Con la imprenta hemos topado: censura religiosa a lo largo de los tiempos (Anna Peirats, The Conversation)

Con la imprenta hemos topado: censura religiosa a lo largo de los tiempos (Anna Peirats, The Conversation)

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Con la imprenta hemos topado: censura religiosa a lo largo de los tiempos (Anna Peirats, The Conversation)

La llegada de la imprenta a Europa transformó el horizonte intelectual y religioso de la modernidad. La multiplicación de libros y la expansión de la lectura abrieron nuevas posibilidades para la circulación de ideas, pero también facilitaron mecanismos inéditos de control sobre la palabra escrita.

Uno de los debates doctrinales más persistentes de la cristiandad es el de la Inmaculada Concepción, que sostiene que la Virgen María estuvo libre del “pecado original” desde el mismo momento de su concepción.

Este dogma ha sido constante motivo de disputas teológicas, particularmente entre dominicos y franciscanos. Aunque no se proclamó oficialmente hasta 1854, durante siglos dividió a teólogos, universidades, órdenes religiosas y poderes seculares. Lo que en un principio era un tema teológico discutible terminó imponiéndose como una certeza que exigía reflejarse en la palabra escrita. Y en ese proceso, muchos textos fueron reescritos, corregidos o directamente manipulados

El Espill de Jaume Roig

En la Valencia de finales del siglo XV, la imprenta se convirtió en un instrumento clave para la doctrina inmaculista. Los certámenes poéticos organizados entre 1486 y 1489 en honor a la Virgen muestran cómo la selección editorial favoreció los poemas que defendían sin reservas la pureza mariana. Los textos con matices o reservas doctrinales quedaron fuera del circuito impreso.

El caso del Espill de Jaume Roig (1460) resulta especialmente ilustrativo. El manuscrito original, conservado en la Biblioteca Vaticana, reflejaba la pluralidad y la visión del autor de que era necesaria una apertura teológica respecto al debate. Sin embargo, la edición impresa de 1531, realizada por Francisco Díaz Romano en Valencia, suprimió los versos originales relativos al debate y añadió 103 versos nuevos de tono inequívocamente inmaculista.

El análisis filológico identifica estos añadidos por su métrica y recursos retóricos ajenos al autor. Las ediciones posteriores de 1561 en Valencia y Barcelona repitieron el añadido e incluyeron una portada ilustrada con la Virgen rodeada de símbolos inmaculistas y la inscripción “Tota pulchra es, amica mea, et macula non est in te” (“Eres toda hermosa, amiga mía, y no hay defecto alguno en ti”). Así, la ambigüedad del manuscrito se transformó en certeza tipográfica.

Cuando la poesía se convierte en dogma

El control del contenido literario se extendió más allá de la reescritura de obras canónicas. Valencia, ciudad pionera en la imprenta peninsular, fue escenario de un esfuerzo sistemático por uniformar el discurso devocional.

Entre 1486 y 1488, el clérigo Ferran Dies organizó varios certámenes poéticos en honor a la Inmaculada Concepción. Las composiciones premiadas fueron impresas por Lambert Palmart en obras como Les trobes en lahors de la Verge MariaObra nova a honor e reverència de la sacratíssima Concepció y Obra de la sacratíssima Conceptió de la intemerada Mare de Déu. Estas ediciones no incluían una representación equitativa de posturas teológicas. Solo se publicaron los poemas que defendían la pureza de María sin reservas. Los textos con matices, ambigüedad o cautela doctrinal fueron excluidos. La literatura dejó de ser un espacio de exploración para convertirse en un vehículo de afirmación.

Este control ideológico continuó en el siglo XVII. En Madrid, por ejemplo, se imprimió en 1662 el Romance mudo a la Inmaculada Concepción, obra de Gerónimo González Velázquez que combinaba poesía e imagen para exaltar la doctrina sin necesidad de argumentación verbal. También en Sevilla, el clérigo Baltasar de Cepeda publicó entre 1615 y 1617 varias obras poéticas glosadas que adaptaban las oraciones tradicionales al nuevo paradigma mariano.

