Una monarquía simbólica (Fernando García Mengual, Las Provincias)

Una monarquía simbólica (Fernando García Mengual, Las Provincias)

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Según el Barómetro de marzo pasado del CIS, la monarquía solo es un problema, pero no el primero, para el 0,3 de la población española. Sin embargo, su presencia en el debate político, aunque no constante es recurrente.

A cuenta de la reciente ceremonia de coronación de Carlos III en la Abadía de Westminster, no han sido pocos los comentaristas que han vuelto a visitar este asunto. Ni el debate ni los argumentos son novedosos, de hecho, son más bien casi tan viejos como la propia institución.

En nuestra retina quedan una sucesión de ritos y símbolos, algunos milenarios, que simbolizan el poder, el gobierno, pero también la justicia o la equidad, e incluso la misericordia. Y ello da una buena medida de cómo la Corona británica ha sido capaz de acompasar su realidad a la evolución de la sociedad a la que sirve. Es decir, las formas y símbolos, algunos medievales, adquieren significados que permiten que una sociedad diversa, compleja y moderna, como la británica, se identifique con ellos y con su monarca.

Con el vaciamiento de poder efectivo de la Corona en favor del parlamento, las monarquías, hoy convertidas en monarquías parlamentarias, se transforman en una personificación del Estado, de la comunidad política en la que se organiza la sociedad de un determinado territorio. Sin embargo, que no tengan «potestas» no las convierte en irrelevantes o innecesarias en el entramado institucional. Tanto es así, que no son pocas las repúblicas en nuestro entorno inmediato que han definido jefaturas de Estado de contenido simbólico en el que quien ostenta la presidencia de la república carece de prácticamente todo poder efectivo.

La existencia de una magistratura neutral, que se mantiene al margen del debate político concreto, dota al sistema institucional de un referente en el que todos se puedan ver reflejados o, al menos, del que muchos no se sienten rechazados. Por eso, precisamente por eso, la monarquía, de manera constante, no es un problema para la práctica totalidad de los españoles. Como tampoco lo es según las encuestas, para la mayoría de los británicos.

Las monarquías parlamentarias están plenamente integradas en los sistemas democráticos actuales, algunos de ellos, de los más avanzados del mundo, como los países escandinavos o los Países Bajos, sin ir más lejos. Pero también España, que tras más de 40 años de vida constitucional es ya una democracia plenamente consolidada, aunque amenazada desde dentro y desde fuera, en estos procelosos tiempos.

Según reza nuestra Constitución, el Rey es el símbolo de la unidad y permanencia del Estado. Así, la Corona es más que la persona que la ostenta, o incluso su familia, es la manifestación tangible de una realidad compleja y diversa que es la sociedad española y su organización política. Porque el Rey no se representa a sí mismo, ni siquiera al Gobierno, representa a toda la comunidad política española. Una representación tanto hacia la propia comunidad, como hacia el resto de las naciones que conforman la comunidad internacional, especialmente aquellas con las que tenemos unos lazos históricos y afectivos más intensos, como también reconoce expresamente la Constitución.

Este carácter representativo lo es también de la naturaleza democrática del Estado. En la ceremonia de coronación de Westminster, ocupó un lugar destacado de la líder de la Cámara de los Comunes; de igual modo, los actos más relevantes de la monarquía española se celebran ante las Cortes Generales: la proclamación del Rey o, como ocurrirá en unos meses, el juramento de la Constitución de la Princesa de Asturias. Son actos, ritos y símbolos de la configuración de las monarquías parlamentarias, donde el soberano es el pueblo, todo el pueblo, y el rey únicamente encarna esa soberanía que actúa a través de sus representantes elegidos libremente por la ciudadanía.

La sociedad española ha cambiado mucho en los últimos años, la Constitución de 1978 ha sido un acicate único para la modernización y el desarrollo de este país. La Corona, como institución debe adaptarse a este cambio, porque la esencia de la monarquía es ser el punto de encuentro neutral de toda la comunidad, la representación actual de los valores y principios comunes a la sociedad. Son pues, necesarias apuestas decididas por dotar a la Jefatura del Estado de rasgos que son asumidos por la ciudadanía: la diversidad, el pluralismo, la transparencia o la proximidad son apuestas que contribuyen a consolidar la viabilidad de la institución monárquica.

Los ritos y ceremonias representan realidades concretas. Y aunque estos ritos y ceremonias sean antiguos, en el caso de las monarquías parlamentarias, han sido capaces de incorporar significados actuales, y así las actuales ceremonias de coronación son la expresión del pacto de convivencia basado en el respeto a las libertades de las personas y el imperio de la ley, como garantía de esas libertades. Y de ello fue un ejemplo la coronación de Carlos III, como lo será el juramento de la Constitución de la Princesa de Asturias. Por eso, para los españoles, como para los británicos, la monarquía no es el problema, ni siquiera es un problema.

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