Contra la polarización (Sara Martínez Mares, Levante-EMV)

Contra la polarización (Sara Martínez Mares, Levante-EMV)

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La defensa secular de la dignidad esbozada en la carta magna de los derechos humanos ha costado gran parte de la sangre derramada en el siglo XX. Aun así, se ha seguido utilizando técnicas numerosas para contrarrestarla. Son técnicas que se aplican en la guerra, como utilizar epítetos difamatorios contra el “enemigo” para que nuestros sentimientos de humanidad no aparezcan y favorecer así su extinción.

Hoy percibimos estas técnicas militares con gran asombro en la “red” social. Ese gran espacio sin fronteras que no permite diferencia la esfera pública de la privada, parafraseando a Hanna Arendt. No es novedoso el hecho de utilizar también un objetivo noble que traerá el bienestar social para justificar el uso de adjetivos innobles. Por ejemplo, el heroico pueblo francés de Le Chambon, que sufrió persecución religiosa, supo abrir las puertas a judíos que huían sin decirse entre vecinos lo que todos estaban haciendo. Sumemos a esto que el gobierno francés facilitó que los ciudadanos ordinarios vieran al judío como 'otro', logrando confundir y socavar la simpatía humana natural por los perseguidos, y sofocar esta denunciable inmoralidad en términos de un objetivo patriótico supuestamente más digno.

Si yo veo en el otro un enemigo (y al enemigo “¡ni agua!”) entonces yo también soy enemigo para ese otro. La cadena del odio se perpetúa. Pero para moderar el horror al que puede llegar la tosquedad política, necesitamos imaginarnos cómo es vivir esa vida que se persigue ¿Y cómo podemos llegar a este punto?

Voy a poner un ejemplo que recoge Jonathan Glover. Un veterano de Vietnam (norteamericano) cuenta que los hombres de su pelotón se sintieron incómodos al retirar las pertenencias de vietnamitas muertos. Las fotos de padres, novias, esposas e hijos les hicieron pensar: “Son iguales a nosotros”.

Una de las cosas que considero que más nos acercan a percibir “posibilidades parecidas” con ese otro reside en percibir las relaciones humanas o vínculos que tenemos entre nosotros. Saber que el otro tiene, por ejemplo, hijos, tiene padre y madre, tiene hermanos, tiene esposos a quienes aman y por quienes tienen proyectos –igual que yo –y a su vez es amado y valorado por otros –igual que yo –, ayuda a percibir que el otro también puede estar sufriendo a causa de una injusticia, una persecución, una pérdida o una enfermedad y, con él, los de su alrededor.

Así me sorprendió la reflexión final del examen de un alumno: “Una conversación racional (…) posibilita, de entrada, una aproximación respetuosa a ese otro que no es reducible a falsos y ahuecados epítetos.” Contextualizando su reflexión decía: “sí, soy vasco, de una zona marcadamente abertzale y gran parte de mis amigos podrían pasar por supuestos “terroristas” a ojos de muchos (gente terriblemente sensata…). A mi entender, las gafas nacionalistas [aplíquese el cuento a ambos lados fronterizos] son terriblemente empobrecedoras, tanto humana como intelectualmente, pues como tú misma has destacado en alguna clase, necesitan de un horizonte enemigo para entenderse y justificarse. Y sí, cosifican al otro y, por otra parte, desarrollan un continuo victimismo que no hace sino echar más y más carbón a su particular fuego que, por arte de magia, se convierte en el de todos.” Y continúa: “…no tardaremos en darnos cuenta de que Juan (el supuesto terrorista) es padre de familia y que su hija menor juega también a baloncesto como Amalia, mi sobrina. O que la bolsa azul que Arantxa (tildada de comunista radical) guarda al fondo de la sala de reuniones, contiene un regalo con motivo del 90 cumpleaños de su abuela Carmen, quinta de la mía, de mi querida yaya Jacinta.”

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