No me llame Ternera (Carola Minguet, Religión Confidencial)

No me llame Ternera (Carola Minguet, Religión Confidencial)

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La entrevista de Jordi Évole al exjefe de ETA, Josu Urrutikoetxea, está resultando tan polémica como arriesgada. De hecho, algunas asociaciones de víctimas y sindicatos policiales pidieron la prohibición de su estreno y, en una carta abierta, más de 500 personas -algunas referentes del periodismo, la literatura y la universidad, como el escritor Fernando Aramburu o el filósofo Fernando Savater- solicitaron que se excluyera de la programación del Festival de Cine de San Sebastián. 

Ciertamente, como afirma Évole, el periodismo tiene una responsabilidad con la historia de nuestro país, que está marcada por el terrorismo de ETA. Así lo han asumido distintos medios de comunicación durante décadas, que han ejercido dicho compromiso con rigor, conciencia y altura profesional, pero también con valentía, pues sus directores, redactores, articulistas… se han jugado la vida, literalmente. Así, cualquier documental que se plantee con igual honestidad, en aras de la veracidad, sin justificar ni blanquear, bienvenido sea. 

El problema es que hay una delgada línea roja entre informar y otorgar un protagonismo fatuo a quien no lo merece. En principio, sólo de forma muy restringida se debe conceder voz a criminales, si es que quieren repudiar su vida pasada, resarcirse… En este sentido, es razonable considerar incompatible con la ética periodística dar voz y audiencia a quien se regodea de un daño tan corrosivo (advierten los spoilers de que Ternera no se retracta, incluso presume de que no todos los atentados y muertes que se le adjudican han sido juzgados).

No obstante, el tema merece una atención más allá de la deontología profesional, incluso de la disyuntiva entre libertad de expresión y cultura de la cancelación, que bien merecen ser analizadas. Y es que resulta arriesgada la narrativa audiovisual escogida, pues la entrevista, aunque está construida para el ámbito público, funciona con las reglas del diálogo privado. En este caso, la primera condición para que éste valga la pena no se da, pues el diálogo presupone simetría, y no es posible cuando uno vive en la realidad (el periodista) y el otro en un sueño (el terrorista inconsciente del valor de las atrocidades cometidas, que no es el que él le otorga, sino el que es).

Por otro lado, este formato genera un ámbito de confianza del espectador hacia el entrevistado, incluso una intimidad que puede llevarlo a empatizar con él. Por ello despierta recelo, como ocurre con tantas películas y series de ficción protagonizadas por personajes perversos, figurados o basados en personas reales, que nos provocan una extraña atracción. Por ejemplo, muchas series y películas han inmortalizado a capos de la mafia; en el imaginario colectivo están Salvatore Maranzano, Vito Corleone o, más recientemente, Thomas Shelby, todos ellos recreados con perfiles similares: cultos, de modales refinados, familiares, inteligentes… Siempre triunfan, aunque no tengan escrúpulos. 

Es verdad que las personas estamos llenas de matices; que en nuestra naturaleza hay una capacidad sublime para la belleza y para el bien y una tendencia tremenda para el mal; que a lo largo de la historia se han elaborado discursos maniqueos, pensados tanto para forjar grandes héroes como también despreciables villanos; que actitudes que hace años nos parecían horribles, hoy las vivimos con normalidad y viceversa. Que hemos patinado y patinamos muchas veces en la delicadísima división entre buenos y malos. 

Pero también es cierto que el mal y el bien piden ser iluminados en cada sociedad y en cada conciencia. Está claro que no se puede señalar a Ternera como si fuese el mal en sí mismo, pero las bombas y los tiros en la nuca; la ruptura de familias y de pueblos por una ideología sectaria; el fanatismo, la extorsión y el terror, no dejan lugar a la duda sobre su existencia. No hay opción para la ambivalencia. Para lo que sí queda espacio es para el arrepentimiento y el perdón. Siempre estamos a tiempo. De hecho, ha sido la gran oportunidad perdida de No me llamen Ternera.

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