Ángel Barahona: “La búsqueda de sustituto para el padre ha terminado y se ha elegido al Estado”

Festividad de San José - Día del Padre

Ángel Barahona: “La búsqueda de sustituto para el padre ha terminado y se ha elegido al Estado”

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Ángel Barahona: “La búsqueda de sustituto para el padre ha terminado y se ha elegido al Estado”

La Festividad de San José, el día 19 de marzo, no es patrimonio único de los valencianos. Quizás son los que con más ímpetu la celebran, entre enormes hogueras, en una tradición que cristianiza la antigua fiesta pagana del paso del invierno a la primavera, a la que se suma la perspectiva gremial de la carpintería, oficio del padre putativo de Cristo. La tradición valenciana y la española –que no pueden ser sino católicas, y siempre muy devotas de san José- han aprovechado durante siglos que el Pisuerga pasa por Valladolid para poner el énfasis de esta onomástica en la importancia social de la paternidad.

A lo largo de su dilatada carrera académica, mucho ha reflexionado sobre esta cuestión y sobre todo lo relacionado con la institución familiar el profesor Ángel Barahona (Salamanca, 1957), director del Departamento de Humanidades de la Universidad Francisco de Vitoria (Madrid), que ha participado en el reciente Congreso Amoris Laetitiae organizado por la Universidad Católica de Valencia (UCV) y la Universidad CEU Cardenal Herrera.

En medio de una marabunta ideológica cada vez más estridente en sus formas y en su fondo, la voz de Barahona suena pausada pero contundente; expresa su opinión sin hacer prisioneros. Sus reflexiones tienen el deje académico de la citación constante y, como buen filósofo, divaga y bordea las fronteras temáticas delimitadas por la pregunta, pero siempre vuelve a su centro. Así, lo que parece un error de ruta en su Google Maps discursivo suele ser un desvío necesario para alcanzar el destino pretendido.

- ¿En su casa van a celebrar el Día del Padre, o han decidido cancelarlo -que está muy de moda-, vista la mala prensa del heteropatriarcado judeocristiano?

- ¡Claro que lo celebraremos! Además, mi parroquia es San José, en la Gran Vía, con lo que tendría aún más delito no hacerlo. Sobre la paternidad te recomiendo leer [pasa rápidamente al tuteo] un libro muy interesante de Fabrice Hadjadj, Ser padre con san José. Hadjadj tiene otros libros fantásticos, como La fe de los demonios o La suerte de haber vivido en nuestro tiempo; es un converso al catolicismo proveniente de una familia judía, aunque tanto él como sus padres eran ateos maoístas. Al casarse con una católica cambió de chip absolutamente, su historia de conversión es extraordinaria. Ahora tiene nueve hijos y forma parte del Pontificio Consejo para los Laicos.

- Te hacía la primera pregunta aprovechando que a finales del mes de enero publicaste un artículo en El Debate titulado Cultura de la cancelación… del padre. En él, afirmabas que “la pretensión de la cultura posmoderna es desembarazarse de la tradición, aberrar de los propios orígenes, acabar definitivamente con la deuda contraída con el progenitor”. ¿A qué deuda te referías?

- Para el mayo del 68 –atravesado por el psicoanálisis, Herbert Marcuse y todo lo que englobó esa revolución cultural- el ser humano está solo, puesto que Dios no existe. La idea es muy clara: ni dios, ni padre, ni rey. Esos mantras que utiliza el psicoanálisis llevan a la conclusión de que hay que cancelar la deuda que la tradición occidental ha puesto encima de la gente, y liberarse de la religión y la ley, que son castrantes. 

Una vez borrada toda huella de tradición, de normatividad, hay que empezar de cero, construir nietzscheanamente todo de la nada. Son los ideólogos de esa corriente los que ahora dirán qué es una familia, qué es el género sexual, qué es ser hijo y ser padre, qué es el bien y el mal.

Se supone que la tradición que ha dejado la cultura judeocristiana patriarcal es una normativa moral, fundamentada sobre el hecho de que Dios es padre y bueno, y, por tanto, la ley es buena. Lo que hace la corriente ideológica sesentayochista es exacerbar el escándalo de ese patrimonio cultural: la conversión del padre en alguien autoritario y de la familia en una comunidad constringente.

