Sobre ética, ejemplaridad y mimetismo (Julio Tudela, Religión Confidencial)

Sobre ética, ejemplaridad y mimetismo (Julio Tudela, Religión Confidencial)

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Sobre ética, ejemplaridad y mimetismo (Julio Tudela, Religión Confidencial)

San Antonio de Padua, nacido en Lisboa en el año 1195, afirmaba con rotundidad: “La palabra tiene fuerza cuando va acompañada de las obras. Cesen, por favor, las palabras y sean las obras quienes hablen. Estamos repletos de palabras, pero vacíos de obras…”. Tras casi diez siglos, sus palabras resuenan con una actualidad indiscutible en nuestra sociedad.

La conducta humana, modelada por una multitud de factores, es fuertemente mimética. En nuestra impronta genética se haya inscrita esta tendencia instintiva que nos induce a reproducir las conductas de los que nos rodean, a un comportamiento gregario cuya finalidad es mejorar nuestras posibilidades de supervivencia ante los factores que amenazan nuestra existencia vulnerable.

En los mamíferos, esta tendencia determina su conducta. En los humanos, mamíferos racionales, aunque no resulta determinante, sí la condiciona poderosamente. Y esta condición puede resultar beneficiosa o perjudicial, según las circunstancias.

Crecer en un entorno sosegado, donde se modulan las palabras, se explican las razones, se escucha y se acompaña, sin duda contribuirá a forjar un carácter más abierto, comunicativo, prudente y libre. Por el contrario, crecer expuesto a un ambiente hostil, donde la verdad no acompaña a las conductas, y se sufre el desprecio de los otros, condicionará el desarrollo de conductas agresivas, retraídas, imprudentes o reprimidas.

No elegimos que las conductas de los otros, lo que escuchamos o vemos, nos modelen, en cierta forma. Nuestros cerebros se modelan, en parte, en base a la calidad y cantidad de los estímulos que recibimos. Y lo hacen de un modo particularmente intenso si las personas que nos los proporcionan son especialmente significativas para el que los recibe.

Así, la familia, las personas queridas, los maestros, o los famosos o influyentes, tenderán a dejar una impronta mayor con sus conductas -no tanto con sus palabras- sobre las conductas y el carácter de las personas sobre las que influyen, directa o indirectamente.

Un entorno social o laboral en el que, por ejemplo, se desprecian la vida y la dignidad humanas, influirá negativamente en las conductas de los ciudadanos de su ámbito de influencia. Una aceptación creciente de la eutanasia o el aborto, sin duda, contribuirá a una relajación ética por parte de aquellos que mostraban un inicial rechazo a su aceptación.

Del mismo modo, conductas corruptas por parte de responsables públicos, maestros o líderes políticos, que traicionan sus discursos de justicia e igualdad, pueden ejercer un poder mimético sobre los ciudadanos, que, más allá de la decepción o frustración que estos comportamientos les produzcan, pueden verse debilitados en su firme defensa de la honradez y la veracidad exigible a todo comportamiento. 

Las palabras de san Antonio de Padua son hoy más que nunca necesarias: la verdad se enseña no mintiendo; el perdón, perdonando; la justicia, compartiendo; la caridad, amando.

En estos tiempos convulsos, cesen por favor las palabras y sean las obras las que hablen. 

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