La comunidad universitaria celebra el Miércoles de Ceniza en todas sus sedes

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La comunidad universitaria celebra el Miércoles de Ceniza en todas sus sedes

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La comunidad universitaria celebra el Miércoles de Ceniza en todas sus sedes

Estudiantes, profesores y personal de administración y servicios han participado en la Santa Misa del Miércoles de Ceniza en las capillas de las diferentes sedes de la Universidad Católica de Valencia, donde se ha celebrado el tradicional rito de la imposición de la ceniza por parte del presbítero o el diácono permanente. Este rito se remonta al siglo XI, cuando el papa Urbano II lo recomendó a todos los fieles como signo distintivo de la inauguración de la Cuaresma.

Según ha explicado el capellán mayor, Vicente Ferrer, la Cuaresma es “caminar hacia la Pascua, en la que el Señor resucita; entonces vemos el sentido de nuestra fe y de nuestra vida, que es la Resurrección. Un camino que recorres y donde Alguien nos tiene que alcanzar, que es Jesucristo”. Asimismo, se ha referido a este tiempo litúrgico como un momento para "la limpieza, la renovación, para romper con el egoísmo y el juicio que nos ata y donde ponerse a servir a los demás”. En este sentido, ha asegurado que es necesario el amor de Dios, “que hace capaces que nuestras dimensiones humanas se activen. El amor posibilita que estemos disponibles, alegres, en paz. Ese amor es el que tiene que conducir este tiempo de Cuaresma”.

Finalmente, el capellán mayor ha animado a la comunidad universitaria a vivir la Cuaresma con la intensidad que la Iglesia propone a través del ayuno, la limosna y la oración.

Copiamos a continuación la carta del gran canciller, arzobispo Enrique Benavent, con ocasión de este tiempo que se inicia hoy:

Un tiempo favorable para la conversión

El próximo miércoles, con el rito a la vez sencillo y solemne de la imposición de la ceniza, iniciaremos el tiempo de cuaresma. Para muchos bautizados este hecho ya no significa gran cosa, porque las tradiciones religiosas que configuraban culturalmente la vida de nuestra sociedad durante este tiempo, como el ayuno, la abstinencia, algunas privaciones voluntarias o ejercicios de piedad como el Vía crucis, han perdido significado.

Otros las mantienen, pero las viven como si se tratara de una simple costumbre. Estas prácticas no son un fin en sí mismas, sino una ayuda para que recorramos el camino espiritual de conversión y lleguemos a la Pascua con un corazón renovado. Para vivir mejor este tiempo de gracia, os invito a reflexionar sobre tres actitudes que a menudo pueden aparecer en nuestra vida.

Es fácil caer en la tentación de pensar que la felicidad nos la dan las cosas. Si esto ocurre, en nosotros prevalecerá el deseo de tener, de acumular y de consumir. Pero este no es el camino para la verdadera alegría, porque cuando ya tenemos lo que buscamos, nos sentimos insatisfechos y aparecen nuevos deseos en nuestro corazón. La ambición, más que felicidad, con el paso del tiempo genera una gran insatisfacción. La cuaresma puede ser una ocasión para redescubrir que la auténtica belleza de nuestra vida no está tanto en acumular cuanto en sembrar en bien y compartir.

A menudo recurrimos a Dios en algunas situaciones que nos preocupan, pero somos inconstantes y nos cansamos con mucha facilidad. Mientras que Jesús nos exhorta a orar “siempre sin desanimarnos” (Lc 18,1), nos olvidamos de dar gracias cuando la inquietud ha pasado, o dejamos de orar porque pensamos que Dios no nos escucha. Los cristianos tenemos las mismas dificultades y problemas que los demás seres humanos. La fe no nos exime de ellas, pero la oración nos permite afrontarlas unidos a Cristo, vivirlas con esperanza y tener un corazón agradecido.

Todos queremos ser cada día mejores, pero sabemos que no es fácil: cuando ya hemos superado una tentación, con facilidad volvemos a caer en ella. Necesitamos constantemente pedir perdón a Dios, pero nos desanimamos y olvidamos que Dios no se cansa nunca de perdonar. Deseamos un mundo más justo, pero nos cuesta comprometernos en la lucha por alcanzarlo y, sobre todo, nos resulta difícil compartir nuestros bienes con los necesitados.

¿Somos esclavos de las cosas? ¿Perdemos la esperanza en Dios y dejamos de orar? ¿Nos cansamos de pedir perdón a Dios para que su gracia nos ayude a ser mejores? ¿Nos cuesta acercarnos a quienes nos necesitan? Si nos ocurre esto y practicamos el ayuno, la oración y la limosna con autenticidad, la cuaresma será un tiempo de gracia y de crecimiento espiritual.

†Enrique Benavent Vidal, arzobispo de Valencia

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