El 'tempus fugit' del hogar valenciano (Francisco A. Cardells, Las Provincias)

El 'tempus fugit' del hogar valenciano (Francisco A. Cardells, Las Provincias)

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Según el INE, el promedio de miembros de los hogares en España ha pasado de una media de más de tres a apenas dos en cuatro décadas. Una transformación que influye en el concepto y diseño de las viviendas. La reducción de su superficie no es un tema sólo económico, sino cultural y funcional. Los áticos, lofts, estudios... pertenecen a una moda implantada hace décadas convertida en referencia actualizada que hace posible un hogar multifuncional y tecnológico en espacios reducidos. La realidad es que, desde el dinamismo generacional, estamos con el semáforo en color ámbar, pues solteros, separados y viudos son ya la tercera parte de los habitantes de los habitáculos. Los cambios afectan igualmente a los materiales; en la actualidad más de tres cuartas partes de las casas que existen en el territorio valenciano son de cemento a diferencia de otras épocas, cuando el barro trabajado y el cañizo, caso de la barraca, eran sus humildes fundamentos que contrastaban con su papel por ser el testimonio vivo de la arquitectura tradicional valenciana.

Aquí, a diferencia de otras latitudes, ha escaseado la madera, traída con esfuerzo a través del río Turia. Ya no disponemos ni de una docena de barracas en aparente actividad agrícola, pues las salvadas se destinan a usos recreativos o comerciales. Por su antigüedad destaca la barraca dels Arandes, en el Palmar. Y ya es inmortal dentro del mundo literario gracias a la obra maestra titulada la Barraca del novelista Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928) inspirada en las tensiones vividas en los campos de las partidas de la huerta de la población de Alboraya. Las alquerías históricas que dominaban las partidas rurales también están cambiando su función social para no quedar abandonadas. La paella de los domingos con el esfuerzo del patriarca o matriarca las salva, pero muchas ya perdieron la costumbre. Con casos emblemáticos como la Alqueria dels Moros en Benicalap o la de Julià en Valencia. En ocasiones, están emparentadas con los que se denomina masos o masets, que combinan  diversos materiales de construcción y existen en partidas muy diferentes del mundo rural. La más famosa fue la del Mas de Aguirre o Caseta Blanca de Bétera, donde acudían en peregrinación los intelectuales de la Renaixença valenciana para sus eventos festivos literarios durante la segunda mitad del siglo XIX y donde murió el famoso poeta Wenceslao Querol.

Otra casa diferente es la vivienda tradicional de pueblo. Soy hijo de una casa de éstas en Meliana. Una casa en una calle del casco antiguo, abierta a dos manos, con entrada que era amplia para el carro, viguería de madera de mobila en el techo y detrás un corral con establo y árbol frutal (en nuestro caso un jinjolero, que no cítrico ni higuera). Desde luego yo no la conocí completa porque hace cien años la transformaron en un taller de ebanistería y el corral pasó a ser taller, la guerra fratricida acabó con los sueños de la carpintería y luego la retranquearon por salubridad urbana en la década de los 60 del siglo pasado. Tempus fugit. La casa tradicional perdió su función. Les invito a que paseen por los pueblos de la comarca de l’Horta y cuenten entre las casas acomodadas (abiertas a dos manos) las poleas o ‘corrioles’ que ven en las fachadas o las piedras laterales sobre los bancales de acceso para proteger las ruedas de los carros. El número decrece y su función es obsoleta, ahora devenida en adorno. En una tensión habitacional de este grado no extraña que el fenómeno de ocupación ilegal se haya generalizado. No es un fenómeno nuevo, pero sí la permisividad legal con la que llegó. Muchos espacios abandonados fueron en otro tiempo explotados por nuevos ocupantes. Incluso los mejores habitáculos. En el castillo de la atalaya en Villena, el famoso baluarte cuya remoción correspondió en el siglo XV al noble Juan Pacheco, tuvieron que enrejar los bajos horadados del mismo para que no se destruyera el antemural del castillo, ya que los vecinos lo convirtieron en casas-cueva. Un fenómeno conocido en todas partes, como las que podemos visitar en el Batá en Paterna, o la de Mansergas en les Coves de Massamagrell... La casa te define como identidad.

Decía Joaquín Costa que en la comarca pirenaica oscense del Alto Gállego se conserva como en casi ningún otro lugar el sentido simbólico de la casa. Aquí se hereda en su totalidad para el hijo primogénito y constituye la base del hogar. Más complicado es esto en Valencia con sus libertades forales medievales y la generalización del reparto igualitario que para muchos fue la base del minifundismo histórico. En el cap y casal, un puñado de palacios se esfuerzan en mantener su patrimonio, caso de los Malferit, los Montortal, Campolivar...  y otros se empeñan en sostener su pasado como Valeriola, Boïl, Escrivà, Cervelló... con blasones sobre las portadas en medio del bullicio contemporáneo. Conviene que revisemos quiénes somos como identidad.

El IX Congreso Universitario de Historia Comarcal, en el que participan más de quince asociaciones y entidades en la Universidad Católica de Valencia, debatiremos dónde vivimos y cómo concebimos nuestro espacio los días 24 y 25 de abril, en la sede del antiguo convento de Santa Úrsula de Valencia.  En el pasado, la arquitectura rural capitaneó la construcción del imaginario colectivo del valencianismo alimentado por los encuentros literarios celebrados bajo la sombra del emparrado de día y la embriagadora fragancia de la flor del azahar de los campos. Ahora, la comodidad, seguridad y eficiencia energética son bienvenidas en una comprensión inédita del espacio. Les esperamos para construir nuestro nuevo cobijo. Gracias.

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