Carlos Polo: “La superpoblación mundial es un mito. Aquí no sobra nadie”

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Carlos Polo: “La superpoblación mundial es un mito. Aquí no sobra nadie”

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Carlos Polo: “La superpoblación mundial es un mito. Aquí no sobra nadie”

80.000 dólares (74.020 euros) para las mujeres que hayan tenido solo un hijo, o ninguno, al llegar a los cincuenta años. Es el premio que el neomalthusiano Club de Roma establece en uno de sus libros, Reinventing Prosperity (Greystone Books, 2016), como parte de las propuestas que hace a los gobiernos de todo el mundo. La meta de esta medida sería frenar el supuesto problema de la superpoblación mundial, presente y futura.

Junto a esta organización no gubernamental, otras también compuestas por personas con poder político y económico, científicos y expertos en diversos campos tratan de influir desde su particular agenda ideológica en las medidas que adoptan los Ejecutivos de las distintas naciones y las entidades supranacionales; véase la Unión Europea, la OTAN y, sobre todo, la ONU.

Respecto del objetivo de desarrollo sostenible número 12 de la Agenda 2030, ‘Producción y consumo responsables’, desde Naciones Unidas se explica que «si la población mundial llegase a alcanzar los 9.600 millones en 2050 se necesitaría el equivalente de casi tres planetas para proporcionar los recursos naturales precisos para mantener el estilo de vida actual». Uno de los ponentes de la jornada sobre la Agenda 2030 celebrada en la Universidad Católica de Valencia (UCV), el investigador peruano Carlos Polo, director de la Oficina para Iberoamérica del Population Research Institute, asegura que dicha afirmación es “incorrecta” y no duda a la hora de calificar de “mito” el concepto de superpoblación mundial. “Aquí no sobra nadie”, asegura.

- Le enmienda usted la plana a los herederos de Malthus con mucha seguridad. ¿No hay nada cierto en ese “mito”?

El concepto de superpoblación tiene dos sentidos, ambos totalmente falsos. El primero sería que sobra parte de la población mundial. Hay locos por ahí sueltos, algunos poderosos, que piensan que deberíamos ser solo mil millones en el planeta y que la gente pobre debería morirse. No podemos estar de acuerdo con eso: todos los seres humanos son valiosos por su dignidad intrínseca.

El segundo sentido se refiere al significado popularizado del término: no existen suficientes recursos naturales en el planeta para la cantidad de personas que somos y que seremos si seguimos aumentando en número. En la actualidad, ningún demógrafo haría esa afirmación. Hace muchos años, el economista Julian Simon (Estados Unidos, 1932-1998) expuso la falsedad del imperativo malthusiano, según el cual el aumento de la población genera un consumo creciente que tiene consecuencias negativas a nivel económico y ambiental.

Para estos teóricos los recursos aumentan aritméticamente y la población exponencialmente, pero basta observar la realidad de los hechos para comprobar que esa idea es un mito. Los recursos no tienen límites fijos, decía Simon, pues la innovación tecnológica hace que se multipliquen exponencialmente, como hemos visto que ha sucedido con la agricultura y con la energía. Según Simon, la población es precisamente la solución para la escasez de recursos y para los problemas ambientales.

Pues en España muchas familias numerosas podrían contarle que han sido increpadas por la calle, como si fuese una irresponsabilidad tener muchos hijos. La acusación: terrorismo medioambiental. ¿Cómo es la realidad en Iberoamérica?

Iberoamérica está muy cerca de llegar al invierno demográfico que ustedes experimentan en las últimas décadas. Hace cincuenta o sesenta años el número de hijos por mujer en nuestros países era superior a cinco. Hoy día la mayoría de Iberoamérica apenas supera la tasa de reemplazo 2.1, por las altas tasas de mortalidad infantil de la región. Esta tendencia, agudizada por la pandemia en los dos últimos años, hace que la población de algunos países ya haya disminuido y sus estimaciones los sitúen por debajo de la tasa de reemplazo.

El problema de todo esto es que el invierno demográfico tiene consecuencias reales, tanto mediatas como inmediatas. Las primeras son el colapso de los sistemas de previsión social y la ralentización de la economía. El empuje físico y mental de la juventud, con la creatividad y capacidad de innovación que le son propios, hace que la economía se desarrolle en un sentido tecnológico y en un sentido de consumo. ¿Quiénes son los que compran neveras, coches…? Las personas mayores, no.

Eso unido a un gran problema social: el abandono de los ancianos. En Inglaterra crearon hace ya unos años un Ministerio de la Soledad.

Tener pocos hijos o ninguno hace que mucha gente llegue sola a la ancianidad. Esto ya se ve desde hace años en Europa, y en América Latina está comenzando a ocurrir, pero con una gran diferencia. Aquí los mayores que están solos tienen dinero y viven en países solventes; pero en Iberoamérica está naciendo una nueva figura: la de mayores solos y pobres que viven en países poco solventes con economías inestables en medio de convulsiones políticas y sociales.

