A vueltas con el terremoto (Pablo Vidal, Levante-EMV)

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Las terribles noticias sobre la catástrofe acaecida en nuestro vecino del Sur nos recuerdan que la distancia del Estrecho de Gibraltar es mayor que lo que señala la geografía. Marruecos no es el estereotipo que seguimos teniendo de un país de chilabas, camellos, palmeras y dunas. En nuestro vecino país conviven dos realidades que los franceses, cuando iniciaron la colonización a finales del siglo XIX, describieron con gran crudeza y realismo: la Marruecos útil y la inútil. Así de cruel y diáfano.

En este país coexisten dos realidades que apenas se tocan. Marrakech, centro turístico, con más de 50 hoteles de 5 estrellas y multitud de riads de lujo. Casablanca, ciudad de negocios y hub internacional con vuelos directos a Nueva York o Miami. Las fértiles tierras de la costa atlántica o la meseta del Sais, donde los cultivos de frutales, viñedo u olivos, pero también los invernaderos son extraordinariamente ricos y abundantes. Junto a ello, una zona rural pobre, de fuerte raíz pastoral, de origen nómada y que se ha asentado en el territorio, dejando de lado las jaïmas, hace poco más de medio siglo. La escolarización en estas tierras sigue siendo compleja y el acceso a unos servicios sanitarios de calidad todo un sueño, lejano e inalcanzable.

La colonización francesa siguió el mismo esquema que el empleado por los árabes, que ocuparon el territorio en el siglo VIII, controlando las tierras fértiles y creando las grandes ciudades que ahora conocemos, Fez, Meknes o Rabat. La población autóctona, los Amazigh, quedó relegada a las zonas de montaña y a las tierras inútiles, donde siguieron practicando un modo de vida nómada, con sus rebaños de ovejas. Desde el siglo XVII es la dinastía Alauí, descendientes de Mahoma, la que ha controlado el país, pero principalmente los valles y ciudades. De esta dinastía procede el actual monarca, que aúna el liderazgo político con el religioso. A los medios de comunicación les ha llamado mucho la lentitud con la que ha reaccionado ante la catástrofe. Esto es así porque juzgamos a los Otros con nuestros esquemas mentales y nuestra mirada europea.

El país sigue en nuestros días profundamente dividido entre ese vibrante mundo urbano, rico y moderno, y el medio rural, ganadero, montañoso y habitado por los Amazighs, los bereberes o bárbaros, pues no hablan el árabe sino la lengua que se hablaba antes de la invasión. El Rif o el Atlas han sido y siguen siendo territorios alejados de las prioridades del Gobierno.

El drama de Marruecos es que el medio rural sigue viviendo en condiciones de gran precariedad y abandono. Los servidores públicos que son destinados en estas tierras “inútiles” muestran su incomodidad y buscan cuanto antes salir de esos destinos para volver a las tierras costeras. El terremoto ha golpeado precisamente estas tierras de montaña, el Alto Atlas, con pequeños pueblos muy mal comunicados y con apenas recursos, por lo que la catástrofe se ha cebado con quienes menos tienen. Es de estos lugares de donde tradicionalmente ha surgido la migración hacia diferentes países de Europa, como Francia, Italia, Bélgica o España.

El gran reto de Marruecos es conseguir que el Estado llegue hasta estas tierras y que los habitantes de las montañas, de las provincias del Este y del Sur dispongan de los mismos servicios que los ciudadanos de Casablanca, Rabat o Tánger. En los próximos meses asistiremos a un importante retroceso de turistas por el efecto rechazo, así como a un nuevo éxodo desde estos pequeños pueblos y aldeas, que han quedado destruidos, primero hacia las grandes ciudades, pero luego hacia Europa, buscando oportunidades y una vida mejor en el lado Norte del Estrecho. Más allá de las valoraciones políticas, el papel de nuestro país y de la Unión Europea debería ser colaborar en el desarrollo de este medio rural, para fijar la población en estas tierras ahora devastadas, pero garantizando una calidad de vida en condiciones de la que hasta ahora carecían.

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