Roberto Andorno: “Pongamos límites a la neurotecnología antes de que no se pueda hacer nada”

Nuevas Fronteras en Neuroética

Roberto Andorno: “Pongamos límites a la neurotecnología antes de que no se pueda hacer nada”

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Roberto Andorno: “Pongamos límites a la neurotecnología antes de que no se pueda hacer nada”

Los rápidos avances en neurociencia y neurotecnología abren un conjunto de posibilidades sin precedentes “en el acceso, colecta, diseminación y manipulación de datos del cerebro humano”, ha afirmado Roberto Andorno, profesor de la Universidad de Zürich (Suiza), en el Congreso Interuniversitario Nuevas Fronteras en Neuroética, organizado por el Observatorio de Bioética de la Universidad Católica de Valencia (UCV). Este veterano jurista argentino no comparte la “fe ciega” en el desarrollo tecnológico de ciertos sectores científicos y empresariales.

Desde el derecho, Andorno lleva años ocupándose de la dignidad humana como materia de investigación, y como miembro de organismos internacionales que asesoran o regulan en cuestiones de derechos humanos y biomedicina. Ese papel doble le permite plantear propuestas realistas ante estos desarrollos que, en su opinión, plantean “importantes desafíos” que deben abordarse “para evitar consecuencias no deseadas”.

Hace dos años despertó mucho interés un artículo de investigación que publicó junto al profesor Marcello Ienca, del Instituto Federal Suizo de Tecnología, sobre los problemas jurídicos derivados del avance de la neurociencia y la neurotecnología. ¿Los países democráticos están preparados a nivel legislativo para enfrentar los riesgos del progreso exponencial de ambas, especialmente en lo que concierne a los derechos y libertades individuales?

No lo están, pero no sólo en cuanto a las legislaciones de cada nación; también el marco actual de derechos humanos es insuficiente. Por la sencilla razón de que la amenaza en este ámbito parte de las posibilidades que ha abierto la interacción del cerebro con dispositivos. Estos chips implantados en nuestras cabezas pueden ‘leer’ el cerebro y así recoger datos cerebrales, con lo que eso implica en términos de privacidad. En segundo, esos dispositivos pueden ‘escribir’, es decir, modular, influir, potenciar nuestras capacidades cognitivas.

Es la primera vez que podemos acceder directamente a la información de este órgano y que tenemos la capacidad de modificar la conducta, la personalidad, la identidad de alguien, de algún modo. Usado con malas intenciones, todo ese potencial puede resultar muy peligroso. Estamos tocando, entre otros asuntos, la libertad de pensamiento y es algo que debería preocuparnos. Por eso en ese artículo proponemos la formulación de cuatro nuevos derechos humanos para responder a estos desafíos. Asociada a la base de todos ellos se encuentra la libertad de pensamiento; en este caso, hablaríamos del derecho a la libertad cognitiva.

Aunque el lector pueda imaginar por dónde van los tiros de esa libertad, concrete lo que significa. Con los juristas los términos son muy importantes.

(Sonríe) Así es. Se trata de un principio general de esos nuevos derechos que tiende a proteger la capacidad de autodeterminación de la persona. Por tanto, la libertad cognitiva hace referencia al derecho a seguir ejerciendo la facultad extraordinaria que es el pensamiento humano, sin que éste se vea condicionado o determinado por terceros. Ejemplo de esto podría ser un Estado totalitario que se apropie de estas tecnologías para condicionar a sus ciudadanos, evitar críticas, terminar con cualquier oposición…

Es decir, el asunto presenta perspectivas bastante aterradoras, pues lo que está en juego ahora no es sólo la manifestación externa del pensamiento, sino el propio foro interno. Por eso pensamos que resulta necesaria una reformulación legislativa a nivel nacional e internacional. Habrá derechos nuevos y otros que ampliarán algunos de los ya existentes, como sucede con el derecho a la privacidad. En este caso, esa privacidad se extenderá a los datos mentales, en particular.

En el artículo lo llamáis «derecho a la privacidad mental».