El rápido crecimiento de la población en algunos de los países más pobres de África «podría poner en peligro el progreso futuro hacia la reducción de la pobreza mundial y la mejora de la salud», según un informe de 2018 de la fundación filantrópica de Bill Gates. El tipo que inventó Windows seguro que no se equivoca en cuestión de matemáticas, ¿no?

No quiero atribuirme la capacidad de entrar en el corazón o en la mente de las personas y actuar así como juez moral, pero sí creo que en muchos personajes poderosos como Bill Gates existe un ansia de hacer ingeniería social en base a sus ideas particulares. Eso es fácilmente constatable. Ante el crecimiento de la población mundial, él propone dejar de consumir carne de todo tipo y que pasemos a comer carne sintética porque la industria alimentaria supone el 25% del total de emisiones de gases. Según él, los países ricos deben hacerlo de manera inmediata y los pobres, poco a poco. Gates tiene los recursos suficientes como para realizar esa ingeniería; y ese es el problema. ¿A cuánta gente puede influir para convencerla de que las cosas deben ser como él cree?

Por eso ahora se nos dice que hay que comer gusanos o hacernos veganos para salvar el planeta, planteamientos que ignoran ciertas cuestiones objetivas. Te pongo un ejemplo muy sencillo: los arqueólogos han mostrado que desde hace miles de años el ser humano tiene dientes caninos que le ayudan a desgarrar la carne para ingerirla. Nuestra dentadura no es la de los rumiantes y, sin embargo, Bill Gates hace caso omiso de este hecho básico de la anatomía humana y quiere cambiar hábitos milenarios del hombre con su ingeniería social.

Los ideólogos del fin de los recursos naturales han promovido que la ONU realice campañas abortivas desde hace décadas en países del Tercer Mundo. Resulta muy curioso también que Planned Parenthood, la gran multinacional del aborto de EE. UU., haya implantado masivamente sus centros en los barrios de afroamericanos e hispanos. El aborto se promueve ya como si de un profiláctico más se tratara, incluso como un derecho, pero resulta muy significativo que la población a disminuir sea sobre todo la de los últimos de la Tierra, ¿no le parece?

El control de la natalidad tiene una base eugenésica histórica y una praxis actual también constatable. En los sesenta, el presidente de EE. UU. Lyndon Johnson convirtió toda la cooperación internacional de su país en un proyecto de planificación familiar. Era el eufemismo que se utilizaba para hablar del control natal en los países pobres, convencido de que con eso controlaría al comunismo.

La persona que promovió esta política social en Estados Unidos y que ha sido el símbolo de Planned Parenthood fue Margaret Sanger, la fundadora de esta organización en 1942. Sanger era una eugenesista convicta y confesa muy emparentada con el nazismo: decía que debían nacer menos negros, menos marroncitos, menos amarillos y menos colorados; además de limitar la natalidad de los pobres.

Para eso nació Planned Parenthood y esa herencia ha continuado en la práctica hasta ahora, como señalabas sobre la situación geográfica de la mayoría de clínicas abortivas: donde viven las minorías étnicas. Se han producido ya varias denuncias de personas que se han hecho pasar por donantes, por ejemplo, y han descubierto que esta organización tiene un sistema de donación especial para que una contribución particular se destine a promover el aborto en poblaciones negras.

Como políticamente hoy no les conviene resaltar la figura de Sanger le han quitado su nombre al edificio central y evitan las referencias a ella; pero la eugenesia practicada por Planned Parenthood desde sus inicios es malvada porque siempre ha respondido, dentro del mito de la superpoblación, a la acepción que indica que sobra gente y que ese supuesto excedente de personas lo determinan ciertas preferencias raciales.

Junto al aborto, esa organización también promueve la anticoncepción, y entiendo que lo hace con el mismo objetivo.

Efectivamente, ambos son frutos del mismo árbol, como decía Juan Pablo II. La maldad del aborto está en la savia de la anticoncepción. Lo único que diferencia a estas prácticas son los medios utilizados, pero ambas buscan perpetuar la misma mentalidad; como deben nacer menos personas, difundamos la anticoncepción y, si eso no funciona, recurramos al aborto. La anticoncepción no es la versión moralmente buena y el aborto la mala. Ambas lo son, en el sentido que lo aplican todos estos programas de control de la natalidad. Cuestión distinta es la práctica personal, en la que concurren otros factores a considerar.

No sé si conoce el Movimiento por la Extinción Humana Voluntaria, que aboga por la desaparición de los seres humanos del planeta con el fin de evitar la destrucción del planeta. Se trata de un fenómeno radical muy minoritario, pero cada vez hay más gente en Occidente que coincide con su premisa. Hace unos días, de hecho, un conocido actor español afirmaba que “estaría bien acabar con la humanidad”, a la que comparaba con un “virus”. ¿Cómo hemos llegado a este punto de desprecio de la persona humana?

