Israel y Hamás, más allá de la geopolítica (Carola Minguet, Religión Confidencial)

Israel y Hamás, más allá de la geopolítica (Carola Minguet, Religión Confidencial)

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El análisis de la guerra entre Israel y Hamás es harto complicado. Para emitir un juicio sobre esta situación habría que tener todas las piezas delante, y no sé si las tenemos. Dos razones que apuntan algunos expertos es que Irán y Siria utilizan a los palestinos como instrumentos para atacar a Israel y que Israel ha maltratado sistemáticamente al pueblo palestino, que vive en una situación oprobiosa desde hace décadas en la franja de Gaza.  

Sin embargo, no bastan las variables que llevan cruzándose y emborronando este avispero durante toda su historia, pues tanto el hecho de que el terrorismo haya metido la zarpa como la respuesta de Netanyahu han encajado el conflicto social y armado en otras coordenadas. El terrorismo es siempre una salvajada demoníaca y Hamas no es el pueblo palestino ni representa su causa de libertad y de paz. Por otro lado, si bien el Estado de Israel tiene derecho a defenderse, no puede ser a la medida de los terroristas.

No obstante, esta enorme tragedia interpela a todos más allá de la geopolítica que, como señalan algunos, puede derivar en la situación más cruda del siglo XXI. El horror de las imágenes, de los miles de inocentes que han caído ya y los que sucumbirán hoy a manos de unos y otros, nos despierta del aletargamiento en el que vivimos. Nos inclina a tomarnos en serio el aspecto agónico de la existencia, a aceptar humildemente que la vida es un combate contra el mal que todos, sin exclusión, hemos de librar cotidianamente.  

Y es que solemos contentarnos con una solución superficial a las injusticias que provocamos y padecemos; las tapamos, metemos la porquería debajo de la alfombra. Pero la suciedad oculta sigue siendo inmundicia y acaba dañando a toda la casa. Al mal no se le puede dar una respuesta liviana. Es un error. De lo contrario se encalla, se enquista y va generando estructuras que son difíciles de desarraigar.  

El mal es la idolatría, la soberbia, la avidez, el ansia de poder y de poseer, no aceptar al que es diferente, empeñarse en una ideología, incluso encerrarse en las propias posiciones, como puede ser el ojo por ojo y el diente por diente. Este aforismo no vale si genera muerte y sangre: se ve en Tierra Santa y también en tantos matrimonios, familias y relaciones personales. El mal no hay que tomárselo a broma, nos visita a todos, por eso tiene sentido pedir perdón y hacer examen de conciencia al despertarse y al llegar la noche. 

En realidad, el mundo no se divide entre gente de izquierda y de derecha, progresistas y conservadores, partidarios de los judíos o de los musulmanes, defensores del Estado de Israel o detractores de la colonización sionista… La elección es más profunda: implica optar por la luz o por las tinieblas, cada día. 

En El Señor de los Anillos, Tolkien describe este combate con lirismo, pero con gran realismo, pues las batallas se juegan, antes que en las Minas Tirith o en el Abismo de Helm, en los corazones de sus personajes. Hay un momento en el que Sam Sagaz caminaba exhausto en los inhóspitos montes de Ephel Dúath, cuando «vio de pronto una estrella blanca que titilaba. Tanta belleza, contemplada desde aquella tierra desolada e inhóspita, le llegó al corazón, y la esperanza renació en él. Porque frío y nítido como una saeta lo traspasó el pensamiento de que la Sombra era al fin y al cabo una cosa pequeña y transitoria, y que había algo que ella nunca alcanzaría: la luz, y una belleza muy alta». 

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