Juan Pablo II... y algunas coincidencias en su aniversario (Carola Minguet, Religión Confidencial)

Juan Pablo II... y algunas coincidencias en su aniversario (Carola Minguet, Religión Confidencial)

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La Iglesia celebró el pasado domingo el 45 aniversario del inicio del pontificado de Karol Wojtyla, sobre el que se han vertido infinidad de estudios, análisis, informaciones y opiniones de distinta naturaleza. Tanto es así que resulta imposible sumar alguna reflexión que no se haya volcado ya.

La editorial Encuentro ha publicado recientemente el libro Ratzinger y los filósofos y pensaba en ello al comenzar estas líneas. Y es que Juan Pablo II, como Benedicto XVI, tenía un gran respeto por la filosofía. Dejando aparte la cuestión sobre la mayor o menor pulcritud en su aproximación a la disciplina, hay un punto que ayuda a los que no somos expertos, y es que la vinculó a la experiencia, es decir, a su vida. 

Esta biografía está marcada por Teresa de Jesús y Juan de la Cruz; de hecho, su tesis doctoral en teología versa sobre la fe según el religioso místico (un tema tan difícil como sintomático sobre sus inquietudes), incluso se planteó entrar en el Carmelo. Es curioso que la onomástica del papa polaco sea siete días después de la que recuerda a la santa abulense. Seguramente sea una coincidencia, pero, fechas aparte, ambos están muy cerca, en la medida en que comparten una experiencia de unión con Cristo fuerte, robusta. Inquebrantable.

Así, aunque hay muchas cuestiones que se pueden reseñar sobre Juan Pablo II, me quedo con esta unión, a partir de la cual afrontó los problemas y desafíos mayúsculos y prolongados de su pontificado, desde el embate a una Europa del Este invadida (política e ideológicamente) por el comunismo a la relación entre el hombre y la mujer, a la cual se acercó con una mirada distinta, descubriendo una complementariedad psicológica, antropológica, ética… en lugar de sospechar, como hacen ciertas ideologías. 

“No tengáis miedo”, afirmó con firmeza y presteza, nada más asomarse a la plaza de San Pedro por primera vez. ¿Por qué la prensa se hizo eco de estas palabras? ¿Y por qué han sido tan citadas? Porque dio en el clavo, pues tenemos miedo a muchas cosas y, además, con razón (además de la angustia existencial, podemos saltar por los aires mil veces de la cantidad de armamento nuclear que hay en el planeta...) Pero esa frase sólo puede decirla convincentemente alguien que tiene algo más que carne y psicología, que vive dicha unión. 

Por eso creer en Dios no es algo meramente intelectual, sino experiencial. Y poco sentimental o emocional. Apunto esto a raíz de unas noticias de este fin de semana (de nuevo, las coincidencias…) sobre la publicación simultánea de dos libros que han reabierto el debate sobre la relación entre ciencia y religión: Dios. La ciencia. Las pruebas. El albor de una revolución (Funambulista, 2023) y Nuevas evidencias científicas de la existencia de Dios (Voz de Papel, 2023). Imagino que a Juan Pablo II le gustarían este tipo de estudios, que propició como han hecho casi todos los papas. Pero una cosa es mostrar que la ciencia se abre a la hipótesis de la existencia de Dios y otra bien distinta la experiencia del encuentro con Él.

Volvemos, pues, al inicio de esta columna. Está muy bien que se descubra que la razón no está cerrada, que no es impermeable, pero la fe es un don, y la tiene quien lo tiene. Un fruto -dice Ratzinger- del encuentro con Cristo. Juan Pablo II la vivió y la traslució. Por eso atrajo tanto. Por eso fue un imán y un faro. Y por eso sigue arrojando luz. 

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