Maternidad subrogada y chivos expiatorios (Carola Minguet, Religión Confidencial)

Maternidad subrogada y chivos expiatorios (Carola Minguet, Religión Confidencial)

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El tema de la semana -una famosa que ha “adquirido” en Miami un bebé gestado por otra mujer- ha abierto un debate en España entre partidarios y detractores de la maternidad subrogada. Por un lado, están los liberales que postulan la legalización de los “vientres de alquiler”. ¿Qué hay de malo en algo que acuerdan libremente varios adultos y ayuda a traer una nueva y deseada vida a este mundo?, plantean. Por otro, los progresistas que se alzan en contra de este procedimiento apelando a la madre “invisibilizada” y “mercantilizada” (aunque suelen olvidarse del hijo, al que también se cosifica y convierte en objeto de negocio). Además, están las recientes voces “de consenso”, que proponen una gestación subrogada “altruista” al valorar el drama personal y familiar que puede llegar a significar el ansia insatisfecha de la paternidad o la maternidad. Los tibios suelen ser más sibilinos.

Como ha planteado De Prada, este debate vuelve a confrontarnos con el cáncer de la subjetivización del Derecho, pues éste debería ser discernimiento sobre la naturaleza material de las acciones humanas, no mera gestión de voluntades individuales. La maternidad subrogada es una práctica aberrante que priva a los niños de una filiación completa, que emplea técnicas que exigen la “fabricación” de embriones que luego son “descartados”, que lleva a una mujer a gestar un bebé para otros, negando el vínculo con la criatura que crece en su vientre… Estas y otras razones que se han vertido a lo largo de estos días evidencian que no puede regularizarse. De momento, parece que la posición del Tribunal Supremo es clara al respecto, pero no nos confiemos... Las horas para su legalización están contadas pues, como hemos comprobado en los últimos tiempos, la legislación también es capaz de pervertirse y condicionarse a intereses políticos y económicos. 

Junto con la controversia jurídica, el caso ha agitado una disputa de fuerte contenido axiológico. Así, se ha discutido acerca de los límites de la tecnología (que se traspasan siempre que hay negocio), sobre la dignidad de la mujer, la mercantilización de la vida y de la filiación… En este punto, es llamativo que hoy en día se consulte a los expertos para casi todo, pero no en cuestiones de moral. Resulta paradójico. Como lo sería solucionar un problema matemático negando que es una ciencia exacta y convocando, en lugar de a personas competentes, a cualquiera que quiera opinar sobre si los algoritmos les parecen más igualitarios o las fracciones más tolerantes. Parece que todo el mundo sabe cómo hay que vivir y tiene autoridad para compartir sus decálogos en las redes sociales y tertulias televisivas.

Sin embargo, lo más sorprendente de este episodio es que haya tanta gente escandalizada con la famosa en cuestión. De hecho, da que pensar sobre el afán de buscar chivos expiatorios en una sociedad hipócrita que, en vez de reconocer el mal y llamarlo por su nombre, lo personifica en casos y prácticas concretas cuando le interesa. Si la cultura ha aceptado que todo lo que tecnológicamente se puede hacer se va a hacer, lógicamente, se hace. Si ha pontificado que la vida humana no es un valor absoluto, no lo es. Si ya no hay límites en el comportamiento sexual y reproductivo, no los hay. ¿A qué vienen tantas reacciones airadas? ¿Qué esperábamos? Vientres de alquiler y lo que haga falta. Y lo que vendrá.

En el fondo, se quiere volcar hacia fuera o hacia otros el mal que no sabemos reconocer ni gestionar. La maternidad subrogada es una patología más de nuestra sociedad enferma. 

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