Discurso del rector José Manuel Pagán en el acto de investidura de Adolfo Súarez como doctor honoris causa

Discurso del rector José Manuel Pagán en el acto de investidura de Adolfo Súarez como doctor honoris causa

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Discurso del rector José Manuel Pagán en el acto de investidura de Adolfo Súarez como doctor honoris causa

Quiero que mis primeras palabras sean de agradecimiento a D. Adolfo Suárez Illana por el esfuerzo hecho para acompañarnos en un acto que pretende reconocer y honrar la memoria de su padre. Gracias Adolfo por tu generosidad y disposición.

Quiero también agradecer la presencia hoy aquí de hombres y mujeres que acompañaron al Presidente Suárez en sus tareas de gobierno desde distintas responsabilidades, gracias por acompañarnos hoy; el homenaje que estamos rindiendo a D. Adolfo Suárez se hace extensivo a todos ustedes que como él, sacrificaron sus intereses personales y políticos en favor del bien común.

Y es precisamente a esto a lo que me gustaría referirme en primer lugar. Y para ello, me van a disculpar el atrevimiento, comenzaré arrogándome la representación de todos aquellos españoles de bien que durante la Transición apenas contábamos con unos pocos años, o incluso la de aquellos que todavía no habían nacido. Y es que somos muchos los que no tuvimos la oportunidad de vivir como adultos ese tiempo, circunstancia ésta que no nos impide reconocer el legado de una generación de hombres y mujeres que con el Presidente Suárez a la cabeza, lucharon por la libertad, por nuestra libertad, ésa que nos encontramos y de la que nos hemos beneficiado los que éramos jóvenes entonces y los que son jóvenes ahora.

Una generación y un Presidente que nos enseñó que por encima de los intereses particulares está el bien común; que conquistó para nosotros el valor de la tolerancia, de la reconciliación, del consenso, del diálogo político, del respeto al otro y de la misma libertad de expresión; que se entregó en cuerpo y alma a la defensa y divulgación del compromiso ético y del rearme moral de la sociedad española; que nos enseñó que la política no es un mercado en que todo se compra y se vende, hay valores, los que fundamentan la convivencia democrática, que deben quedar fuera de la negociación política; que nos demostró el poder del diálogo y de la negociación, recordándonos que no se puede pedir lo que no se puede entregar; que nos dejó un mensaje esperanzador que pide tolerancia, diálogo, esfuerzo común y ética en nuestros comportamientos; que mostró el poder oculto de la amabilidad, ni una ofensa, ni una descalificación personal, ni una afrenta a nadie, y recordemos que somos… lo que hacemos.

Hoy para todos nosotros el Presidente Suárez es un modelo de conducta, un estímulo, una motivación para salir de nuestra área de confort y poner al servicio del bien común nuestros talentos, muchos o pocos. Y nos invita a hacerlo en un “tiempo recio” como diría Santa Teresa de Jesús, a la que hoy de manera especial nos encomendamos, un tiempo, el que nos toca vivir, en el que un nuevo orden mundial amenaza con arrancar de cuajo nuestras raíces, esas raíces que regaron con sudor y sangre hombres y mujeres como el Presidente Suárez.

Un nuevo orden que relega a Dios y niega la condición creatural de la persona, que pretende imponer un relativismo agresivo, una cultura del pensamiento único y que tacha de fundamentalistas y totalitarios a quienes defendemos que hay un núcleo de verdades que constituyen lo que tradicionalmente se ha denominado “ley natural” o “principios no negociables”.

Déjenme también que aproveche esta intervención para reconocer y poner en valor nuestra Constitución en su 40º aniversario, para reivindicar su vigencia como senda por la que podemos transitar todos los españoles, cualesquiera que sean nuestras inquietudes sociales, políticas, económicas o culturales.

Una Constitución que es reformable, sí, pero cuya reforma exige un consenso y una voluntad compartida; si estas premisas no se dan no debiéramos abrir ese período constituyente, y es que como dice el apóstol San Pablo “todo me es lícito, más no todo me conviene” (1Co. 10,23). No todo lo que es posible es además conveniente.

Por último permítanme, que ahora como Rector, me felicite por la decisión del Patronato de nuestra Universidad con su Gran Canciller a la cabeza, de otorgar a título póstumo el Grado de Doctor Honoris Causa por nuestra Facultad de Derecho a D. Adolfo Suárez González, incorporándolo así a nuestra Universidad.

Esta incorporación del Presidente Suárez y de su legado a nuestro claustro docente nos permite reforzar nuestra misión como Universidad, ésa que nos insta a la formación intelectual y a la preparación de la inteligencia de nuestros jóvenes, pero también y sobre todo, a la forja de virtudes y a la formación de personas.

Hoy más que nunca necesitamos líderes que como el Presidente Suárez conciten a las personas en torno a valores, estilos y fines; líderes que en momentos difíciles como los actuales den un paso al frente. A la formación de estos líderes también nos debemos la Universidad, impregnando a nuestros alumnos de un estilo universitario, que tan bien personificaba nuestro nuevo Doctor Honoris Causa, líderes que sean magnánimos en sus planteamientos, generosos en su entrega, que amen la libertad y el diálogo, y que sientan pasión por la Verdad, conscientes de que “la verdad nos hace libres”.

Esto es la Universidad y éste es el legado del Presidente Suárez.

Me van a permitir que acabe con unas palabras pronunciadas por el propio Suárez en su discurso de dimisión, en enero de 1981: “Quiero transmitirles mi sentimiento de que sigue habiendo muchas razones para conservar la fe, para mantenerse firmes y confiar en nosotros, los españoles. Lo digo con el ansia de quien quiere conservar la fuerza necesaria para fortalecer en todos sus corazones la idea de la unidad de España, la voluntad de fortalecer las instituciones democráticas y la necesidad de prestar un mayor respeto a las personas y la legitimidad de los poderes públicos”.

Buenos días y muchas gracias a todos.


 

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