Un años lleno de bendiciones de Dios

Un años lleno de bendiciones de Dios

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Hemos empezado un año, contemplando ya en su mismo primer día, 1 de enero, ocho después de la celebración del nacimiento de Jesús, de María siempre virgen, sobre todo, a Santa María que es madre, pero madre virgen; contemplamos a la Santísima María que es Virgen, pero Virgen madre, siempre virgen. ¡Qué hondura, y qué abismal profundidad la realidad de este misterio de santa María, Madre de Dios, que marca la plenitud de los tiempos, el centro de la historia, de los años y los días! La maternidad virginal de Santa María expresa el gran misterio que llena de luz y esperanza a toda la humanidad: el Hijo de Dios ha venido en carne, asumida de María siempre Virgen, se ha hecho hombre porque se interesa por el hombre, por todo hombre; se ha hecho hombre porque quería experimentar personalmente qué es ser hombre y amar con amor divino e infinito al hombre; se ha hecho hombre para ofrecerse a sí mismo a todos como esperanza de salvación. Hoy se nos manifiesta un misterio admirable: en Cristo se han unido dos naturalezas, Dios se ha hecho hombre y, sin dejar de ser lo que era, ha asumido lo que no era, sin sufrir mezcla ni división. En este día se unen inseparablemente el acontecimiento histórico, el misterio, que es Jesucristo, persona divina, y el de la Virgen María, la cual es, en el sentido más pleno, su madre.

El gran Dios ha descendido a nosotros, despojándose de su condición divina, y asumiendo la pequeñez y pobreza del hombre. Se ha manifestado tanto más grande cuanto más pequeño se ha hecho; ha querido experimentar personalmente la vida humana, todos los sufrimientos y todas las necesidades humanas, ha vivido lo que significa nacer y vivir realmente la pobreza. Ha venido a los suyos en pobreza: ha encontrado un espacio para venir a los hombres entrando por un establo, recién nacido fue recostado en el pesebre; allí lo encontrarán los pobres y los que buscan, los que no confían en sí mismos y en su poder; ahí se manifiesta Dios que ensalza a los pequeños y pobres, Dios que ama de verdad al hombre. Los ángeles, en el momento de su nacimiento, pobre entre los pobres, cantan la palabra clave de la nueva comunidad que con Él nace: “Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres que Dios ama”, hombres que ponen su voluntad en la suya.

Hoy nosotros, con toda la Iglesia, al iniciar un nuevo año invocamos para el mundo la paz, la paz de Cristo, Príncipe de la paz, y lo hacemos a través de María, mediadora y cooperadora de Cristo. Ésta es la voluntad irrevocable de Dios en su infinita misericordia, ésta es la gran luz, la gran esperanza que ilumina el año que finalizó, y alumbra con renovado brillo el día de un nuevo año, la plenitud de luz y de esperanza, por la misericordia de Dios que llena la tierra, los años y los días.

Por eso alabamos gozosos, jubilosos, confiados, esperanzados, con el canto de María, su Magnificat y el nuestro, e invocamos el don de la paz donde no la hay o donde se da hoy tanta violencia. Pedimos a Dios que nos conceda para este Año nuevo ser mejores, auténticos y verdaderos discípulos y seguidores de Jesucristo que siguen el camino que Él recorrió y nos dejó plasmado en las Bienaventuranzas. Y, como dice el Papa Francisco en su Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz que celebramos el primer día del año, “ser verdaderos discípulos de Jesús significa también aceptar su propuesta de la no violencia. Ésta es realista, porque tiene en cuenta que en el mundo hay ‘demasiada’ violencia, ‘demasiada’ injusticia y, por tanto, contrapone a esta situación un ‘plus’ de amor, un ‘plus’ de bondad. Este ‘plus’ viene de Dios… para los cristianos no es un mero comportamiento táctico, sino más bien un modo de ser de la persona, la actitud de quien está convencido del amor de Dios y de su poder, que no tiene miedo de afrontar el mal únicamente con las armas del amor y de la verdad. El amor a los enemigos constituye el núcleo de la ‘revolución cristiana’. Precisamente el evangelio del ‘amad a vuestros enemigos’ es considerado como la carta magna de la no violencia cristiana, que no se debe entender como un rendirse ante el mal, sino en responder al mal con el bien, rompiendo de este modo la cadena de la injusticia” (Papa Francisco). Decía Santa Teresa de Calcuta: “En nuestras familias no tenemos necesidad de bombas y armas, de destruir para traer la paz, sino de vivir unidos, amándonos unos a otros. Y entonces seremos capaces de superar todo el mal que hay en el mundo”. Solamente empleando las armas del amor, del perdón, de la verdad y de la justicia edificaremos la paz.

