“Volvería a estudiar Magisterio. Y volvería a hacerlo en Edetania”

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“Volvería a estudiar Magisterio. Y volvería a hacerlo en Edetania”

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“Volvería a estudiar Magisterio. Y volvería a hacerlo en Edetania”

En 1969 comenzaba la andadura de la Escuela Universitaria de Formación del Profesorado Edetania en un edificio de la Avenida del Oeste (llamada Barón de Cárcer en aquella época) de Valencia. Desde aquel primer curso hasta el actual -mudanza de por medio en 1977 a la sede de Godella-, 21.748 alumnos han pasado por las aulas de la que es ahora la Facultad de Magisterio y Ciencias de la Educación de la UCV. Se trata de una gran cantidad de historias de esfuerzo, dicha, superación, esperanza, éxitos y fracasos, buenos y malos tiempos, propósitos honorables, mejores intenciones y, a veces, frustración; miles de personas, cada una de ellas irrepetible, que han hecho del magisterio algo más que una vocación profesional: un servicio a la sociedad.

Entre esos más de 20.000 maestros los hay ya jubilados, otros en activo y algunos, los últimos, que ni siquiera han salido todavía de la Facultad. Este último es el caso de Fátima Ripoll -alumna valenciana de 23 años que estudia el doble grado de Educación Infantil y Primaria- que “desde pequeñita” tuvo “clarísima” su vocación. Años después, mostró el mismo convencimiento a la hora de elegir Edetania como lugar donde se prepararía para ser maestra: “Elegí la Universidad Católica de Valencia porque quería que el lugar donde me formase como docente estuviera en consonancia con lo que vivo en mi día a día, la fe”.

“Más allé de la sensibilidad propia del que quiere ser maestro, el cristianismo ofrece otra aún más especial, en la que ves a cada niño como alguien único. Los niños son los preferidos de Dios, así que intentas ver lo mejor que tienen todos ellos”, explica.

Ripoll habla con conocimiento de causa porque se ha educado en esa mirada individual dentro la UCV: “Lo he vivido en mis propias carnes. Me he casado y he tenido un hijo. En esa situación he visto la consideración que ha tenido la Universidad conmigo, pues me he visto apoyada y ayudada en cada momento. Los profesores tienen mucha empatía y se ponen en mi piel, así que  cuando tengo una dificultad o no puedo ir a clase me dan un poco de margen. Veo que se cumple el lema de «Ante todo, personas»”.

«Yo, como Maricarmen»

No todo el mundo ve de manera tan cristalina la vocación magisterial como Ripoll; esta puede surgir de muchas maneras. Para Fátima Carrobles -alumna de cuarto curso del doble grado de Infantil + Primaria PIMM, fue una “profe” de su colegio que le marcó “muchísimo” la que despertó su amor por la enseñanza: “Desde que la tuve en Primaria siempre me decía a mí misma: «Yo, como Maricarmen»”.

Algo parecido le ocurrió a Sofía Jordán -tercer curso de Infantil + Primeria PIMM-, aunque de un modo más amplio; en su colegio “siempre” le hicieron “disfrutar de la educación y de la vida” y ella pretende “transmitir lo mismo a otros”. Del mismo modo, la etapa escolar contribuyó de manera decisiva a la entrada en Magisterio de Ignacio Esnaola (tercer curso del grado en Educación Primaria): “Recuerdo la ilusión con la que los profesores de mi colegio me habían formado a mí. Soy testigo de cuánto puede ayudarte un buen maestro”.

Primeras promociones de estudiantes

Los proyectos de futuro de unos son relatos del pasado para otros. Así sucede con la antigua alumna Amparo Ferre, maestra jubilada de 69 años y nacida en Banyeres de Mariola que pertenece a la tercera promoción de maestros surgida de Edetania (1971-1974): “Empecé a trabajar en mi pueblo, pasé por Alcoy, por muchos pueblos; he sido maestra en colegios concertados, después aprobé oposiciones de la especialidad en Educación Infantil, y finalmente saqué otra oposición para Formación Profesional. Puedo decir que he sido feliz en mi profesión”.

Igual de satisfecha se muestra Emilia Sala, maestra jubilada a sus 61 años, que formó parte de la décima promoción de Edetania (1979-1982) y ha ocupado “distinas responsabilidades” a lo largo de su trayectoria profesional. Sala ha sido “muy feliz” en la enseñanza y cree que haberla vivido de ese modo se ha reflejado a la hora de dar clase: “Gracias al ‘feedback’ de alumnos y padres ves cuánto bien puede hacer un maestro. Cuando era joven y estudiaba la carrera pensaba que la educación era la llave del futuro de una sociedad, de un pueblo, y sigo pensándolo. Todo mejoraría si tuviéramos grandes y buenos maestros”.

No hay que alejarse mucho para encontrar a otro exalumno de Edetania de la misma añada que Sala; su propio marido. Fernando León, maestro prejubilado de 62 años y nacido en la localidad de Milagro (Navarra), ha tenido una vida profesional poco habitual: “He tenido la oportunidad de estar en la escuela y de dedicarme también a labores sindicales y de otro tipo, pero mi experiencia como docente ha sido realmente estupenda. Me costó la relación con algunos padres, he de decirlo, pero en su conjunto ha sido muy buena”.

En un piso de Barón de Carcer

Y, si de historia hablamos, Ferre puede explicar cómo fueron los inicios de Edetania: “Estábamos en un piso de Barón de Cárcer al que le quitaron paredes y se crearon allí aulas totalmente innovadoras para la época. Teníamos mesas largas como en una biblioteca, y las profesoras nos ponían una programación de trabajo para una cantidad determinada de días. Después se hacía la puesta en común”.