Sí. Éste es el que se halla más inmediatamente en peligro porque ya existe una gran variedad de dispositivos de acceso a nuestros datos cerebrales, desde el área médica y clínica, pero también pueden hacerlo los propios ciudadanos como consumidores. A través de la tecnología podemos hacernos un ‘selfie’ del cerebro, medir nuestra capacidad cognitiva, nuestro nivel de depresión, nuestra memoria...

Ya hay empresas -creo que una de ellas es Mercedes-Benz- que ofrecen un dispositivo basado en el electroencefalograma que controla la capacidad de concentración cuando estás conduciendo y te alerta si te duermes o te distraes. De hecho, en algunas fábricas de China se exige ya a los operarios colocarse un dispositivo en la cabeza que controla su concentración en el trabajo y su nivel de estrés, entre otros datos mentales. El jefe de la empresa recibe esa información en tiempo real y puede tomar medidas ante quien no esté lo suficientemente concentrado en la cadena productiva, por ejemplo. Y ahora lo están probando también con los niños en el colegio. Me parece un procedimiento inhumano, pues no somos robots. Tenemos derecho a distraernos.

El Gran Hermano orwelliano ha llegado, ¿no?

Lo cierto es que hay una gran cantidad de dispositivos que están recolectando datos mentales, con objetivos clínicos o no, que pueden hackearse. Pienso que debemos obligar a las empresas que producen estos dispositivos a tratar de limitar su uso a unos fines específicos, o que se ‘anonimicen’ los datos, o a restringir el acceso sólo a la persona a quien pertenecen. Es todo un ámbito jurídico que todavía no está desarrollado y sobre el que hay que ponerse a trabajar.

Si le entiendo bien, se trata sobre todo de prohibir usos y no tanto tecnologías.

Sí. En líneas generales, todas las intervenciones que cumplan una función de diagnóstico o terapéutica deben promoverse. Podemos hablar, por ejemplo, de pacientes con el síndrome de Lockdown, que sufren una parálisis completa y sólo pueden comunicarse con el mundo exterior moviendo los ojos. Gracias al avance científico-tecnológico ahora pueden empezar a comunicarse con el pensamiento a través de dispositivos de interfaz cerebro-ordenador. Pueden salir de su encierro, es algo fantástico.

La inteligencia artificial (IA) potencia enormemente las posibilidades actuales de la neurotecnología. Debería ser posible delimitar la utilización de estos avances sólo a esas finalidades positivas, pero no hablaría de prohibir. Me surge la duda con el uso que podría darse fuera del ámbito clínico a las técnicas de ‘neuroenhancement’ o mejoramiento neural. Podrían generar problemas de injusticia a nivel social, la llamada neurodiscriminación.

¿A qué se refiere?

Del mismo modo que sucede con el dopaje en el deporte, las personas que tengan acceso a esas técnicas de mejora cognitiva estarían en una situación de ventaja sobre el resto; desde el rendimiento académico a optar a puestos de trabajo, además de otras situaciones. Hablamos, eso sí, de un mal uso de dispositivos; hay técnicas fuera del ámbito de las neurotecnologías que son intrínsecamente cuestionables, sea cual sea su aplicación.

La tecnología se desarrolla más rápido que el análisis de sus consecuencias.

Exactamente. Por eso hay que pensarlo ahora y, dado que la ciencia y la tecnología son internacionales, la respuesta que demos a estos desafíos también ha de serlo. Es necesario un marco normativo internacional frente al avance científico-tecnológico. Siempre se critica al derecho que llega demasiado tarde. Bien, ahora es el momento de actuar en función del interés común y fijar límites, antes de que éstos se deban imponer por la práctica; antes de que digamos que ya no se puede hacer nada.

Con ese objetivo, ha señalado ya dos de los cuatro nuevos derechos humanos que usted considera imprescindibles: el de la libertad cognitiva y el de la privacidad mental. ¿Cuál sería el tercero?

