El canon de belleza nos enferma (Gema García, Las Provincias)

El canon de belleza nos enferma (Gema García, Las Provincias)

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El modelo imperante de belleza nos enferma lenta y sibilinamente. Alrededor del 50 por ciento de los niños de entre 6 y 12 años tiene insatisfacción corporal, los trastornos alimentarios en la adolescencia se han disparado más de un 300 por ciento en los últimos años y la insatisfacción corporal en la vida adulta está tan extendida que se considera normativa.

¿En qué momento nos hemos conformado con esta situación? ¿Cuándo empezó a parecernos normal estar en guerra con nuestro cuerpo? ¿Por qué?

No nacemos odiando nuestro cuerpo, aprendemos a odiar nuestro cuerpo a través de las influencias externas (culturales, sociales, familiares…). La sociedad glorifica un único e imposible modelo de cuerpo válido al que atribuye todas las características deseables, mientras estigmatiza e invisibiliza a quien se sale del canon (o sea, al 95 por ciento de la población).

Estos legados socioculturales se filtran a través de las actitudes familiares hacia el cuerpo y su relación con él y a través de experiencias con iguales en las que algunas personas viven situaciones traumáticas de rechazo y humillación. También extienden sus tentáculos para llegar a toda la población a través de la publicidad, los medios de comunicación donde se premia también cumplir con el canon, se invisibiliza a quien no lo hace, se nos anima a aspirar a la perfección (eso sí, pasando previamente por maquillaje, peluquería, iluminación, Photoshop y demás… pero eso no nos lo cuentan). No nos lo cuentan y por tanto el mensaje es: “Tú has de parecerte al canon al natural y recién levantada”.

Hace tiempo se propuso que en las fotos retocadas hubiera un aviso explícito. La iniciativa no salió adelante. Una pena. Una vez más se queda por el camino una medida que podría prevenir o amortiguar el impacto del canon de belleza en la salud de la población.

Capítulo aparte merecen las redes sociales, donde se nos invita a distorsionar la realidad a través de filtros que nos deforman hasta no parecer nosotros mismos. Consecuencia de esto, ha aparecido la llamada “Dismorfia de Snapchat”: jóvenes que ya no se reconocen en el espejo porque cuando se asoman a él, esperan encontrar su cara con filtro. Su imagen real, ya no la sienten como suya, incluso la rechazan. Es espeluznante que hayamos llegado a este extremo y nos parezca de lo más normal, ¿no os parece?

La descalificación (si no cumples el canon, no vales) y la desconformación (si no cumples el canon, no existes) son formas de maltrato relacional a las que estamos sometidos todos aquellos que no cumplimos el canon. Como consecuencia de ello, aparece el dolor social, que activa las mimas regiones cerebrales que el dolor físico, y la vergüenza corporal.

Las personas que enferman en un intento de cambiar su cuerpo no están intentando cambiar su cuerpo, están tratando de conseguir aquello que la industria de la moda y la belleza les prometió que conseguirían si tenían ese cuerpo: pertenencia, aceptación, seguridad, felicidad, éxito… Pues bien. Nos han contado una mentira.

Detrás del modelo imperante de belleza existen enormes intereses económicos. A la industria de la belleza, la moda y el adelgazamiento le interesa que estemos insatisfechos para que así podamos consumir más y ganar más y más dinero. Nos enferman por dinero. Crudo pero cierto.

Nuestra felicidad no está en el cuerpo. O sí. Pero no de la forma en que solemos entenderlo. Nuestra felicidad depende de qué decisiones tomamos cada día, si están o no orientadas a nuestros valores, depende de cómo gestionamos nuestras emociones, depende de cómo nos relacionamos con los demás, depende de cuánto cuidamos o descuidamos nuestro cuerpo, pero buscando cuidarlo y honrarlo dándole el papel fundamental que tiene para nuestra existencia. Nuestro cuerpo merece agradecimiento, alimentación flexible e intuitiva, actividad física, cuidados de salud y atención a sus señales, que nos indican necesidades que hemos de cubrir. Y nada de eso lo marca un peso o una talla determinada.

Llegados a este punto, tenemos dos opciones: seguir dándole la espalda a la vida, continuar poniéndole filtros y haciendo dietas ineficaces cada verano o mirar de frente. Nuestro cuerpo es un compañero de por vida gracias al cual estamos vivos, gracias al cual sentimos y vivimos experiencias increíbles. Tenemos muchas más cosas que agradecerle que cosas que reprocharle.

¿Y si cambiamos la operación bikini por la operación afirmación? Soy, existo, merezco ocupar espacio y hacer las cosas que me hacen feliz sin sentirme limitado por el cuerpo.

Cambiemos el estigma por el respeto a los cuerpos propios y ajenos. 

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