Jaime Nubiola: “Las series obligan a las niñas de 12 años a que definan ya su orientación sexual”

Instituto de Investigación Edith Stein

Jaime Nubiola: “Las series obligan a las niñas de 12 años a que definan ya su orientación sexual”

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Jaime Nubiola: “Las series obligan a las niñas de 12 años a que definan ya su orientación sexual”

La Universidad de Oxford (Reino Unido) decidió en 1956 conceder el doctorado ‘honoris causa’ al presidente de EE UU Harry S. Truman. Contra la abrumadora mayoría de la comunidad universitaria, una investigadora se opuso al nombramiento: Elizabeth Anscombe afirmaba que la decisión de lanzar las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki (Japón), con 200.000 civiles muertos, había convertido a Truman en un asesino en masa.

Siempre fiel a sus principios, la filósofa británica defendió en Cambridge la postura católica sobre la anticoncepción; y llegó a ser detenida mientras protestaba frente a una clínica de abortos, tras la legalización de esta práctica en 1967.

Sobre Anscombe ha hablado en la Universidad Católica de Valencia (UCV) Jaime Nubiola, en el ciclo sobre filósofas y cristianismo organizado por el Instituto de Investigación en Filosofía Edith Stein. Catedrático de Filosofía de la Universidad de Navarra (UNAV), hace unos días impartió su última clase tras 45 años de docencia. Casi cinco décadas dedicadas, además, a defender la tradición pragmatista; es decir, que la filosofía no puede ser sólo un ejercicio académico, sino también un instrumento para la progresiva reconstrucción crítica y razonable de la práctica diaria, personal ycomunitaria. Así vivió Anscombe y así intenta hacerlo Nubiola.

¿La figura y el pensamiento de Anscombe serían un buen antídoto contra el relativismo actual?

Sin duda. Ella no sólo condenó lo de Hiroshima y Nagasaki. Consideraba que matar a un inocente como medio para alcanzar tus fines es siempre asesinato y por eso calificó de «terrorismo institucionalizado» a los bombardeos británicos sobre ciudades alemanas durante la II Guerra Mundial.

En los años cincuenta, Anscombe ya decía que una sociedad dispuesta a bombardear a civiles no tendría dificultad ninguna en institucionalizar después el aborto y la eutanasia. Y así sucedió. Hacer apaños con el mal justificándolo con argumentos circunstanciales puede llevar al ser humano poco a poco a realizar las mayores barbaridades.

«Apaño» en lenguaje político se traduce como “concesión” o “compromiso”, ¿verdad?

Efectivamente. Pero las personas sabemos que realizar el bien nos hace mejores y que hacer el mal nos hace peores. Por eso, alguien que llega a aceptar ciertas aberraciones ha renunciado a la verdad moral, que es la verdad sobre el ser humano. En ese sentido, creo que el peor mal de la actualidad es haber renunciado a escuchar a nuestras conciencias.

Otra gran filósofa del siglo XX, Hannah Arendt, expuso de manera magistral esa renuncia en el libro Eichmann en Jerusalén, subtitulado «La banalidad del mal». Durante el juicio a Adolf Eichmann -uno de los principales organizadores del Holocausto y el responsable directo de la solución final- Arendt se dio cuenta de que ese tipo no era una mente demoníaca, ni siquiera un hombre particularmente malo: era un trepa político que había renunciado a pensar por su cuenta y que obedecía a sus superiores para ascender y así mejorar su vida y su prestigio personal.

Sin llegar normalmente a extremos como los alcanzados por Eichmann, parece que el declive moral es, no obstante, algo muy habitual en los políticos, ¿no cree?

Sí, es un riesgo que corren muchos. En la política, tal y como se entiende ahora, se empieza concediendo un poquito y, paso a paso, esa sucesión de concesiones te hacen considerarlo todo relativo. No hay verdad ni mentira, depende de cómo se mire.

El drama es que el ambiente que hay en la política y en los medios de comunicación al servicio de la política hace que la gente buena no quiera meterse. Piensan que se corromperán si lo hacen. Es una pena, pero casi todos los días aparece un nuevo escándalo de corrupción política. ¿Cuántas veces hemos visto también a guardias civiles o militares implicados en casos de tráfico de drogas? Hace falta mucha integridad personal para no ceder a las presiones del dinero y del poder. Por esa razón, creo que hay que volver a lo básico: pensar qué somos los seres humanos y qué nos hace mejores.

Debo decirle que hoy ya está de sobras definida la realidad humana: hay opresores (sobre todo, el hombre blanco heterosexual) y oprimidos (mujeres, personas no blancas y personas LGBTI+). Por otro lado, no se trata de pensar, ahora uno siente lo que es; y hay como cien géneros para elegir. Eso de pensar, no obstante, suena un poco fascista, don Jaime...

Jajaja. Mira, uno de mis libros se titula justamente Invitación a pensar y he descubierto a lo largo de los años que, para hacer reflexionar a los estudiantes, deben ponerse a escribir desde su experiencia, con cuestiones prácticas. Por ejemplo, si les cuentas que un alumno tiene una novia en Madrid y otra en Pamplona, ahí no se ve relativismo: te contestan con firmeza que eso está mal, sobre todo las chicas. Para los jóvenes hay cosas claramente malas y cosas claramente buenas. Pero es cierto que hoy ha aparecido el problema de la ‘genderization’ y de la «racialización», aunque este último es un tema fundamentalmente norteamericano.

