¿Hace falta un Día de la Mujer? (Carola Minguet, Religión Confidencial)

¿Hace falta un Día de la Mujer? (Carola Minguet, Religión Confidencial)

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¿Hace falta un Día Internacional de la Mujer? Una razón que podría objetarse es que implica convertir en excepcional lo que no lo es: hombres y mujeres somos iguales en dignidad, derechos y libertades, valemos lo mismo, tenemos las mismas capacidades. Es cierto que hay momentos y lugares donde la mujer está desigualmente considerada, pero el peligro de celebraciones como estas es que una verdad de base sea convertida en una verdad excepcional. Cuando sale el sol es de día, y, cuando se esconde, de noche. ¿Hemos de reivindicar lo evidente? ¿Aún, en 2023?   

Hacer extraordinario lo natural también entraña el riesgo de volverlo vulnerable al uso político, de instrumentalizarlo, tal y como nos ha acostumbrado el Ministerio de Igualdad. Incluso existe el peligro de convertir la verdad en un arma arrojadiza. Igualdad no significa eliminar las diferencias entre hombres y mujeres, sino erradicar el trato desigual nacido de esas diferencias (que existen, han existido y existirán) y la convicción de que nos hacen menos competentes a las mujeres. Esta es la perspectiva razonable de la lucha feminista en la historia. La que no hay que perder, pero que, sin embargo, se ha nublado, cuando no erradicado, en tantos foros. De hecho, la cara más visible del feminismo en las últimas décadas es la de algunas corrientes que se han ido por los derroteros irreales y dañinos de la ideología, distorsionando esta reivindicación para provocar violencia, enfrentamiento social y sufrimiento.   

Entonces, ¿no hace falta el Día Internacional de la Mujer? Un argumento que avala su celebración es que todavía debemos recordar que hemos de ser medidas con los mismos baremos laborales, políticos y sociales que los hombres; que elegimos nuestros estudios, votamos a nuestros representantes públicos, educamos a nuestros hijos y trabajamos dentro y fuera de casa. De hecho, esto último hay que decirlo por activa y por pasiva: trabajar en casa es trabajar y la integración familiar es, en la mayoría de los casos, una quimera. Otra justificación es la empatía de aquellas mujeres que salen a las calles cada 8 de marzo a manifestar su preocupación por tantas mujeres en situaciones desfavorecidas, de esclavitud sexual, violencia o maltrato. Unas y otras ven en esta efeméride una ocasión para reconocer que queda camino por recorrer en la causa por la mujer y que dicha causa no puede encomendarse a las cuatro extremistas que salen como “portavozas” en las portadas de los periódicos.   

Con todo, el problema del feminismo es anterior y más profundo a su evolución histórica o al hecho de que haya divisiones a la hora de enarbolarlo. Si bien ha alcanzado hitos importantes y necesarios, todavía no ha sido un éxito porque ha partido de una premisa incompleta. En los albores, reclamó lo que Virginia Woolf llamaba una “habitación propia”, es decir, un horizonte de desarrollo personal, libertad para tener un boceto vital propio, responsable, adulto, unido la mayoría de las veces al proyecto más amplio de la familia. Una pretensión justa. Sin embargo, si en muchos casos no ha conseguido dar más felicidad a las mujeres es porque ha faltado una base antropológica. Para saber qué pedimos las mujeres necesitamos saber quiénes somos. Y para responder a esta pregunta es preciso el varón.   

Quizás, lo que falta proclamar en un día como éste es que hombres y mujeres somos maravillosamente diferentes y, por eso, ineludiblemente complementarios. Lo que ayuda a una mujer a descubrirse como tal es un hombre. Y viceversa. La complementariedad, por tanto, no se refiere a la relación amorosa, sino que tiene que ver con que a cualquier persona le hace falta el resto de la realidad. Es decir, no se aplica a un estado civil, sino a no vivir aislados, a reconocer que la propia existencia tiene sentido en medio del mundo.  

Cuando Adán despertó de su sueño vio a Eva. Al contemplarla, descubrió que era carne de su carne y hueso de sus huesos, una carne y unos huesos distintos al resto de los seres vivos. Y se maravilló de la imagen de la mujer, que no sólo le reveló su identidad, sino que le evocó otra Imagen a la medida de la cual ambos habían sido creados. 

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