- Algunos se enfadan mucho porque ahora se deconstruye hasta la tortilla de patata, pero los chefs del posmodernismo llevan muchos más años haciendo lo mismo con la figura paterna y esto no parece importar tanto.

- Porque es algo mucho más sutil, prolongado en el tiempo e interesa al poder político. Fernando Savater ha dicho, por ejemplo, que “en la medida en que el padre se retrae de su figura, en esa medida depositamos toda la confianza en el Estado”. Nos encontramos en la época del Estado paternalista, en un momento de revolución cultural, moral y social; y, como todo lo que hacemos los seres humanos es copiar, crear sucedáneos, se está intentando sustituir lo que habíamos heredado tratando de replicarlo. La búsqueda de reemplazo para el padre ha terminado y el elegido ha sido el Estado.

Pero este sucedáneo no está funcionando, como el de las parejas del mismo sexo, en las que cada uno asume el rol de padre o de madre. Una y otra vez replicamos el mismo modelo porque es el que funciona, el que hemos recibido de la tradición y de la naturaleza, en parte. El problema es que el ser humano sobrepuja hacia delante y, “como no hay más remedio”, naturalizamos la situación, la normativizamos, y nos convertimos en creadores de algo que creemos buenísimo, aunque sepamos que sus consecuencias han sido trágicas en el pasado.

- ¿A dónde nos puede llevar esa corriente ideológica?

- Nos ha llevado ya a la creación de una especie de mercado en el que encontrar nuevas formas de paternidad y de familia. Por eso han dejado atrás hasta a Judith Butler, que es una de las teóricas fundacionales de la teoría queer. Eso de pensar que el sujeto humano es una estructura meramente lingüística en construcción ya se queda corto. Hay gente que va mucho más allá, reconstruyendo el marxismo clásico; lo hace Kimberly Crenshaw con el interseccionalismo, siempre buscando quiénes son los privilegiados y quiénes los malditos de la historia. En lugar de las clases, ahora la historia es la lucha de razas, sexos, etcétera.

Se ha creado un nuevo enfrentamiento en el que el varón siempre es el malo. Como dice en Un culpable casi perfecto Pascal Bruckner –un filósofo francés ateo y posilustrado, nada sospechoso de catolicismo- ser hombre, blanco y heterosexual es el nuevo chivo expiatorio del siglo XXI. Esto es posible porque han calado las teorías del feminismo radical, que sigue desarrollándose con tendencias cada vez más alejadas del feminismo inicial. El ciberfeminismo, por ejemplo, surgido de las teorías de Donna Haraway, va contra el esencialismo y propone a las mujeres aceptar una nueva identidad definida como cyborg,​ símbolo de un futuro “después del género”. Creen que desapareciendo toda diferencia entre los sexos, desaparecerá toda violencia, todo conflicto. Es absolutamente falso. Es la semejanza, la similitud, el excesivo parecido, la usurpación del rol del otro, del territorio del otro, lo que genera el verdadero conflicto humano, el interminable conflicto humano.

- En esa línea neomarxista, Butler, a la que mencionabas ahora, dice que la relación histórica entre hombres y mujeres ha sido de opresión de los primeros contra las segundas. El intelectual canadiense Jordan Peterson dice por el contrario que, aunque las mujeres han experimentado ciertas injusticias y desventajas respecto de los hombres, esa relación ha sido históricamente una relación de cooperación. ¿Cómo la describirías tú?

- A mí me gusta hacer historia. Las primeras feministas, las sufragistas –y la primera de todas, Dorothy Day, era católica- abanderaron la demanda del voto para la mujer. Era una causa perfectamente defendible y justa que provenía de la antropología católica, en la que el hombre y la mujer no son rivales opuestos, sino una sola carne. La teología del cuerpo de Juan Pablo II, que es la verdadera antropología católica, dice que varón y mujer forman una complementariedad psicofísica.

