Gaza y las etiquetas (Carola Minguet, Religión Confidencial)

Gaza y las etiquetas (Carola Minguet, Religión Confidencial)

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Gaza y las etiquetas (Carola Minguet, Religión Confidencial)

Lo que está sucediendo en Gaza es inadmisible. También lo es que Hamas no libere a todos los rehenes o que el antisemitismo rebrote (el reciente asesinato de dos empleados de la embajada de Israel cerca del Museo Judío en Washington da cuenta de que no se trata de un alarmismo infundado).

El problema es que, por subrayar lo primero, haya quien entienda que se cuestiona lo segundo. Peor aún, parece que se debe elegir entre denunciar lo uno o lo otro en una pretendida coherencia que resulta incoherente. Por eso algunos consideran que referirse a lo que sufre Gaza como la masacre que está siendo es antisemita, lo cual resulta tan ridículo como lo sería llamar la atención a un investigador afroamericano por plagiar un estudio y que el aviso se considerara racista, o que una gerente metiera la mano en la caja de su empresa y se acusase de machista a quien lo destapara. La justicia pide leerse atendiendo a la naturaleza justa o injusta de los actos. Y cada vez resulta más complicado que se haga este ejercicio desde el sentido común, que debería ser común para todos los sentidos.

Así, estas líneas no son para manifestar lo que está claro: la matanza causada por Hamas el 7 de octubre de 2023 fue terrible, y la respuesta del Gobierno de Netanhayu -que arroja en diecinueve meses un saldo cercano a 54.000 gazatíes asesinados, desplazamientos masivos, una destrucción casi total de las infraestructuras de la Franja y, en las últimas semanas, un bloqueo de la asistencia humanitaria que necesitan más de dos millones de palestinos- resulta insoportable. El tema no es éste, sino poner sobre la mesa la dificultad habida para dolerse libre y desinteresadamente ante la estrategia inhumana de bombardeos y hambre que sufren los civiles de Gaza (las imágenes de desnutrición y muerte, especialmente las de padres que sostienen los cuerpos sin vida de sus hijos, nos sacuden a diario y estremecen hasta las entrañas) y condenar, a su vez, el terrorismo islamista. Sin ambages. Sin silogismos extraños.

Por eso cabe abominar del primer ministro israelí y de los yihadistas, pero también de los sesgos y la intoxicación que hacen determinados medios de comunicación y partidos políticos (de un lado y del otro). Esta maniobra, que en algunos asuntos resulta cansina o en otros provoca indiferencia, en esta guerra resulta verdaderamente grotesca.

Y es que las etiquetas son empobrecedoras e insuficientes (en este conflicto, además, se emplean arriesgadamente: no es lo mismo israelí que israelita, judío que semita, sionista y hebreo. Es distinto ser chiita y sunita. Hamas no es Palestina ni Netanyahu es Israel). También son una manera inapropiada de enfrentarse a la realidad, que es más rica y compleja de lo que una etiqueta muestra. De hecho, invitan a pensar (más allá de la guerra) en el interés actual en catalogar hasta el extremo, lo que lleva al absurdo, incluso en situaciones diarias. Esto enlaza con la cadencia, también cotidiana, a interpretar las voluntades ajenas automáticamente desde la confrontación y en la paradoja que supone que se invoque continuamente al diálogo desde dicha tendencia viciada.

Las etiquetas denotan también una intención por querer dominar realidades a las que no se puede acceder sin paciencia ni conocimiento (aunque al conocimiento se llega por la paciencia), por eso es recomendable a veces hacerles frente con el silencio, por ejemplo, cuando no se dispone de datos para emitir una opinión. Entonces, ¿hay que esperar a tener la información suficiente para pronunciarse? Dependerá del tema. Y del aspecto que se aborde del mismo. Lo que sí conviene es hablar y escribir con cautela, que no es lo mismo que con tibieza. Una persona prudente es la que se adapta a la realidad, identifica los rasgos relevantes de una situación y actúa en virtud de estos.

Al final, las etiquetas remiten al tema en mayúsculas: si somos capaces de mirar la realidad reconociendo lo que es verdadero. O, al menos, intentarlo con honestidad. Ahora bien, esa mirada ha de nacer de un corazón organizado, bien formado, que estimula que haya una mente receptiva.

En fin, disculpen el rollo y el embrollo… Las etiquetas han llevado, nada más y nada menos, que al corazón. No estaba previsto, la verdad. Será que todos los caminos conducen a Roma.

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