La violencia de los menores nos señala a los adultos (Carola Minguet, Religión Confidencial)
Noticia publicada el
martes, 17 de junio de 2025
En Valencia se vive una conmoción social ante los casos de violencia protagonizados por adolescentes que han salido a la luz en apenas diez días: un estudiante ha sido brutalmente agredido por una cuadrilla de chavales encapuchados que le esperaban a la salida del colegio; en Gandía, dos jóvenes han violado a una chica de 16 años; se ha conocido ahora que, en 2023, un alumno de secundaria fue forzado y vejado por varios compañeros durante un viaje escolar.
Los expertos vinculan estas conductas a las redes sociales, donde los menores se encuentran no sólo con contenidos salvajes, sino con dinámicas de grupo que promueven una polarización excesiva y la falta de respeto al diferente o al débil, que se traduce en agresiones, en bullying, en abusos. A ello se suma su percepción de impunidad legal (aunque a veces está fundada, pues se dan situaciones absolutamente injustas en algunos colegios donde el alumno agredido acaba marchándose, mientras el agresor se queda). Asimismo, apuntan a la ausencia de valores y referentes, así como a una sociedad cada vez más individualista (cabría añadir, a mi juicio, relativista). Ciertamente, la violencia que vemos en los patios de los institutos, en las redes o en los juzgados, es apenas el reflejo de una crisis más profunda.
Ahora bien, estos episodios invitan, por otro lado, a detenerse en las reacciones de los adultos. Lo más común es escandalizarse, aunque hay que tener cuidado con el escándalo, que es lo que el mal persigue; además, no hay que ser ingenuos: la naturaleza humana es capaz de esto y de más. La rabia, el desconcierto y la tristeza son otras respuestas comprensibles. No obstante, convendría también hacer examen de conciencia, pues lo que ha sucedido nos ha despertado con un bofetón. El dedo que sale de estos acontecimientos nos señala a todos, especialmente a los padres.
Así, que internet no tenga barreras es una causa. A un clic es fácil encontrarse con la barbarie de la pornografía, donde la sexualidad se ejerce de manera violenta y grupal. Se ve que ya ha pasado la moda del uno con una o unas y se ha subido al dos por tres, al cuatro por seis… yo qué sé. Se ve, también, que aburre el porno heterosexual y el homosexual, y que cada vez más consumidores hartos del primero y del segundo se deslizan hacia los niños. ¿Exagerado? Muchos pedófilos han entrado en esta atrocidad después de horas y horas de consumir esa basura y corromper su cerebro y su corazón. ¿Sorprende entonces que haya manadas de jóvenes agrediendo a otros jóvenes para grabarlo y subirlo a la red?
Sin embargo, hay más factores, y no todos son externos, por así decirlo. Lo ocurrido, por ejemplo, trasluce la emergencia educativa, una vez más; por añadidura, habla del imperativo de perder la vida por los hijos, que a algunos puede sonar a chino.
Pensaba en ello al escuchar a un psicólogo referirse al síndrome del emperador para explicar estos sucesos. Comentaba el peligro de los niños con exceso de atención y pocos límites, pues pueden convertirse en adolescentes con comportamientos desafiantes y egocéntricos. Bien, vale. Tiene sentido. Pero también podría hablarse del adulto emperador, del adulto dios al que no hay que molestar. El que está en sus cosas y da al niño lo que sea para que no le importune porque tiene que hacer mucho currículum, llenar la cuenta bancaria, disponer de su tiempo libre… Lo que sea. Quizás debe cerrar el ordenador e irse con el chaval a jugar al balón y charlar.
Entiéndase bien. Al igual que no basta con dar el móvil a determinada edad, con los controles parentales o con vigilar los dispositivos en las aulas, tampoco es suficiente ejercer la paternidad cuando a uno le va bien o equivocando las prioridades. Y lo que no sirve de nada es desempeñarla de boquilla: si los hijos no experimentan en casa la dedicación y el servicio (que no están reñidos con la autoridad), incluso el sacrificio de sus padres (a pesar de su precariedad; de hecho, conviene no esconderla) crecen desamparados, lo que abre paso a la confusión y al caos en sus vidas.
La clave, al final, radica en ser realistas. Y la realidad es que los adolescentes siempre han tenido actitudes rebeldes y una tendencia -a veces irrefrenable- a lo peligroso, lo prohibido, lo disruptivo. No es nuevo. Pero, si no se los atiende como estos tiempos requieren, son devorados. La realidad es que la paternidad siempre ha sido una batalla (caerse, levantarse, equivocarse, pedir perdón, perdonar… gastarse y desgastarse). Ahora bien, hoy es un combate a muerte para que vivan. Y para que aprendan a vivir, porque milicia es la vida del hombre sobre la tierra. Para qué vamos a irnos con historias.