En todos estos casos, la literatura devocional dejó de formular preguntas y se dedicó a certificar respuestas.

Un fenómeno europeo: de Amberes a Roma

La manipulación textual y visual en torno a la Inmaculada Concepción se extendió por toda Europa.

En Amberes, tras el Concilio de Trento a mediados del siglo XVI, los talleres de los impresores Plantino y Moretus adaptaron libros de horas, misales y devocionarios para eliminar cualquier pasaje ambiguo sobre la concepción de María. Se introdujeron fórmulas nuevas, se suprimieron glosas antiguas y se alinearon las imágenes litográficas con el modelo dogmático. Una parte de esta colección se conserva en el Museo Plantin-Moretus, cuya base de datos online permite acceder a los impresos originales.

En París, la Universidad de la Sorbona prohibió en 1616 a los predicadores dominicos exponer posiciones contrarias al privilegio mariano. Ya desde el siglo XV, los manuales litúrgicos y sermones impresos muestran correcciones y supresiones de pasajes ambiguos o contrarios a la doctrina inmaculista. Los textos disidentes se retiraban de circulación o se reimprimían corregidos, y los manuales litúrgicos editados en la capital francesa durante el siglo XVII ya no ofrecían espacios de duda.

En Italia, los breviarios reformados tras Trento incluyeron oraciones como “Deus, qui per immaculatam Virginis Conceptionem dignum Filio tuo habitaculum praeparasti” (“Dios, que por la Inmaculada Concepción de la Virgen preparaste una morada digna para tu Hijo”), ausentes en los manuscritos medievales.

La Typographia Polyglotta Vaticana, dirigida por los jesuitas, imprimió durante el siglo XVII miles de ejemplares de catecismos, breviarios y manuales donde el privilegio inmaculista se presentaba como doctrina incuestionable. El Breviarium Romanum, corregido tras Trento, fue uno de los instrumentos más eficaces de esta estrategia. Las oraciones, letanías y glosas marianas fueron reformuladas para borrar cualquier ambivalencia.

El objetivo no era únicamente enseñar doctrina, sino moldear la memoria textual de la Iglesia. Las palabras impresas, una vez canonizadas por la tipografía, resultaban mucho más difíciles de cuestionar. La literatura también fue terreno fértil para esa intervención.

Censura, expurgo y construcción de la memoria

La vigilancia sobre los textos impresos era tan rigurosa como la defensa de la doctrina religiosa. La Inquisición española instauró un sistema de censura y expurgo en el siglo XVI que perduró hasta el XIX. El Santo Oficio controlaba la circulación de los libros desde su entrada en el reino hasta su venta en las librerías, imponía la obligación de inventariar todos los ejemplares y castigaba con excomunión la posesión de libros prohibidos.

La Pragmática de 1502 de los Reyes Católicos era una ley que exigía licencia real y eclesiástica para imprimir cualquier obra. En 1558 Felipe II prohibió bajo pena de muerte la entrada de libros en romance no autorizados. Los índices de libros prohibidos y los libros expurgados muestran la sistematicidad de este control: versos suprimidos, pasajes modificados, ediciones adaptadas para ajustarse a la ortodoxia.

El control no siempre fue explícito. Muchos autores e impresores practicaron la autocensura para evitar conflictos. El temor a la censura, a la pérdida de privilegios o incluso a la persecución personal condujo a una literatura cada vez más uniforme, donde la creatividad y la duda quedaban relegadas a los márgenes.

La historia de la Inmaculada Concepción y la imprenta es, en última instancia, una memoria construida y vigilada. Demuestra que la literatura religiosa a menudo fue una construcción deliberada, editada para suprimir lo inseguro o lo ambiguo. Lo que hoy leemos como tradición responde, en muchos casos, a decisiones editoriales, interpolaciones y adaptaciones. La imprenta, en este sentido, funcionó también como instrumento de control.

En la era digital, la pregunta sigue vigente: ¿quién decide qué se imprime, qué se modifica, qué sobrevive? Porque, a menudo, lo que leemos no es lo que se escribió, sino lo que otros decidieron que debía leerse.

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