Ese famoso ha expresado un contrasentido fáctico, la negación de sí mismo, negar la progresión humana que nos ha llevado a una época de bienestar. Es precisamente ese contexto el que permite que un señor con todo resuelto -comida nutritiva en el refrigerador, agua caliente, condiciones de techo, de vestimenta, de salud- pueda decir tamaña estupidez. En lugar de estar agradecido al proceso benéfico de generaciones anteriores de personas que han creído en el ser humano, que han tenido hijos y han peleado para que estos tuvieran una vida mejor que la suya, termina concluyendo que se debe extinguir la raza humana.

La idea de la necesaria extinción del ser humano es idiota, pero cobra fuerza gracias a la dinámica propia de los medios, los famosos y las redes sociales. Contenidos vacuos se reproducen por millones y continuamente en todos los ‘smartphones’, con lo que se ha generado un proceso de masificación y proliferación de la estupidez. 

¿Cree que hay algo de esto en la Agenda 2030?

De entrada, déjame decirte que la concepción del hombre como virus no es de ahora, tiene muchos años. La agenda 2030, de hecho, es una narrativa nueva con propuestas absolutamente viejas. Detrás de su novedosa presentación, atractiva, linda y pirotécnica, siguen estando las ideas antiguas y nocivas de control de la natalidad y de promoción de conductas no reproductivas.

¿Qué propuestas concretas de la Agenda 2030 considera más nocivas en lo relativo a la población mundial, de entre las 169 metas que se establecen dentro de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible?

Hay por lo menos dos asuntos sumamente polémicos en los que no existe realmente un consenso y por ello no deberían ser parte de una agenda común. ¿Quién no va a querer que desaparezca el hambre y la pobreza en el mundo o que todos tengamos agua potable? Lo cuestionable es que en algunos de los ODS y en esas 169 metas haya componentes ideológicos. El primero es el concepto de género y el otro, el de cambio climático.

El concepto de género se podría definir de forma básica como la creencia particular, totalmente infundada, de que la sexualidad puede prescindir de los factores biológicos y que puede construirse a voluntad; y que, además, eso no te afecta solo a ti, sino a toda la comunidad humana. Es decir, entra en contradicción con el cuerpo social que se ha construido orgánicamente de generación en generación apoyado en instituciones como la familia -con un padre, una madre, unos hijos-, la familia extensa de abuelos, tíos y primos, y otras concreciones de esta última como el compadraje, propio de Iberoamérica. Estas instituciones son líneas de contención social que han sido productivas y provechosas para el ser humano.

¿A qué se refiere con "líneas de contención social"?

En la familia está muy claro, pero en el caso del compadraje se ve también, como le decía. Ser padrino de un niño significa que te comprometes con el progenitor, tu compadre, a ocuparte del ahijado en caso de fallecimiento paterno. También se aplica con las personas mayores que no pueden valerse y han perdido a sus hijos. El compadraje lo hemos vivido en esta época de pandemia, con padrinos y familia extensa que se han hecho cargo de las necesidades de niños que han perdido a sus padres, o a uno de ellos.

¿Cómo se perciben en Iberoamérica los mensajes de la ideología de género?

En general, nos resistimos bastante a sus ideas. Además, vemos que en Europa están sufriendo las consecuencias, por ejemplo, de la cirugía y la hormonización de niños en los casos de transexualidad, con efectos terribles para la persona que se arrepiente y es consciente de que hizo algo irreversible.

Hablaba antes de que el otro concepto polémico era el de cambio climático…

Efectivamente. La historia de este concepto es tragicómica, naciendo en el último cuarto del siglo XX con algo de lo que casi nadie quiere acordarse ahora: la alarma ante el posible colapso causado por el enfriamiento global del planeta. El clima no ayudó mucho a esta teoría, por lo que del ‘global cooling’ se pasó después al ‘global warming’, o calentamiento global. Pasado un tiempo, ha resultado que el clima tampoco ha ayudado a esa teoría porque se han dado procesos de enfriamiento no calculado, así que ahora se ha solucionado el asunto con el nuevo concepto del ‘climate change’ o cambio climático.

A partir de ese momento cualquier subida o bajada de temperatura se convierte en algo nocivo para el planeta y de ahí emergen la misma propuesta de siempre, desde la perspectiva de la contaminación: tiene que haber menos gente. En la Agenda 2030 hay indicadores ideológicos que son prescriptivos y exigen la creación de leyes y el uso de recursos públicos para ponerlos en funcionamiento.

Los ODS de la Agenda 2030 son la continuación de los objetivos del milenio que fracasaron. Nos están presentando una película que ya más o menos vimos. No solucionaron lo que prometieron con tanto entusiasmo, y hoy día está pasando exactamente lo mismo. Casi podría afirmar que cuando estemos cerca del 2030 nos plantearán otros objetivos para continuar con la misma película con otra envoltura distinta.

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