“Jesús mismo, nos dice el Papa Francisco en el aludido Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, nos ofrece un ‘manual’ de estrategia de construcción en el así llamado discurso del Monte. Las ocho bienaventuranzas (Mt 5,3-10) trazan el perfil de la persona que podemos definir, bienaventurada, buena y auténtica. Bienaventurados los mansos, los misericordiosos, los que trabajan por la paz, los puros de corazón, los que tienen hambre y sed de la justicia. Esto es también un programa y un desafío para los líderes políticos y religiosos, para los responsables de las instituciones internacionales y los dirigentes de las empresas y de los medios de comunicación de todo el mundo: aplicar las bienaventuranzas en el desempeño de sus propias responsabilidades. Es el desafío de construir la sociedad, la comunidad o la empresa, de la que son responsables, con el estilo de los trabajadores por la paz; de dar muestras de misericordia, rechazando descartar a las personas, dañar el ambiente y querer vencer a cualquier precio. Esto exige estar dispuestos a aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso. Trabajar de este modo significa elegir la solidaridad como estilo para realizar la historia y construir la amistad social” (Papa Francisco). Estamos llamados a “mostrar en verdad cómo la unidad es más importante y fecunda que el conflicto”. Puede suceder que las diferencias generen choques; afrontémoslos de forma constructiva y no violenta.

Todos necesitamos la paz, todos deseamos la paz; aunque parezca difícil, es posible la paz. “Nada es imposible si nos dirigimos a Dios con nuestra oración”, y con la ayuda de la Santísima Virgen, Reina y Madre de la Paz, que nos ha traído el que es nuestra paz. Todos podemos y debemos ser constructores de la paz. Que tengan un Año nuevo lleno de las bendiciones de Dios.

No olvidemos sólo respetando la verdad del hombre, inseparable de Dios, hecho a imagen y semejanza suya; sólo respetando la persona humana como Dios la quiere se promueve la paz; y solo sobre las bases en que se asienta el comportamiento moral del hombre conforme a su verdad dada por Dios, solo sobre la base de un rearme moral se construye la paz. Así, si quieres alcanzar la bendición de Dios y ser dichoso con el don de la paz, si quieres la paz trabaja también por la justicia, trabaja por el comportamiento moral justo y bueno, inseparable de lo que Dios ha impreso en la naturaleza del hombre, imagen y semejanza de su Creador; el respeto de la “gramática” escrita en el corazón del hombre por su divino Creador combatirá la desigualdad, deshará el conflicto y construirá la paz. Construyendo la paz sobre este cimiento se ponen las bases para un mundo nuevo, una humanidad nueva hecha de hombres y mujeres nuevos conforme a su verdad, la querida por Dios, un auténtico humanismo integral y una auténtica “ecología integral”, como la señala y enseña el Papa Francisco en su Encíclica ‘Laudato sí’, que conlleva la superación de tantas y tantas ideologías, verdaderas pobrezas, que nos alejan de la paz y de la bendición del Cielo, que a todos deseo abundantemente.

+ Antonio Cañizares Llovera
Arzobispo de Valencia

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