Las últimas estadísticas de EE UU, publicadas hace unos meses en el New York Times, muestran que al 80% de los nacidos después del año 2000 les atrae sólo el sexo opuesto. Del 20% restante, la mitad se identifican como bisexuales. La inmensa mayoría del otro 10% se define como gay o lesbiana, excepto por un pequeño porcentaje que se define como no binario. Es decir, que dicen no ser ni hombres ni mujeres. Esos jóvenes están llegando ya a la universidad, así que la sociedad nos está estallando en el aula.

¿Cuál cree que es la causa de esos porcentajes?

Hay muchas, pero, por poner un ejemplo, las series están obligando a las niñas de doce años a que definan ya su orientación sexual. Una chica de esa edad quiere a sus amigas, quiere formar parte del grupo. Todavía no le interesan esos tíos peludos y con barba con dos o tres años más que ella, pues se encuentra en proceso de maduración y esto llega más adelante. Entonces, si la obligas a definirse ya, le provocas una confusión afectiva y sexual tremenda. Y he ahí los frutos.

A todo esto hay que añadir también que nos hallamos insertos en lo que en EE UU llaman la ‘hookup culture’, la cultura del sexo casual. ¿Qué perspectiva nos da usted al respecto?

Yo creo que el ser humano desea en el fondo querer y sentirse querido. El sexo no puede darnos la felicidad. Muchos alumnos míos, que llevan largos años consumiendo pornografía, con distintas relaciones sexuales, poliamor... me dicen con 22 años que ya están hartos “de todas esas mierdas”, como me contó uno. Esas actividades les han deteriorado mucho y lo que buscan ahora es compromiso, amor, ternura. Es normal, así estamos hechos los seres humanos.

¿Los estudiantes le piden ayuda incluso sobre estas cuestiones?

Sí, sí. No es infrecuente que vengan alumnos a preguntarme cómo pueden salir de su adicción a la pornografía. ¿Por qué lo hacen? Porque han descubierto que esta les dificulta la amistad con las chicas; tienen tanta porquería dentro que eso distorsiona el trato con otras personas. La gente, en su gran mayoría, hombres, que ha visto mucho porno es la primera en decirte que les hace un gran daño. Y lo peor es que lo están consumiendo ya niños desde los ocho o nueve años. Es realmente terrible.

Hace una década usted pronunció la conferencia La marea de la pornografía. ¿Y qué hacer con ella? Le vuelvo a hacer esa pregunta y le añado el aumento de consumo de prostitución en los jóvenes y el fenómeno de la app Only fans, donde particulares se montan su propio canal porno con suscriptores que pagan por su contenido: fotos, vídeos…

En primer lugar, hay que luchar legalmente contra la prostitución y el porno, porque este es también una forma de prostitución. Es algo asqueroso y degradante. En eso estoy de acuerdo con el feminismo más radical. Del mismo modo que algunos países están prohibiendo ya la prostitución -es decir, el sexo por dinero- debe prohibirse la obtención de sexo a cambio de dinero por esos otros medios, incluido Only fans. Lo que ocurre es que los políticos son tibios y no se atreven.

Por otra parte, los católicos debemos estar convencidos de que la antropología cristiana conforma un estilo de vida realmente capaz de hacernos felices y de darnos plenitud. Estamos en un mundo que necesita testigos, como dijo san Pablo VI. No se trata de ser súper perfectos. A pesar de nuestras debilidades, la manera de vivir la sexualidad que tienen las personas de fe resulta atractiva. La castidad, por ejemplo, no consiste en negarte cosas; es, por el contrario, una afirmación enamorada.

En ese sentido, usted mismo es un testimonio andante.

Bueno, dado que la pregunta decisiva en filosofía es la de cómo vivir, los filósofos somos de las pocas personas que pueden vivir de acuerdo a sus principios. En mi caso, la vivo como cristiano y, en particular, como numerario del Opus Dei.

Lo digo porque he visto que el celibato les resulta muy atractivo a los alumnos; les parece admirable. Si, además, se vive como una entrega a los demás, como un servicio a la sociedad, se les rompen los esquemas de vida aprendidos a través de los medios.

Ha dejado usted la última pregunta en bandeja, que es obligada, dado su recientísimo final en la carrera docente. ¿Cómo es un buen profesor, don Jaime?

Siguiendo lo que decía antes, creo que los verdaderos profesores dan testimonio con su vida. Mis 45 años en la Universidad han hecho que constate esa gran verdad: los docentes enseñamos más por lo que somos y por lo que hacemos que por lo que decimos en clase. Los alumnos nos radiografían, saben quiénes somos a los pocos minutos de vernos en el aula el primer día. Por eso debemos intentar ser ejemplares. Yo procuro hacer estriptis del alma con los estudiantes, trato de explicarles por qué hago lo que hago.

En lo que se refiere a la práctica diaria, un profesor debe dominar su asignatura. Eso es, obviamente, esencial. Lo segundo: el docente debe querer a sus alumnos. Este es el factor diferencial y genuinamente cristiano: un cariño y un afecto no reñidos con el respeto. A los alumnos les impacta y les engancha un profesor implicado, que desea contagiarles su materia. El buen docente no sólo quiere que sus alumnos aprendan muchas cosas, sobre todo pretende que mejoren como personas. De esa manera, los habrá preparado tanto para el ejercicio profesional como para la vida.

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