Esa primera sufragista fue opacada inmediatamente por otras que, mezclando esas demandas con el marxismo -que estaba ya pululando en el ambiente a finales del siglo XIX- convirtieron esta reivindicación justa en una lucha de clases. En el presente, lo que vemos es una lucha neomarxista en la que se ha cambiado la clase por el género, dando como resultado lo que René Girard llama una rivalidad “mimética”.

Es cierto que ha habido discriminaciones históricas hacia la mujer en nuestra cultura, que ha sido abusivamente patriarcal y autoritaria. Pero esto ha sucedido porque ha habido una mezcolanza entre el cristianismo y un paganismo que nunca fue resuelto por aquel, heredando la figura del ‘pater potestas’, el padre de familia romano. Ese modelo de padre ha perdurado a lo largo del tiempo en colaboración paralela con la familia cristiana, hasta opacarla.

- En esa familia cristiana auténtica, ¿cómo es el padre? ¿cómo es la relación entre esposo y esposa?

- Como comentábamos ahora, en el cristianismo no hay conflicto ni rivalidad entre hombre y mujer, sino complementariedad. Desde la antropología cristiana todo tiene sentido, porque el amor es creativo, unitivo. El problema es que el aparato ideológico ha tergiversado tanto las situaciones de injusticia, de falta de ecuanimidad, y de diferenciación abusiva que han existido, que en la posmodernidad nos hemos pasado al otro lado del péndulo, con esta especie de machismo invertido. En ese sentido, Girard dice que el feminismo radical no quiere que la mujer sea igual al hombre; lo que busca es sustituirlo.

La escalada de enfrentamientos internos que el feminismo radical está produciendo va a incrementarse exponencialmente, porque esas disputas no se van a resolver. La rivalidad siempre va ‘in crescendo’ en el odio, en lo que Freud llamaba el narcisismo de las pequeñas diferencias. Esos problemas dentro del feminismo me recuerdan a la escena de La vida de Brian en la que se reúnen tropecientos grupos políticos de judíos que quieren matar a Pilato, no se aclaran entre ellos y terminan unos contra otros. 

El asunto es grave, porque lo que nos llega de Estados Unidos a España lo hace de forma espasmódica, todavía más exigente y más dura que allí. Ya lo estamos viendo, hay una violencia enorme. Vivimos de señalar culpables, chivos expiatorios; con mantras que llevan al odio, a decir que la culpa de mi desgracia no la tengo yo por mis malas decisiones, sino que la tienen otros. La revolución cultural y social que vivimos todavía no ha llegado a una violencia muy explícita, pero el panorama se va acercando cada vez más a eso.

- La sociedad acabará un día por explotar, ¿no? No se puede vivir en un clima de enfrentamiento creciente e imposición ideológica. Históricamente todas las sociedades se han rebelado antes o después ante la tiranía.

- Sí, pero antes de eso hay otro problema. Todas estas corrientes de pensamiento están desatando muchísima animadversión desde el punto de vista del hombre expulsado, de la masculinidad expulsada. Ya hay movimientos de rebeldía en Estados Unidos nacidos a causa del maltrato del varón en relación a la custodia de los hijos. La conciencia clara de que nos estamos pasando, de que todos esos ideólogos crean un lenguaje poco equilibrado, con la ecuanimidad ética brillando por su ausencia, es una cuestión peligrosa que se irá abriendo camino y que se volverá contra ellos.

Al final, esta locura histriónica, que a mucho nos parece ridícula y que tantísimos jóvenes abanderan en manifestaciones, es una sustitución de lo religioso. Pero es una religión mala -por dogmática, exigente y moralista- que se funda sobre tópicos, y en la que Dios soy yo y mi autodeterminación. Es algo realmente terrible.

- Creo que muchos hoy le acusarían de catastrofista.

Es que es una catástrofe. Tenemos a otra teórica feminista, Rosi Braidotti, que habla incluso de feminismo nómada. Es decir, una identidad que está transformándose permanentemente. Hoy me siento así, mañana asá, todo con mucho emotivismo y sentimentalismo.

