Suicidio o eucaristía (Juan Andrés Talens, Paraula)

Suicidio o eucaristía (Juan Andrés Talens, Paraula)

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“Eutanasia o Eucaristía”, con estas palabras describía en los años noventa monseñor Livio Melina la dramática encrucijada cultural abierta por el cristianismo ante el misterio de la muerte. El suicidio es un fenómeno trágico. Siempre ha desconcertado a muchos. Para algunos sublime, para otros deplorable, pero siempre un interrogante.

Si aceptamos que la pregunta por el sentido es una pregunta sin sentido, como formularon los filósofos del Círculo de Viena, entonces el hombre que opta libremente por el suicidio es en realidad más lógico que ellos. Simplemente saca una consecuencia inevitable: una vida sin sentido no merece la pena, no vale la pena de ser vivida. Estamos ante la imagen inversa de la experiencia moral auténtica: el sentido de la vida vale más que la vida (VS.94: Juvenal: “Considera el mayor crimen preferir la supervivencia al pudor, y, por amor a la vida, perder el sentido del vivir”.).

Quizá el preocupante incremento de las cifras vinculadas con el fenómeno social del suicidio no sea la imagen más fiel del malestar de la cultura del bienestar, allí donde se confunde placer y felicidad, donde el amor es pura emoción y la razón se limita al cálculo. Pero la experiencia moral humana es mucho más interesante. “Mi vida no tenía sentido hasta que te conocí. Tú me has revelado el sentido de la vida”, es la expresión que brota del corazón que ama. Ahora el sentido de la vida nos ha mostrado su rostro: tiene un rostro concreto y de ese rostro brota una luz que nos permite ver más lejos.

El sentido de la vida no es fruto del consenso o de la invención de los humanos. No es verdad que podamos construir o pactar el sentido último de las cosas, como postulan los filósofos de la postmodernidad. Por el contrario, es el sentido quien se nos ha aparecido y nos ha transformado, incluso sin buscarlo (Andre Frossard, Dios existe, yo me lo encontré, Paris 1969).

Como gustaba repetir san Juan Pablo II: “El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor,”. (RH 10). Si algo nos enseña la difusión del suicidio es que el deseo de sentido no está en crisis (Cfr. AL 1). He aquí el gran desafío y la gran oportunidad para los creyentes de hoy. Nuestro mundo triste hasta la muerte, necesita de nuestro Evangelii gaudium, de nuestra Veritatis splendor.

No es lo mismo morir que dar la vida. Morir muere el hombre, muerte el animal y el vegetal, pero la huella de Dios aparece en el ser que es capaz de darse a sí mismo por amor y en el amor hasta la muerte (GS 24). El fenómeno del suicidio de nuestros jóvenes, incluso niños, es un grito silencioso que no podemos dejar de escuchar, pero también un kairos para la Nueva Evangelización.

Si el suicidio es el negativo de una existencia marcada por el amor, es también testimonio de que la nostalgia de una existencia eucarística sigue habitando en el corazón de todo hombre que viene a este mundo.

 

Juan Andrés Talens es profesor de la Facultad de Teología.

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