Sobre el 'Brexit', el proteccionismo y una Europa envejecida (Juan Sapena, Las Provincias)

Sobre el 'Brexit', el proteccionismo y una Europa envejecida (Juan Sapena, Las Provincias)

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El “no” a la permanencia británica en la Unión Europea en el reciente referéndum, y que ha despertado importantes incertidumbres incluso sobre la propia viabilidad de la UE, es una muestra de cómo las tendencias proteccionistas acechan, casi siempre de la mano de las etapas de crisis y desaceleración económica mundial que vivimos en los últimos tiempos.

Los efectos inmediatos, como fueron el hundimiento generalizado de los índices bursátiles de los países europeos, que algo más de un 10% en promedio, enmascararon los verdaderos daños, aquellos que se proyectan en un futuro más sombrío, con menores tasas de empleo y creación de riqueza, y por tanto de menor prosperidad. El hundimiento de la bolsa de Londres fue, de hecho sensiblemente inferior, de algo más de un 3%, pero no una vez ajustado por la devaluación de la libra esterlina, que retornaba a valores no conocidos desde mediados de los 80. El Brexit podría ser el primer paso hacia una Europa más dividida y polarizada, y podría tener un efecto dominó sobre otros países de la UE, contagiados, en ocasiones por patrones de comportamiento sólo parcialmente racionales. Y lo que es peor, un proteccionismo que se ha manifestado como contagioso en demasiados episodios de la historia y casi siempre con funestas consecuencias.

Mirando al pasado con nostalgia

Quizás tiempos pasados fueron mejores para británicos y europeos. Entre 1870 y 1914 el Reino Unido jugó un indudable papel de liderazgo y estabilización del sistema económico y financiero internacional, rol que más adelante, tras la Segunda Guerra Mundial, asumiría EEUU al menos hasta los años setenta. La construcción europea no puede entenderse fuera de este nuevo escenario, y también como antídoto contra un nuevo enfrentamiento bélico en el eje franco-alemán, ya desde el Congreso de la Haya (1948), y que culminaría inicialmente en el Tratado de Roma (1957). Con el transcurso del tiempo, la construcción europea, no sólo involucraría objetivos más ambiciosos: del carbón y el acero a los distintos sectores, de una zona de libre comercio a una unión aduanera en 1986, y de ahí a un mercado único con libre movilidad, además, de personas y capitales. Todo ello fue demostrando la necesidad de convergencia real y reducción de asimetrías en la economía de la Unión, y la imprescindible cesión de soberanía en aras del conjunto.

Desde sus inicios, el Reino Unido siempre ha sido reticente a profundizar “en exceso” en este proyecto de integración regional. En 1960, y como alternativa a la Comunidad Económica Europea, promovió en su día el European Free Trade Agreement (EFTA), antes de que en 1973 decidiera finalmente incorporarse a ésta. Hoy, paradójicamente, tendría sus dudas en volver a la EFTA junto a Noruega, Islandia y Liechtenstein, y así pasar a integrar el denominado Espacio Económico Europeo (EEE) que ésta asociación conforma hoy junto a la propia UE.  El Reino Unido tampoco quiso embarcarse ni en el proyecto de la “zona Schengen” ni por supuesto renunciar a la libra esterlina en favor del euro ni ha negado nunca su no a una “Europa federal”.

Resistencia a perder soberanía

Los británicos de hecho se han resistido a perder soberanía. El referéndum sobre la permanencia o salida de la UE ha estado alimentado por el “miedo a la inmigración”, o la voluntad de recuperar “soberanía nacional” para los británicos, en una ecuación en la que una malentendida nostalgia de “tiempos pasados”  se impone a la lógica económica de las ventajas estáticas y dinámicas de la integración regional, y en la que está en juego la propia relevancia internacional de la economía europea en las próximas décadas.

Así, el problema británico es, en el fondo, la hostilidad hacia una imprescindible no ya armonización de políticas económicas sino la profundización de la cooperación que exige tanto armonización de políticas como cesión de soberanía, huyendo de la solución “no cooperativa” de Nash,  en la que políticas “a costa del vecino” son fuente de inestabilidad como (por ejemplo) en el  periodo entreguerras. Y es que la pérdida de soberanía de los estados nacionales es una de las características inherentes al proceso de globalización económica. Desde hace décadas los estados miembros de la UE han ido cediendo parcelas de soberanía a la Unión en su conjunto.

El referéndum sobre el Brexit también deja un país dividido. El Brexit ganó con el 72% de participación y por apenas cuatro puntos (52% a 48%), creando una fractura geográfica en el Reino Unido: Londres, Escocia e Irlanda del Norte votaron por la permanencia, mientras que Inglaterra y Gales optaron por la salida. Quizás también haya una fractura generacional, pues los votantes entre 18 y 24 años votaron mayoritariamente a favor de la permanencia por un abrumador 75% de los votos.

Migración versus una Europa envejecida

Pese a que el problema de los movimientos masivos de personas, en ocasiones con unas expectativas erróneas para el emigrante, el Reino Unido actual no sería lo que es sin los emigrantes , que no acuden atraídos por unas prestaciones sociales extraordinarias, sino fundamentalmente por las oportunidades laborales que el Reino Unido ofrece (y que probablemente ahora serán menores). Mientras la opinión pública se preocupa por poner freno a “los otros”, una Europa envejecida (y en ella la old England) pierde posiciones como aglomeración de actividad económica en el plano mundial.

Mientras muchos euroescépticos niegan la necesaria interdependencia y cesión de soberanía, si son las instituciones comunitarias las que añaden una excesiva burocracia al sistema, mientras discutimos si son churras o son merinas, el centro de gravedad de la economía mundial se mueve inexorablemente. Quizás en no muchos años, el Atlántico dejará definitivamente de ser el centro de los intercambios y su papel, como un día hiciera EEUU con el Reino Unido, será asumido por el Pacífico. Y es que, el verdadero reto no era otro que la posición de la vieja Europa en el mundo, su parcela de liderazgo y, por supuesto, los valores en los que un día asentó su desarrollo.

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