Creo sinceramente que, en el fondo, todas estas ideas son fórmulas de supervivencia que aceptan sin más la tragedia de que es imposible tener lo que realmente nos gustaría: un padre, una familia, una normatividad asentada en un suelo que nos dé cierta seguridad psicológica. Como creen que eso no se puede alcanzar y hay que partir de cero se afirma cualquier cosa como válida o como moralmente aceptable; el nihilismo creador a partir del abismo de la nada.

- ¿Los políticos que están incorporando las teorías de género y del feminismo radical a su discurso y las convierten en leyes son ideólogos o se decantan por estas corrientes dominantes en busca de votos?

- Estamos ante políticos posmodernos y yo soy muy girardiano. Él pone el ejemplo de Poncio Pilato. ¿Qué hace este prefecto romano ante un juicio sumario entre la violencia y el amor, entre Barrabás y Jesucristo? Se lava las manos y pregunta a la masa: “¿A quién de los dos queréis que suelte?”. Es decir, hace una encuesta y actúa en consecuencia.

Como Pilato, los políticos gobiernan a golpe de sondeo e ideologizan a posteriori, porque lo único que quieren es estar en el poder. Sus decisiones, que son simplemente el resultado de las encuestas de opinión que hacen para ser votados de nuevo y mantenerse en la silla, necesitan de un contenido. Para ello, recurren a las ideologías dominantes que pululan en el ambiente.

Las de ahora muestran una misma tendencia, aunque estén todas enfrentadas: afirman que el enemigo es el judeocristianismo, el patriarcalismo, todo lo que represente lo normativo, la ley, la moral; todo lo que sea entendido en modo clásico. En resumen, lo único que tienen en común esas ideologías es su chivo expiatorio.

- Entiendo que antes de acabar con la figura paterna, es necesario atacar al hombre, y da la impresión de que expresiones como ‘masculinidad tóxica’ van en ese sentido. Personas adultas y medianamente formadas es más difícil que se empapen de estas ideas, pero la realidad es que niños y adolescentes las reciben como formación en charlas escolares.

- Ese es el problema. Como decía Adam Michnik, quienes empiezan asaltando bastillas terminan construyendo nuevas bastillas. Los profesores de secundaria y bachillerato -y de alguna forma, el humus cultural en el que vivimos- han optado por el descaro de adoctrinar en esa corriente de pensamiento, que no es científica sino puramente ideológica, pero que utiliza un lenguaje pseudocientífico que la vuelve muy atractiva.

Mientras, lo que ocurre en las universidades es que el pensamiento crítico ha sido erradicado de la palestra académica, ya no hay libertad para la discusión. De alguna forma, está prohibido pensar. Todo el mundo vive de clichés ideológicos y te los espetan en la cara. El lema del 68 se ha trocado en un contralema: aquellos que decían “dejadnos pensar” o “adiós al padre, al rey y a la divinidad”, ahora dicen “bienvenido el no pensamiento, bienvenida la horizontalidad, bienvenida la disolución de todas las diferencias”.

Hay un miedo al otro y, por tanto, a las diferencias, que se traduce en que sólo se desarrollen argumentos autoafirmativos, autorreferenciales, lo que hace muy complicado el debate intelectual en un aula. A la universidad le hace falta desideologizarse verdaderamente de las corrientes miméticas que vienen de opiniones mal traídas, fundamentadas en emociones y sentimientos, y volver a pensar.

- La universidad siempre había sido la institución que mayor libertad otorgaba a la discusión intelectual. Esto que usted describe no tiene nada que ver con los templos de búsqueda de la verdad que muchos aún piensan que son las universidades.

- La universidad es ahora el imperio de la subjetividad. Jonathan Haidt y Greg Lukianoff hablan en La transformación de la mente moderna de algo muy alarmante: la cerrazón a la inteligencia que ha estallado en las universidades americanas; y está llegando también a España. Conozco a un profesor en Madrid que ha tenido que abandonar la universidad en la que daba clases porque las feministas le hacían la vida imposible. Le tachaban de cristiano y no podía pensar ni expresarse en un modo diferente a la ideología dominante; le grababan, le amenazaban, hasta le pusieron una diana.

