¿Dónde están los alumnos? (Javier Ros, Las Provincias)

¿Dónde están los alumnos? (Javier Ros, Las Provincias)

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En esta vida acelerada en la que los medios de comunicación tienen tanta influencia sobre nosotros, es necesario detenerse a veces para plantearse cuestiones importantes que pueden pasar desapercibidas. Los flashes de información nos deslumbran y hacen que vayamos dirigiendo nuestras decisiones por los recodos de lo sorpresivo e inmediato. Esto nos despista de lo importante y de cuestiones que las instancias del poder quieren que pasen desapercibidas para la ciudadanía.

Hay noticias que impactan, como puede ser La (reciente) leyenda del beso o la carrera en los niveles de audiencia del prime time del circo mediático nacional. Hay situaciones mucho más serias, como la formación del nuevo gobierno, la inmarcesible situación de los antiguos condados o el total desmantelamiento de la nación ucraniana. Sin embargo, hay noticias que pasan sin pena ni gloria entre la hojarasca de informaciones de los digitales y que son decisivas para comprender hacia donde nos encaminamos.

EsadeEcPol publicaba recientemente la gran caída de la población en edad escolar de España. Los datos no dejan lugar a una benevolente interpretación: este año tenemos en la educación obligatoria 450 mil niños menos que hace diez años y la previsión es la caída del total de 1 millón de niños en las escuelas para 2037. Todo apunta a que esta reducción se va a concentrar en la zona occidental y central de nuestro país. Ciertamente que hay elementos proyectivos que deben ser manejados por la clase política como lo que son sin utilizarse para una posible demagogia, pero no deja de ser cierta la caída que ya arrastramos.

La situación carece de precedentes y apunta un futuro muy diferente a lo conocido. Estamos inmersos en el envejecimiento acelerado de la población española en su última y lastimosa fase de la llamada transición demográfica, la de la implosión. Ningún país que ha bajado del índice de reposición poblacional, los famosos 2,1 hijos por mujer, ha vuelto a superarlo hasta la fecha. No estamos hablando de una tormenta de verano, esto ha llegado para quedarse.

Ciertamente la reducción de aulas y el cierre de colegios se va a ser habitual cada inicio de curso, no obstante, esto no se puede convertir en la excusa para reducir la inversión en educación, para acabar de liquidar el mundo rural o para laminar el derecho de los padres a la libertad de educación de sus hijos. Todo cambio es una oportunidad para ir “a más”. Es un buen momento para reducir la ratio en las aulas, para potenciar la codocencia o para mejorar los recursos educativos, entre otras cuestiones.

En este punto, las familias y la escuela católicas deben ser conscientes de la situación, más aún cuando los estados, y el nuestro no es menos, caminan hacia el hipercontrol de todas las esferas sociales. Quien controla la educación controla el futuro de una sociedad como muy bien ha analizado la sociología contemporánea. El creciente control por parte del Estado de los currícula escolares, de los conciertos educativos, de los planes de estudio de las facultades de Magisterio… conlleva la reconfiguración de la sociedad de una forma muy potente. Todo ello unido a la transformación creciente de las mentalidades mediante la compleja situación económica y la presión de los mass media.

La reducción de aulas que estamos viviendo cada comienzo de curso y la aceleración de este proceso no pueden ser la excusa de los poderes públicos para implantar una intervención ideológica que conduzca a la reducción o suspensión de los conciertos educativos y la consiguiente pérdida de libertad para las familias. No es de razón entender la escuela pública como la única posible o legítima. La libertad de una sociedad se mide en la libertad de conciencia, en la libertad religiosa y en la consiguiente libertad educativa.

Con todo, tampoco se puede dejar de lado la necesidad de que los colegios católicos respondan con autenticidad a la confianza que las familias católicas depositamos en ellos y no se conviertan en difusores de una cultura contraria a la fe. Es imprescindible que la escuela católica se configure en torno a su razón de ser: colaborar con las familias a favorecer en los niños un modo de vida evangélico, es decir, que faciliten el encuentro con Cristo a través del conocimiento y el aprendizaje de las distintas disciplinas académicas. Si realmente familias y escuela católica convergen en la tarea de ir injertando a niños y adolescentes en la fe de la Iglesia, nuestra sociedad será capaz de apostar por la vida y crecerá el número de familias abiertas generosamente a ella. La cultura católica es una cultura favorece el desarrollo social con la acogida de la vida en toda su diversidad.

Quizás no se trate tanto de generar dinámicas reivindicativas, que a veces son necesarias, cuanto de llevar adelante un trabajo silencioso y cotidiano que muestre a cercanos y lejanos la gran apuesta por el ser humano que es la experiencia de la fe.

 

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