A propósito de las conclusiones del III Congreso Internacional Pobreza y Hambre: Educación y Tecnología en el contexto de la pandemia

Cátedra de la Caridad Santo Tomás de Villanueva

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A propósito de las conclusiones del III Congreso Internacional Pobreza y Hambre: Educación y Tecnología en el contexto de la pandemia

Gonzalo Tejerina Arias | Facultad de Teología de Salamanca

 

Salamanca, 22 de noviembre de 2021 - Al término del III Congreso Internacional Pobreza y hambre, el pasado día 10, el Director del mismo, Don José Luis Sánchez hacia presentes las conclusiones del encuentro. Todo el caudal de análisis y reflexiones del Congreso, con ponentes del máximo nivel intelectual, incluido un Premio Nobel, tendrá la consideración detenida que merece y que necesita nuestro contexto social y eclesial. Ahora, en este apunte breve, va un comentario parcial a las Conclusiones. Comentario parcial porque me detendré sólo en algunas, dejando los puntos 4, 6, 7 y 8, de suma importancia en medio del actual desequilibrio ecológico y la necesaria reorientación de la tecnología, la producción agrícola y la ineludible superación de la indiferencia moral ante la pobreza y otros males humanos. Apunte breve sobre las mismas conclusiones a que me refiero que merecerían una consideración más amplia.

1. La pandemia y sus efectos positivos. Situado explícitamente el Congreso en el marco de la pandemia que padecemos, las conclusiones abordan las consecuencias de esta verdadera plaga. Y lo hacen señalando su ambivalencia, propia de todas las cosas de este mundo, pues el mal absoluto, como enseñaba San Agustín, no existe, y una calamidad de tanta gravedad como ésta puede revelar aspectos positivos que no se pueden perder de vista.  Así, “ha descubierto nuestra vulnerabilidad”, la pandemia ha hecho conscientes a los hombres de esta hora, los más poderosos de todos los tiempos, que somos criaturas frágiles y esto, si es una lección dolorosa, nos pone ante la verdad del hombre. Habría que prolongar esta enseñanza en la necesaria humildad y en la debida solidaridad, porque como siempre ante la desgracia la unión nos hace más fuertes.  Pasará la pandemia, al menos en sus modos más agresivos y letales, y entonces correremos el riesgo de olvidar la lección de sano realismo que ha impartido llamando a abdicar de todo autoenaltecimiento, de la excesiva confianza en nuestros poderes humanos. Pero el sufrimiento, el halo de muerte que el COVID-19 ha dejado entre nosotros merece un recuerdo sobrio, una memoria serena que mantenga viva esa lección de humildad necesaria en el modo humano de ser y de habitar en este mundo.

Efecto positivo que sin duda ha tenido el COVID-19 y que las Conclusiones mencionan muy justamente es el trabajo científico que ha producido unas vacunas muy eficaces, que además, como bien se dice, pueden haber abierto vías nuevas de progreso terapéutico. Hay que celebrar el éxito de la ciencia. Los cristianos hemos rezado mucho en este tiempo y lo seguiremos haciendo, pero nos complace sobremanera que la investigación haya logrado la vacuna que está haciendo retroceder al virus. Felicitamos con calor y gratitud a los científicos que han puesto todo el poder de sus saberes para vencer a un enemigo de tanto peligro. En esta batalla reconocemos lo que es y ha de ser siempre el rostro genuino de la ciencia, amante de la vida, defensora del hombre.

Una tercera lección deja el COVID-19: hay que prestar atención no solo al dolor físico, también al sufrimiento. Se establece aquí una diferenciación precisa entre dolor y sufrimiento, el primero físico, el segundo moral, derivado de la experiencia de soledad y abandono.  En efecto, han muerto muchas personas víctimas del virus en aislamiento a fin de evitar el contagio. Esa muerte envuelta en miedos, sin una presencia afectuosa, es inhumana. La lección que deja la distinción dolor físico-sufrimiento moral llama, más allá de los cuidados médicos frente al dolor, a combatir el sufrimiento moral, lo cual está al alcance de todos, acompañando con afecto, dando ánimo, consuelo, esperanza…

2. El cuidado de los niños. Un papel importante en las Conclusiones se reserva, con notable delicadeza, a los niños y su padecimiento propio. El confinamiento interrumpió su vida escolar, su proceso de socialización, alteró su estado psíquico, incluso su alimentación, porque muchos niños de familias económicamente débiles dejaron de hacer una comida en el colegio, comida decisiva en su alimentación. Huelga decir cuánto la desnutrición propicia la enfermedad o la agrava.

Pero con la desnutrición, el texto aborda otro problema de la mayor importancia que es la educación, porque un niño es siempre un educando. Sobre lo ya dicho acerca de la mala alimentación en ocasión de la pandemia, la conclusión número 7 traza con clarividencia un círculo trágico entre el déficit educativo y el déficit en la alimentación. Porque, por una parte, un sistema educativo, como se dice de modo muy expresivo, abre “cien años de diferencia” entre quienes lo disfrutan y quienes no, y donde no hay escuela abunda la pobreza y el hambre. Pero a su vez, la desnutrición compromete la buena educación. Con un dato lamentable: el veinte por ciento de los niños están desnutridos y no crecen bien, y esa desnutrición a su vez tiene nefastas consecuencias en el aprendizaje. En suma, ese círculo que el Congreso denuncia en las Conclusiones: la mala educación propicia la pobreza y el hambre; la pobreza y el hambre dificultan o comprometen un buen proceso educativo.

La familia constituye el mejor factor de protección y promoción de la salud de los niños, la física y la espiritual. Los padres son “los primeros médicos”, como son también, obviamente, los primeros educadores. Por tanto, proteger a las familias es tanto como proteger a los niños y por tanto a la humanidad futura que son ellos. De ahí que se añada oportunamente que un sistema público que obre contra la familia, atenta contra la salud, la de los niños y la de la entera sociedad y conduce a la pobreza.  No cabe dudar que tal sistema político, que puede obrar así en diversidad de formas, algunas menos evidentes, no puede no ser tildado de abiertamente antisocial.

3. Al fondo, el rostro del Dios Creador. ¿Es un salto temático injustificado que la décima conclusión plantee la cuestión del Dios creador? Que es un pasar a un plano nuevo, tras todo lo dicho sobre problemas de este mundo, es evidente. Pero no injustificado para un pensamiento que quiere abordar con la debida radicalidad y honestidad intelectual la fuente ultima de verdad y sentido de todo lo expuesto. Porque todo lo visto hasta ese momento por su gravedad, a una razón libre y sincera le plantea exactamente eso, la necesidad de un marco último de comprensión y de compromiso, de verdad y de valor que oriente e impulse la lucha contra el mal con verdadero sentido fraterno.

La misma formulación de esta última conclusión es un gesto audaz que merecería mayor comentario. Sus últimas palabras son de una precisión admirable: El Logos Encarnado, Jesucristo El Señor, da sentido a los interrogantes de todo hombre que viene a este mundo y completa y plenifica el camino religioso de quien busca la Verdad. También precisas las palabras primeras: si el mundo no ha sido creado no ha sido inteligido por nadie. Así es, nadie ha pensado el mundo, ni lo ha amado si no hay Creador; sin Él, un mundo huérfano, eternamente solitario. Como de hecho reconocen pensadores que niegan la realidad del Dios hacedor, sin Él los hombres estamos entregados a un desamparo estremecedor. Todos los empeños descritos hasta este final de las conclusiones demandan una fuente inagotable de energía, razón e ilusión en pro de la solidaridad, la lucha contra el hambre y el subdesarrollo.

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