- Pero eso no son profesores ni estudiantes, son totalitarios con una tiza en la mano o una mochila en la espalda. ¿Qué supone ese clima académico para la comunidad universitaria?

- Los docentes de humanidades y ciencias sociales han enseñado a los jóvenes universitarios a creer que pensar es aceptar lemas. Les formatean el cerebro mediante la repetición monótona de tópicos, mantras y clichés intelectualoides que no aceptan el debate ni la discusión y que no se sostienen desde el punto de vista científico. Sin embargo, calan muy bien en el alma emotivista y sentimental de los jóvenes de hoy –y de toda la sociedad, en general- porque son pequeños lemas ideológicos muy contundentes que se dirigen directamente al corazón.

En ese sentido, Haidt y Lukianoff opinan que, a causa de la obsesión de las universidades norteamericanas por la protección del alumno y la antidiscriminación, sus estudiantes poseen tal fragilidad que no soportan el debate. Se han convertido en jóvenes doctrinarios que se tragan lo que les dicen sus profesores, la gran mayoría pregoneros de la cultura woke, el feminismo radical y la ideología de género.

- Por ahí va la siguiente pregunta: ¿cómo percibe usted el ambiente entre los universitarios de la actualidad?

- Todos los días veo a jóvenes sufriendo en mi despacho durante las tutorías; y no saben por qué sufren. No les puedes decir por qué, pero en cuanto buceas un poquito en su situación familiar, en lo que creen que son las relaciones sexuales por lo que han conocido desde el instituto y la frustración que han ido experimentando, te das cuenta. Los jóvenes ahora van probando, como las abejas. ¿A ver si es que soy lesbiana y no lo sabía? ¿A ver si es que, en realidad, yo no he reconocido a mis genitales y soy trans?

Como dice Christopher West, en realidad el gusto que tenemos ahora por la comida gourmet y por el sexo en todas direcciones, sin ningún tipo de cortapisa, no es más que el anhelo de matrimonio y eucaristía. Ese anhelo también lo tienen nuestros jóvenes, pero no saben dónde buscar; su deseo profundo es el matrimonio para siempre y la eternidad.

- Más allá de su labor tutorial, ¿qué se respira dentro del aula?

- Sinceramente, en clase creo que ya no soy escuchado. Para muchos alumnos represento la ‘otra’ posición ideológica, la que uno requiere para definirse a sí mismo; porque la propia identidad depende de la que tenga ese ‘otro’, aquel que es más fuerte a tus ojos. En mi caso, como soy un profesor ya mayor, los estudiantes piensan que llevo la tradición en la mano, que les voy a adoctrinar porque creo en la existencia de la verdad, también por creer en Dios… Entonces ya no te escuchan, te posicionan ideológicamente y una vez llevas una etiqueta es imposible ponerse en diálogo con ellos. Piensan: “No tienes nada que decirme que no sea más que una opinión enfrentada a la mía, y la mía me gusta más”. Y así el debate está muerto antes de empezar.

- ¿Qué les propones a tus alumnos cuando detectas ese enroque?

- Los alumnos te tachan, por ejemplo, de que utilizas un lenguaje “heterosexual”, y “tradicional” –porque no puedes utilizar otra cosa- pero mi propuesta ante estas etiquetas y cualquier otra es siempre la misma: “Estoy dispuesto a escucharte, estoy dispuesto al diálogo, no quiero ocupar una posición de privilegio, quiero partir contigo en busca de la verdad. Para ello tú tienes que ampliar las posibilidades de la razón y no encerrarte, no encastillarte en tópicos heredados que has convertido en mantras ideológicos. Yo también me tengo que abrir a tu forma de pensar e intentar bucear, hacer una genealogía de dónde vienen esas ideas; pero el recorrido hacia la verdad hemos de hacerlo juntos”.

Lo que ocurre en la actualidad es que la búsqueda de la verdad no tiene crédito y todo el mundo piensa como Gianni Vattimo, o como Nietzsche, que la verdad no existe, que todo son interpretaciones y que hay que convivir con el pensamiento débil; o como Richard Rorty, que opina que la verdad es siempre una imposición autoritaria. Según él, lo más que podemos hacer es compartir una buena conversación en torno a “temas banales” o “léxicos últimos”.

