había recibido porque se lo concedía su “madre”, la Iglesia. ¿Podría explicar en qué se traduce esa maternidad?

A esta exposición le acompaña un título: Ojos para ver. Arrow one. Un nuevo nacimiento. Pero resulta que pocos ven a este niño, y es normal, porque para ver a este niño hay que nacer de nuevo. Hablamos, eso sí, de un nacimiento diferente al de la carne y de la sangre. A ese tipo de maternidad me refiero, que es la que he recibido en la Iglesia. 

Por otro lado, antes del premio de las Academias Pontificias ya había tenido otros reconocimientos a nivel nacional en España y Francia, pero éste es el más importante simplemente porque de cuantos he recibido, en efecto lo es. Además, era el primer español en recibirlo, y es la única vez que se ha dado a un artista.

Tenía seis hijos cuando recibió el galardón de la santa sede y ahora va a llegar a la decena. Ser partícipe de esos actos de creación divina debe dejar a la altura del betún cualquiera de sus propias obras.

Sin duda. Lo cierto es que no esperábamos ni tres hijos. Es más, yo no pretendía casarme, ya no te digo mi mujer. Pero Dios saca hijos de Abraham de las piedras. Lo nuestro es una obra del Espíritu Santo, que es un artista, y, cuando es verdadero, el arte siempre resulta sorprendente.

¿Vive su vocación artística como un vehículo de evangelización o se trata de una de las vertientes de su obra o, incluso, de algo accesorio a la misma?

De joven dudé muchas veces de que mi vocación como artista contemporáneo tuviera un papel en la Iglesia. Llegué a estar dispuesto a dejarlo, pensando que eran incompatibles. Pero Dios no parecía interesado en ello. Me ofrecí varias veces para ser misionero, pero nunca me enviaban. Dios tenía otros planes. Pero esa disposición a dejarlo todo que Él puso en mí, fue fundamental para el devenir de mi vida y de mi creación artística.

Obviamente, en la Iglesia no hay mucho interés por las artes contemporáneas; y yo necesitaba ese vínculo. Había leído la iniciativa de Pablo VI, la carta a los artistas de Juan Pablo II en el 97 -que fue de gran estímulo para mí en París, donde vivía en esa época- y había participado en el Jubileo de los Artistas del año 2000, pero no había mucho más. Pero resulta que Benedicto XVI, en un acto completamente insospechado para mí, decide promover la creación artística en 2012. 

¿Se refiere al Atrio de los Gentiles?

En efecto. En ese momento, el papa impulsó esa iniciativa, que pretendía crear un ámbito de encuentro con la cultura contemporánea, un espacio de expresión, de diálogo, para quienes no tienen fe. Sin conocer esa propuesta, yo ya buscaba ese acercamiento desde la práctica artística. Dios había tocado mi vida y necesitaba entrar en diálogo sobre reflexiones espirituales con el hombre secularizado.

En 2011 -cuando se aprobaron leyes para apartar los signos cristianos de los espacios públicos-, el Ayuntamiento de Valencia me propuso una exposición en el Palau de la Música. Lo llené de cristos y fue un éxito. El arte siempre goza de un margen de libertad, aunque algunos no quieran. De esta manera, el arte contemporáneo se convirtió en un vehículo estupendo lleno de posibilidades.

¿Su condición pública de artista católico le ha ayudado o le ha perjudicado a la hora de recibir encargos o exhibir sus obras? 

Hoy vivimos una censura brutal, eso es incontestable, en la que existe una pretensión de apartar a Dios de toda esfera pública. Sinceramente, no sé cómo he podido hacer cosas, aun así. Recuerdo que en el año 2000 había hecho una exposición en Italia y, estando en Roma, un crítico conocido me dijo: «Si renuncias al contenido de tu obra, te llevo a las mejores galerías de Roma, expondrás en la Plaza de España… pero, con este contenido, ni yo ni nadie va a dar la cara por ti». 

De hecho, el director del Instituto Cervantes en Roma me pidió después hacer una exposición de videoarte, pero al final no se pudo llevar a cabo porque los técnicos no querían mi obra allí y le amenazaron. Aun siendo el director, no salió adelante la exposición. Es curioso que, en la ciudad donde ocurrieron estas cosas, diez años después fue el papa quien sí dio la cara por mí.

Supongo que conocerá casos de otros artistas católicos a los que les habrá pasado algo similar…

Sí, claro. Lo mismo le pasó a Felipe Garín en el Centro del Carmen, a pesar de haber sido director del Prado. Si no hablas de feminismo radical, de la madre tierra o del género fluido, hoy un artista lo tiene complicado. Por eso urge la creación de un espacio, un atrio donde poder dialogar, si no nos dejan otra. No podemos amoldarnos a sus presupuestos, porque quieren hacer desaparecer a Dios.

En ese sentido, toda la obra de esta exposición gira en torno al Misterio de la Encarnación y al de la Redención: un recién nacido y un crucificado. Todos los crucificados se titulan ‘nova huta’, por el experimento comunista en Varsovia, donde se pretendió crear una ciudad sin Dios. Sin embargo, aquello acabó con el pueblo pidiendo en las calles que les devolvieran a Dios.

