¿Premiar a Peter Singer? (Julio Tudela y David Guillem-Tatay, Las Provincias)

¿Premiar a Peter Singer? (Julio Tudela y David Guillem-Tatay, Las Provincias)

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Peter Singer ha recibido el Premio Fronteras del Conocimiento otorgado por la Fundación BBVA “por haber realizado innovadoras contribuciones académicas en el ámbito del dominio de lo moral”. El filósofo es un claro exponente del utilitarismo contemporáneo, que se caracteriza por pretender “la máxima felicidad posible para el mayor número posible de personas”, pero entendiendo esta felicidad -y esto es sustancial en el planteamiento- como la capacidad de experimentar placer y evitar el dolor.

El utilitarismo suele implicar el sacrificio de algunos para beneficiar a una mayoría. Cuántos atentados contra la dignidad humana -eugenesia, sometimiento, esclavitud, tortura, asesinato-, se han justificado según este planteamiento, y sus consecuencias han resultado, en todo caso, devastadoras.

Así, el infanticidio eugenésico, actualmente defendido por el premiado Singer, es recurrente a lo largo de la historia. También aquellas prácticas que persiguen “mejorar la especie” seleccionando individuos poseedores de determinadas cualidades y eliminando a otros “defectuosos”, lo que implica considerar que existen “vidas indignas de ser vividas”, porque conllevan sufrimiento, vulnerabilidad o dependencia. Tampoco éste es un hallazgo de Singer, ni se sitúa en la “frontera del conocimiento”, como se denomina el premio ahora concedido. 

La expresión “vida indigna de ser vivida” fue un término utilizado en la Alemania nazi por decisión personal de Adolf Hitler y creció en extensión y alcance con el proyecto “Aktion T4”, que exterminó a cerca de 300.000 personas en hospitales psiquiátricos en Alemania, Austria, Polonia y el protectorado de Bohemia y Moravia. También fueron inspirados por las tesis utilitaristas los experimentos en los campos de concentración de Josef Mengele o los realizados en EE.UU con presos afroamericanos en Tuskegee, que provocó la muerte de 325 hombres, varias decenas de esposas contagiadas y bastantes niños nacidos con sífilis congénita.

Más tarde, entre 1946 y 1948, en colaboración con altos cargos guatemaltecos, investigadores norteamericanos, aplicando de nuevo criterios utilitaristas, infectaron deliberadamente de sífilis a 1500 personas de ese país centroamericano. Para ello, usaron a prostitutas ya contagiadas e inyecciones directas del patógeno. El estudio, cuyo objetivo era establecer la efectividad de la penicilina como tratamiento, estuvo bajo la dirección de John C. Cutler, un médico que había intervenido en el estudio de Tuskegee, y contaba con la aprobación del consejero Nacional de Sanidad del gobierno estadounidense. Sin duda, también se pretendía obtener un mayor beneficio para un elevado número de ciudadanos, que implicaba contagiar y sacrificar a otros. ¿Quizá menos dignos?

Las tesis hedonistas que sustentan el utilitarismo, ahora premiado en Peter Singer, poseen en todo caso efectos colaterales letales. Así el sufrimiento que conlleva un embarazo puede justificar el aborto. O las renuncias a que puede obligar tener un hijo discapacitado o un familiar dependiente pueden justificar su eliminación sin más. Pero Peter Singer va más allá. El mero hecho de ser inmaduro, como el embrión, el feto o el neonato, o el tener alterada la consciencia, como pacientes en coma, o la autonomía como en el caso de grandes dependientes, supone una merma suficiente de “calidad” -dignidad- en sus vidas que justificaría su exterminio. Para Adolf Hitler también eran causas suficientes la raza o la enfermedad mental. 

Sin embargo, para Singer, esto no sucede con otros seres “no humanos”, como es el caso de los chimpancés, gorilas y orangutanes. De donde es razonable que se siga que los animales son iguales e, incluso superiores, a las personas, sobre todo cuando hablamos de personas que carecen de ciertas capacidades. Singer otorga más dignidad y derechos a estos animales que a seres humanos dependientes o inmaduros, en una confusión biologicista que reduce al ser humano a la materialidad de su biología y a la capacidad de sentir.

Cuando hablamos de dignidad humana, no lo hacemos como algo que se tiene, porque si se tiene, se puede perder. La dignidad humana no pertenece a la lógica del “tener” sino a la lógica del “ser”. Y esto se predica de todas y cada una de las personas. Por eso la persona es insustituible, no tiene precio. De ahí la trascendencia de la dignidad ontológica: no depende de tener una serie determinada de propiedades, capacidades o sentimientos.

Los seres humanos pueden rechazar el placer o a aceptar el dolor si de ello depende un bien para el otro. Porque son libres y pueden amar, incluso a sus enemigos. Y pueden dar su vida para salvar la de otros. O sea, pueden desligarse de la dictadura instintiva.

La libertad consiste en amar hasta que duela, como afirmó Santa Teresa de Calcuta, porque no es el placer lo que nos dignifica como seres humanos, sino el amor. Somos más que seres sintientes, y eso es lo que nos diferencia del resto de animales, esos a los que el laureado Singer parece preferir en muchos casos.

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