- ¿Qué puede hacerse para darle la vuelta a esa tendencia, para fomentar en los jóvenes el pensamiento crítico y la reflexión profunda?

- En primer lugar, hay que enseñar a los jóvenes a escuchar, sabiendo que se está pisando terreno sagrado cuando el otro habla, cuando expresa su punto de vista. Con esa actitud se puede entrar en un diálogo fructífero, y, siempre con absoluto respeto al otro, andar juntos el camino.

Además, y aunque muchos profesores de bachiller son verdaderamente adoctrinadores y formatean las mentes de los jóvenes, es muy importante no quitar la asignatura de filosofía. Es fundamental conocer y estudiar la filosofía para desarrollar el pensamiento crítico. Si la asignatura se impartiese bien y de manera honesta, estaríamos ante un punto de partida, un prolegómeno de una nueva realidad social. La filosofía es la única posibilidad de abrir la mente a un diálogo serio en esas edades, desde los principios básicos de la razón, la argumentación y la lógica, desde los principios de no contradicción… Cosas tan simples como eso.

Por otro lado, habría que deshacer un poquito los clichés ideológicos sobre los que se asientan las ideas de muchos jóvenes, y denunciarlos como frutos del emotivismo, de un sentimentalismo que se ratifica a sí mismo o de tendencias miméticas, modas, etc.; explicarles que solamente por sentir algo de una determinada manera no significa que eso sea así. Tenemos que hacerles ver que el ser humano no es sólo un cúmulo de deseos que no pueden ser obstaculizados.

- ¿Qué puede hacer un cristiano de a pie ante el horizonte que planteas? Además de rezar, claro.

- Me gusta la idea de las minorías creativas, que parte de Benedicto XVI. Tenemos que vivir en minorías creativas nuestra fe, con autenticidad, con honestidad y sinceridad. Entonces los que nos conozcan querrán saber por qué nos amamos. El peligro que puede presentarse en las minorías creativas es lo que yo le imputo un poco a La opción benedictina de Rod Dreher: corremos el riesgo de volvernos cátaros y convertir el cristianismo en una ideología cerrada sobre sí misma.

Hemos de dar testimonio sin encerrarnos en nosotros mismos ni volvernos autorreferenciales. Aunque no somos del mundo tenemos que vivir en el mundo. Aceptar esta paradoja como tal, sin tratar de resolverla en ningún sentido, significa, por ejemplo, que tenemos que estudiar, dialogar con la ciencia y con la filosofía, con una apertura total de la mente, con una razón ampliada, como decía Benedicto XVI. Debemos responder en el terreno donde todo el mundo quiere que se responda, con argumentos científicos. No utilicemos argumentos espiritualistas ni emotivistas, cayendo en la misma trampa que la ideología predominante; y, por supuesto, -esto es muy importante- nada de moralismos.

- ¿La estrategia evangelizadora con los jóvenes es la misma?

- A los jóvenes de hoy no hay que trazarles dogmas gramaticales, sintaxis incomprensibles para personas que ya no entienden la castidad, ni el matrimonio para siempre, que no entienden que la sexualidad no pueda ser omnímoda y en todas direcciones. Hay que ir donde ellos están, y proponerles hacer un camino juntos, con toda libertad, sin ningún miedo al otro, como explicaba antes.

Es una tarea muy lenta, muy fatigosa y muy frustrante, que requiere mucho tiempo y mucha dedicación, mucho acompañamiento. El terreno que se mueve entre la afectividad y la razón es muy complicado, pero ese es el reto que tenemos para que un día puedan decir: “‘Mirad cómo se aman’, y también “yo quiero vivir la sexualidad como ellos y también la relación con la familia y con el dinero que tienen estos”. Por eso hemos de vivir nuestra fe con autenticidad. Esto es especialmente significativo para los que somos profesores, pues, como dijo también Benedicto XVI, “un maestro que no sea testigo no sirve para nada”.

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