Ferre recuerda su paso por las aulas de Magisterio como una época “feliz”. En su opinión, tuvo “una formación de mucha calidad". Recuerda cuando empezó a implantarse "lo de trabajar en proyectos dentro de clase; nosotros hacíamos eso ya con 18 años en aquel piso de Valencia. Lo cierto es que llevo a Edetania en mi corazón y he aconsejado estudiar allí a otras muchas personas”.

En términos similares se manifiesta León, que ya fue a clase en el edificio actual de Godella, muy agradecido por la beca de la propia institución que le permitió estudiar. “Sólo la innovación que suponían los espacios físicos la Facultad ya nos animaba mucho; era algo distinto a lo que había por ahí. Se nos inculcaba el estar dispuestos a aprender y tener una actitud abierta para que eso sucediera”, subraya.

Sala afirma, sin dudarlo, que los años en Edetania –edificio en cuya construcción participó su padre, albañil de profesión- fueron los “mejores” de su vida, entre otras razones, porque “el alumnado era muy inquieto e idealista" a inicios de los ochenta. En su opinión, "la metodología activa de la institución ayudó mucho a formar un perfil de docente que no se desarrolla por casualidad”.

“La convivencia estrecha entre los alumnos facilitaba un continuo intercambio de ideas y los proyectos académicos en grupo nos enseñaron a trabajar en equipo. Eso luego se nota en los claustros; no todo el mundo ha desarrollado las habilidades necesarias para ello. Si tuviese otra vez 18 años, volvería a estudiar Magisterio y volvería a escoger Edetania”, remarca.

El alumno, en el centro

Junto a la “formación permanente”, Sala pone especial énfasis en la idea que distingue a la Universidad Católica de Valencia, que estaba presente en Edetania desde sus inicios y que continúa en la actualidad, “poner al alumno en el centro”.

Esnaola lo explica de manera sencilla: “Estamos llamados a repetir el trato personal que nos han dado nuestros profesores. En la UCV nos han insistido mucho en que el docente no sólo imparte clase, también debe preocuparse por sus estudiantes, que cada niño sea especial y tengamos en cuenta sus necesidades concretas. Ese es el maestro que quiero ser. Me gustaría que mis alumnos vean que he hecho lo mejor para ellos: ayudarlos a que se desarrollen como personas, con virtudes”.

Jordán afirma que “en la UCV se tiene mucho en cuenta que el profesor conozca a todos los estudiantes; si tienes cualquier problema puedes hablar con ellos y buscar una solución. La Universidad fomenta también ese tipo de compañerismo entre los alumnos, pues la cercanía del profesor nos contagia esa actitud”.

En la misma línea, Ripoll aduce que en Edetania ha aprendido que “la función del maestro es educar desde el amor". Por esa razón, espera que los alumnos que pasen por sus clases en el futuro "se sientan apoyados y amados; eso es lo más importante”.

“Los profesores que recordamos con más cariño fueron los que, además de enseñarnos mucho, nos hicieron disfrutar en clase y se preocuparon por nosotros. Nos ayudaban, nos felicitaban...”, añade también Jordán.

Que la brújula de la Facultad de Magisterio y Ciencias de la Educación esté en la centralidad de la persona no es casual, sino fruto de la antropología cristiana, del amor personalizado de Dios a cada ser humano, como señala Carrobles: “En mi familia también tenemos los valores cristianos de la UCV, siempre hemos estado acompañados por la fe. Como maestra, pienso igualmente que una educación guiada por los valores cristianos te brinda lo mejor para el futuro”.

Habla la experiencia

Muchos futuros maestros están a punto de terminar su carrera universitaria en Edetania; a otros aún les queda algún curso por delante. Los más veteranos comparten la sabiduría de la experiencia con todos ellos. “Hay que seguir formándose y transmitir la ilusión por aprender”, asevera Ferre, en ese sentido: “Esta maravillosa profesión se hace realmente difícil si no estás muy motivado. Hay que darlo todo y hacerlo con mucho amor, porque el papel del maestro es abrir puertecitas para que cada alumno entre por la que necesite entrar, sin forzar a nada; y estar muy atento a cuál es la puerta de cada uno, claro”.

León remarca la necesidad de “ver a los críos como seres en crecimiento, pero, al mismo tiempo, con lo que ya son ahora mismo y así atender a su formación integral”. Hace hincapié también este antiguo alumno en que los estudiantes de Magisterio “no crean que saben ya ni la mitad de la mitad por haber terminado la carrera. Deben seguir formándose y no sólo en lo educativo; también en las humanidades. Leer literatura, ver teatro, conocer a gente, viajar... da un bagaje cultural que luego se puede poner en práctica”.

Por otro lado, Sala llama la atención acerca de la importancia de que “las nuevas generaciones de profesorado se esfuercen en ser personas de criterio”. En su época se hablaba de “desarrollar el espíritu crítico”, pero ahora observa que eso se ha convertido en "juzgar más y pensar menos". Fomentar la tenencia de criterio no se basa sólo "en que el docente enseñe al alumno a pensar y discernir". Ellos mismos, "jóvenes audaces", deben preguntarse "con qué criterios decidir, hablar y actuar”.

León añade un matiz a esa idea: “Como profesionales sometidos hoy al exceso de información, a la radicalización de las ideologías, a las ‘fake news’... nunca deben caer en la tendencia a etiquetar personas y, a partir de de ahí, juzgar por la vía rápida a los niños, a las familias y a los colegas de profesión que encuentren en su camino como maestros”.

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