Opinión y divulgación | UCV

Hermana muerte (Francesco Trabalza, Las Provincias)

Noticia publicada el

Hermana muerte (Francesco Trabalza, Las Provincias)

En el cuadro que delineó San Juan Pablo II en la encíclica Evangelium vitae, nos encontramos ante una verdadera y propia “cultura de la muerte”, una cultura que se despliega cuando se cumplen varios elementos: primero, la normalidad del mal, es decir, la difusión de conductas contrarias a la vida (y a la familia); luego, la licitud moral del mal, la percepción de que tales conductas son aceptables precisamente por estar difundidas. De aquí el juicio de neutralidad o doble rasero - “yo nunca lo haría, pero no puedo imponer mi opinión a los demás”- hasta llegar a la definición de estos actos como buenos o casi obligatorios (“no abortar a un niño con malformaciones es un acto de egoísmo; continuar discutiendo en casa y no divorciarse perjudica a los hijos”).

La difusión y moralización del mal desemboca, inevitablemente, en su legitimación jurídica: la conducta privada se convierte en práctica social que exige reconocimiento legal, floreciendo así los ennoblecidos derechos civiles. Legitimar una práctica siempre facilita su expansión. El último paso es la colaboración y movilización social –pública y privada– para amplificar y difundir estas conductas, principalmente a través de los medios de comunicación. Lo que ha cambiado, por tanto, es el sentido general de la vida: una carrera insensata y subjetiva hacia el fantasmagórico “derecho a la felicidad” que prescribe la eliminación del dolor, del mal, del sufrimiento y, máximo tabú, de la muerte. La “nueva” muerte está higienizada y alejada de los ojos, para esconderla al corazón de una nueva humanidad que teme la Nada, pero desconoce la esperanza en el Todo.

El materialismo ilustrado de nuestro aturdido tiempo prohíbe el anhelo ultraterreno y, al no poder abolir a la fría hermana, la niega con euforia empalagosa. Significativo –y tristísimo– es que la festividad de Todos los Santos, seguida de los Fieles Difuntos, haya sido reemplazada por Halloween, penosa certificación de un vasallaje económico. Bajo las formas del macabro y banalmente ritual y de una deriva comercial que invade ferias de disfraces y chucherías empaquetadas, el ganado humano que se agita al grito de “truco o trato” ignora por completo su sentido original: una representación destinada a exorcizar la muerte y afrontar lo oculto.

El símbolo de la calabaza tallada proviene del irlandés Stingy Jack (O’Lantern), un borracho cuya alma reclamó el diablo. Es el Mercado –rigurosamente escrito con mayúscula–, unido al espectáculo, que no se detiene ante nada y, dicen, “debe continuar”. He aquí servida la regresión de lo sagrado, de lo religioso y de lo ritual. En lugar de percibir la muerte, el sufrimiento y el dolor como los motores más fuertes de la vida, como base de la vinculación humana y del cuidado mutuo, el individuo-masa busca eliminar el sentimiento de muerte como un escándalo. Hoy, quien muere parece traicionar a los que quedan. El duelo y el dolor deben permanecer confinados en la esfera privada. No más necrópolis: los cementerios se aplastan en polígonos y los cortejos fúnebres ya no recorren pueblos ni ciudades. Señales inequívocas de un horror hacia el cuerpo humano difunto, de una distancia total respecto a la hipótesis –la apuesta, como la llamó Pascal– de la persistencia del alma, y de una trágica devaluación del propio rastro dejado en la tierra. Un individualismo extremo que, ante la muerte, se inclina hacia el solipsismo y la ansiedad por la disolución.

Antiguamente, se acogía a la muerte como una hermana ineludible. San Francisco la llamó por su nombre y la bendijo. Morir “de vejez”, rodeado de hijos y nietos, sin ocultar el cuerpo del abuelo a los niños, formaba parte del sentido de la vida, del respeto por el difunto, de una iniciación a la existencia. Hoy, el dolor y el sufrimiento se internan en recintos especializados, donde el moribundo es entregado al experto, al “tanatólogo”, que trata el tránsito científicamente. Incluso se ha inventado un nuevo eufemismo políticamente correcto, “fin de vida”. Porque, al no poder abolir la muerte por decreto ministerial ni mediante sofisticadas tecnologías, se pretende “gestionarla” (noción tan contemporánea…).

Estas reflexiones no buscan emitir juicios: todo lo que concierne al sentido de la muerte es materia demasiado profunda, que involucra el íntimo de cada uno de nosotros de manera tan potente y absoluta que escapa a cualquier criterio de mérito. Sin embargo, asfixia pensar –a cualquiera que no tenga del ser humano una concepción puramente material o zoológica– en la indiferencia hacia las vidas que nacen, eliminadas con un simple acto de voluntad, y en la frialdad y seguridad con que la muerte se convierte en un gesto técnico, ejecutado con la asistencia de nuevos verdugos convencidos de actuar por el bien y, sobre todo, según la ley. La sabiduría de Francisco de Asís, que en sus Laudes saludaba a la “hermana muerte corporal” como puerta hacia la visión del Eterno, resulta insoportable para una (in)civilización que ridiculiza lo sagrado y convierte la vida en un producto de laboratorio. En una cultura sin Dios y contra Dios, el hombre se ha proclamado en vano dueño de la vida, conformándose con ser un administrador truhanesco de la muerte: pobre reacción ante el miedo a algo enorme, inevitable, del que se ha hecho rehén, y cuyo verdadero Misterio ya no sabe abrazar.

Documents to download

  • Tribuna(.pdf, 924,08 KB) - 3 download(s)

Noticia anterior_ Trajes prestados (Carola Minguet, Religión Confidencial)

Buscador de noticias

Calendario

«noviembre de 2025»
lu.ma.mi.ju.vi.sá.do.
272829303112
3456789
10111213141516
17181920212223
24252627282930
1234567

Últimas noticias publicadas