El bioquímico Luis Franco subraya en la UCV que la ciencia moderna nació “gracias a la fe cristiana, no a pesar de ella”

El bioquímico Luis Franco subraya en la UCV que la ciencia moderna nació “gracias a la fe cristiana, no a pesar de ella”

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Un pequeño repaso a las principales cabeceras ‘online’ de ciencia basta para comprobar la extensión de un dogma asumido por la sociedad posmoderna: la relación entre fe y ciencia es de enfrentamiento. La postura predominante de parte de la comunidad científica, que rechaza considerar cualquier otro paradigma para esa relación, parece haber sido aceptada sin demasiado espacio para la reflexión y el debate por la mayoría.

Entre los muchos científicos que, por el contrario, tratan de explicar y difundir la idea de una perfecta comunión entre fe y ciencia, se encuentra Luis Franco, catedrático emérito de Bioquímica y Biología Molecular de la Universitat de València y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.

En una conferencia pronunciada recientemente en un acto organizado por el Observatorio de Bioética de la Universidad Católica de Valencia San Vicente Mártir (UCV), Franco ha rechazado los postulados positivistas y cientificistas -según los cuales, el conocimiento verdadero lo proporciona la ciencia y, por tanto, solo puede surgir de la aplicación del método científico-, que se encuentran tras la consideración de antítesis a la relación de fe y ciencia: “Pensar de ese modo implica un reduccionismo epistemológico. El ámbito del pensamiento científico se mueve en lo que es experimentable o, si se quiere, abordable mediante su método. Pero este no es el único modo que tenemos para conocer”.

El catedrático emérito hace referencia así a los conceptos de “bondad”, “verdad” o “belleza”, sobre los que todo ser humano posee “una idea concreta” y a los que, por distintas que sean las apreciaciones prácticas de cada persona en esos ámbitos, “no se puede acceder mediante el método científico”.

En ese sentido, el biólogo valenciano remarca que admitir la existencia de algo que trasciende lo natural “no es anticientífico”; porque, aunque se pueda llegar a conocer la existencia de Dios a través de la razón, el método de las ciencias positivas se ocupa de conocer los fenómenos naturales y sus causas inmediatas. El hombre ha de acercarse, por tanto, a lo sobrenatural con una metodología diferente”, aduce.

Para Franco no admitir otro tipo de conocimiento que el científico “conduce no raramente al fundamentalismo de negar la propia existencia de realidades trascendentes. Se cae de esa manera en el relativismo que con tanta claridad denunció Benedicto XVI como uno de los males del tiempo actual”. Privando al hombre del acceso a Dios, positivismo y cientificismo desembocan en una idea que se ha extendido del mismo modo que dichas corrientes de pensamiento: todo es fruto del azar. Un científico tiene “pleno derecho” a adherirse esa idea, recuerda Franco, pero “debe admitir honradamente que al hacerlo acepta un modo de razonamiento que trasciende los métodos propios de la ciencia”.

SUPERACIÓN DEL FUNDAMENTALISMO POSITIVISTA

El biólogo valenciano no considera “tarea fácil” superar dicho fundamentalismo, pero cree que el clima de opinión puede cambiar si los científicos cristianos, que son “muchos”, hablan con frecuencia del límite que tienen las ciencias para dar respuestas últimas a las preguntas que se formula el hombre: “No hay que tener miedo a llamar a las cosas por su nombre y el creyente no puede actuar nunca con complejo de inferioridad. Al contrario, sabe que la fe le da razón de la existencia del mundo y de su propia existencia, aunque al mismo tiempo le comprometa”.

Franco atribuye dicha sensación de inferioridad a que “posiblemente” los cristianos han olvidado un hecho “fundamental”: la ciencia moderna no nació “a pesar de la Iglesia”, sino que “al contrario”, fue posible gracias a su fe. Tal y como señaló el físico estadounidense Stanley Jaki, el nacimiento de la ciencia moderna “solo fue posible sobre un sustrato judeo-cristiano, que admitía que el mundo y sus causas son cognoscibles, ya que el hombre, al ser creado por Dios y participar de su inteligencia, está dotado de la capacidad de conocer las obras divinas”.

“Los científicos creyentes tenemos la obligación de proclamar este hecho, primero para que los católicos no miremos a la ciencia con complejo de inferioridad y, después, para que esta idea se difunda”, insiste.

REBATIENDO A STEPHEN HAWKING

Si existe un científico respetado, más aún, venerado en Occidente, es el británico Stephen Hawking. Sus ideas, presentadas casi con un carácter de infalibilidad por los más influyentes medios de comunicación, parecen incontestables.

Pese a la indudable brillantez del famoso premio Nobel de Física, Franco, como tantos otros, no se arruga al acercarse de manera crítica a sus afirmaciones acerca de la existencia de Dios como la que realizó Hawking en su última participación en el festival científico Starmus, celebrado en las Islas Canarias: “Hay muchas personas que aún siguen buscando una solución divina para contrarrestar las teorías de los físicos”.

Para el catedrático emérito no existe una tensión entre el concepto de un Dios creador y los postulados más recientes de la física sobre el origen del universo; en todo caso, la hay “con los de algunos científicos, que no son aceptados ni mucho menos por todos”.

“Concretamente, Stephen Hawking ha afirmado que si existiese un límite en el espacio-tiempo, nos veríamos en la necesidad de invocar a Dios. Y tal vez para eludir esa necesidad propuso la hipótesis de que si bien el espacio-tiempo es finito, el universo no tiene ninguna frontera en el tiempo imaginario. Hawking emplea el adjetivo imaginario en el sentido en que lo usan los matemáticos. Pero hay que advertir que su propuesta es una hipótesis, no un hecho comprobado empíricamente”, explica.

Franco recuerda que en los intentos de eludir la realidad del origen temporal del universo se produce el hecho curioso de que, pretendiendo escapar del razonamiento metafísico, se cae “en hipótesis metacientíficas originadas muchas veces por el deseo de evitar la aceptación de un hecho creador”. En este ámbito se enmarcarían las hipótesis de la eternidad del universo a través de una serie infinita de ciclos de expansión-contracción a los que aludía en el Starmus el físico británico.

En ese sentido, el científico valenciano subraya que el concepto metafísico de creación no se refiere tanto a que tenga un origen temporal como a la dependencia del ser del universo respecto al creador; “una sutil pero importante diferencia que Hawking parece no advertir”, aduce.

La advertencia que resalta Franco sobre la labor del investigador ante la inmensidad desconcertante de lo creado resume, en gran parte, su relación con la ciencia: “Los científicos nunca debemos perder la capacidad de asombro. Como decía Einstein, ‘en la búsqueda de la verdad y de la belleza podemos seguir siendo niños toda la vida’. Cuando el científico, en cualquier área, pierde la capacidad de asombro, cae en la vulgaridad, esa vulgaridad que el cardenal Newman definía como el estar delante de lo sublime y no darse cuenta. Cada descubrimiento nos hace enfrentarnos con algo sublime y, si uno se da cuenta de ello, su conocimiento de Dios puede hacerse mayor”.

David Amat / comunicacion@ucv.es

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