Hay un paréntesis de nueve años en sus exposiciones individuales, según el currículum inserto en su catálogo UBS, de 2011 a 2020. ¿Podría explicar el por qué?

Si grave es la falta de arte contemporáneo espiritual, qué decir de la falta de arte litúrgico. No hay arte cristiano porque no hay cristianos y, por tanto, tampoco existe una cultura cristiana. Aunque duela decirlo y escucharlo. Ante la falta de arte para nuestras liturgias que ayuden a mirar al cielo, yo no he podido desentenderme. Ayudo al Camino Neocatecumenal, del que tanto he recibido, y a Kiko Argüello, de quien tanto he recibido como cristiano -y también como artista -, a desarrollar una propuesta para la Iglesia en estos albores del tercer milenio.

Por eso llevo más de veinte años trabajando en proyectos de renovación litúrgica por todo el mundo, y cada vez tengo menos tiempo para mi obra personal. Ésa ha sido la voluntad de Dios para mí. A pesar de ello, sigo creando, como sucede con esta exposición. Por circunstancias personales, he estado haciendo una serie de obras de arte contemporáneo de gran formato en Estados Unidos, donde vivimos, y algunas de ellas son el origen de esta exposición. Me dejaron un tiempo para exponer en una iglesia desacralizada de New Jersey y allí he ido creando esta serie. 

Frente a la propuesta de nuevas estéticas, en la red social X (anteriormente conocida como Twitter) han proliferado cuentas con centenares de miles de seguidores que abogan por un retorno a la belleza de la arquitectura de décadas y siglos pasados, en oposición a la actual. Como artista, ¿cree que hoy la arquitectura y el arte, en general, ha perdido belleza?  

Sin Dios no hay belleza, eso es verdad. En el Génesis se dice que vio Dios que todo estaba bien, que era bello, y por eso descansó. Es Él quien nos capacita para ver que todo está bien hecho. Y nos ha enseñado que hasta la enfermedad y la muerte están bien hechas. Fuera de Él no podemos bendecir, porque no tenemos respuesta a la muerte.

Sin duda, cuando Nietzsche dice que Dios ha muerto –motivado quizás por el escándalo de la muerte de su padre cuando tenía cinco años-, esa afirmación tiene una consecuencia en la cultura. Influido por esa idea, el artista Marcel Duchamp decreta unos años después que, si Dios ha muerto, la belleza ha dejado de existir -algo que nace del escándalo ante las guerras mundiales y otros acontecimientos- y acaba metiendo un urinario en una exposición. Aunque no sea tan conocido, Duchamp es más importante que Picasso en la cultura actual.

¿A qué se refiere?

A que el nihilismo está por todas partes. Mira Netflix un poco o lo que quieras... En ésas estamos. Necesitamos a otro, ni Nietzsche ni Duchamp, un tercero nos salvará. En muchas de mis obras aparece el número 3, no sé si se ha fijado.

En cuanto a lo que me preguntaba, el mundo del arte anda hoy muy confundido, pero, con todo, hay grandes artistas y grandes obras. Pollock, por ejemplo, nos enseñó la belleza de un chorretón de pintura; Frank Ghery, la belleza del azar… Pero es comprensible esa búsqueda nostálgica en el pasado, porque las personas necesitan puntos de apoyo y la historia es siempre pendular: ante una percepción liberal, aparece otra conservadora… Pero eso de que no hay belleza es una estupidez. Dios nos la regala cada día en la naturaleza, y algunos la descubren y la traducen en el arte. Mientras haya alma, habrá sensibilidad para reconocerla.

En una entrevista hizo usted referencia a la homilía de Benedicto XVI durante la consagración de la Sagrada Familia en Barcelona, en concreto a la frase «La necesidad fundamental de la persona es la belleza». Aunque esta afirmación abre un espacio de grandes dimensiones para la reflexión filosófica y artística, hay también respuestas sencillas a la pregunta que inevitablemente plantea. En la novela El idiota, Dostoievski pone en boca de su personaje principal, el príncipe Mishkin, la suya: “La belleza es Cristo”. Ahora le pido su respuesta: ¿Qué es la belleza?

Lo que se ve en esta exposición: Encarnación y Redención. La verdad de Dios es que es bueno, y ésa es su belleza. Sólo hay que nacer de nuevo para ver esa bondad, que todo lo ha hecho bien, y así entrar con Él en el descanso.

¿La belleza de la Creación hace crecer en humildad al artista, al escritor, al creador, en general?  

Amén.

El pasado mes de agosto, el Ministerio de Universidades publicó un informe que recogía, entre otros datos, el porcentaje de personas que no volverían a escoger la carrera que estudiaron. El grado con más arrepentidos es Periodismo, con un 87%; el segundo, con un 72%, es Bellas Artes. Usted estará en el 18% de satisfechos, pero, si un hijo suyo quisiera seguir sus pasos como artista, ¿qué le diría?

Que tiene que hacer la voluntad de Dios. Fuera no hay vida. Y si es ser artista, que no le tenga miedo.

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