El derecho a la integridad mental, que no se refiere tanto a la protección de los propios datos mentales, sino a evitar que estos dispositivos se usen de un modo tal que cause daño a la dimensión psicológica de la persona. Pensemos, por ejemplo, en el dispositivo de estimulación cerebral profunda que se utiliza para evitar los movimientos involuntarios del cuerpo en personas con párkinson. Este aparatito tiene un elemento externo conectado a unos electrodos, y alguien podría hackearlo para que la descarga eléctrica sea mayor de la prevista y así causar daño al paciente. Este derecho tendría más implicaciones a nivel de derecho civil o penal, en lo se refiere también a la compensación del daño.

Da la impresión de que algunos de estos derechos quedan un poco superpuestos.

Aunque en la práctica puedan superponerse en determinados casos, creo que se pueden distinguir desde una perspectiva conceptual.

¿Cuál sería el cuarto nuevo derecho humano a crear?

El derecho a la continuidad psicológica, que buscaría proteger la identidad de la persona a través del tiempo. Es decir, que cada ser humano siga siendo él mismo, sin interferencias externas o lavados de cerebro. Aunque parezca ciencia ficción, se han realizado ya estudios en animales que muestran la posibilidad de eliminar partes de la memoria de modo selectivo. Esto podría alterar la personalidad de alguien, quién es. En cierto modo, somos el producto de nuestro pasado, nuestros recuerdos.

Pero como decíamos antes con los usos, no todo es blanco o negro. La utilización de esta tecnología en pacientes que han pasado por alguna experiencia traumática podría tener un efecto terapéutico beneficioso, como una mujer que ha sufrido una violación o un excombatiente con síndrome de estrés postraumático. Pero hay que darle muchas vueltas a esto. Por ejemplo, ¿sería ético eliminar parte de la memoria de un asesino en serie para intentar neutralizar esa tendencia criminal? ¿tenemos derecho a alterar tanto la identidad de alguien? Estamos pisando arenas movedizas. Hay que someter a análisis muchos pequeños matices y discernir muy bien.

Además de actuar desde el derecho, quizás sería buena idea prevenir desde la educación, al fin y al cabo, los científicos y técnólogos de mañana se encuentran ahora en las universidades, sentados en sus pupitres. Hace unas cuantas décadas, todo alumno de formación superior estudiaba filosofía al inicio de su etapa universitaria, tenía una base humanística cuando llegaba al mundo profesional, cualquiera que fuese su carrera. Ante el panorama que dibujan las neurotecnologías, quizás es momento de recuperar la importancia de las humanidades, como hace, por ejemplo, la UCV. Al fin y al cabo, ¿qué es ser humano sin conocer su historia, sin los grandes pensadores, sin las artes?

Nada seríamos sin la literatura.

Efectivamente. Lo humano no se mide sólo con números, con algoritmos que determinan nuestra validez en términos de producción o consumición. Si sólo operamos en torno a valores como la eficiencia, la utilidad o la facilidad, el futuro se oscurece, ¿no le parece?

Es fundamental esto que dices. Las personas debemos preguntarnos quiénes somos, qué es este mundo, hacia dónde vamos, debemos interrogarnos sobre el bien y el mal… La reflexión filosófica está en la base de la vida individual y social. El arte, la literatura son otras formas de manifestación de estas preguntas; a veces, de hecho, las pueden expresar mejor que la filosofía, demasiado abstracta o difícil de entender para muchos. Por ejemplo, hay una novela que puede ayudar mucho a preparar buenos científicos, con ética, una novela que fue muy influyente en asuntos de reproducción, eugenesia…

¿Un mundo feliz, de Aldous Huxley?

Respuesta correcta. Esa obra ayuda muchísimo a entender los peligros que plantea el avance de la ciencia y la tecnología moderna. Algunos de los que Huxley predijo en el libro ya existen, por cierto. La escribió en 1932, fue un visionario. También el cine es un buen instrumento para fomentar la reflexión. En materia de genética, por ejemplo, hay una película en particular que me gustó mucho…

¿Gattaca?

Esa. Me parece fantástica y siempre la uso cuando necesito hablar de ética y genética en la facultad. Aparecen grandes temas como la discriminación genética, el respeto a la constitución natural del ser humano, evitar la predeterminación, y muchos otros. Efectivamente, debemos revalorizar el aporte de la educación humanista para enfrentar mejor el futuro.

Puede volver a verse el congreso en los siguientes enlaces

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