Mis recuerdos de D. Esteban (Ginés Marco, Paraula)
Noticia publicada el
viernes, 16 de mayo de 2025
Acabo de enterarme de la marcha del obispo auxiliar emérito de Valencia, D. Esteban Escudero Torres, a la casa del Padre; y son muchos los recuerdos de su afecto y amistad, así como de sus enseñanzas, que se agolpan en mi memoria. Son incontables las anécdotas surgidas con motivo de haber viajado juntos en diversas ocasiones. Destacaría dos destinos geográficos que, además de contribuir a consolidar nuestra amistad, generaron un gran impacto en mí, hasta el punto de que con el transcurrir de los años y la aparente lejanía en el tiempo no han menguado su recuerdo, sino que lo han avivado y acrecentado. En la primera ocasión a la que me refiero, íbamos a Pamplona para asistir, en el Aula Magna de la Universidad de Navarra, a una conferencia del profesor Giuseppe Tanzella-Nitti, astrónomo y doctor en Teología, en el marco de un congreso organizado por el Grupo Internacional Ciencia, Razón y Fe (CRYF). La conferencia, celebrada el 20 de octubre de 2015, versó sobre un tema de especial atractivo para D. Esteban: “¿Se puede hablar de Dios en el contexto de la ciencia contemporánea?”. Puedo afirmar que los últimos 20 años de la trayectoria intelectual de D. Esteban los ha venido dedicando a promover el estudio riguroso de la razonabilidad de la fe católica; y, en especial, al necesario y fructífero diálogo entre ciencia, razón y fe. Aquel viaje fue profundamente entrañable y mutuamente nos confiamos nuestras inquietudes académicas, dirigidas a promover una disciplina de nuevo cuño ofertada por la Universidad Católica de Valencia San Vicente Mártir, que abogara por una profundización interdisciplinar entre la ciencia, la razón y la fe.
D. Esteban consideraba que entre los graves problemas que acechan a la humanidad en estos momentos, y ante los cuales la institución universitaria no puede ni debe permanecer ajena ni callada, merecía un especial estudio todo lo concerniente a los reduccionismos simplistas, contrarios a la verdad humana más honda, como una vuelta a la caverna, en que se incurre cuando sólo queda espacio para el cientificismo (sólo es verdad lo demostrable en un experimento), el racionalismo (sólo es verdadero lo que yo entienda como racional) y el fideísmo (verdadera aberración de la fe), convirtiendo la ciencia, la razón y la fe en ideologías clausuradas, en reduccionismos incomunicables e incompatibles entre sí, y absurdamente contradictorios. La mención del cientificismo supone destacar la desacreditación de la que hace gala respecto de cualquier tipo de conocimiento que no venga respaldado por el paradigma inspirado en el método empírico, propio de la ciencia experimental. Si aludimos al racionalismo, tendremos que resaltar su fe ciega en el progreso del conocimiento que sólo es capaz de proporcionar la razón, pues sólo el ejercicio de esta facultad permite alcanzar las ideas claras y distintas cartesianas. Por último, nos quedará el fideísmo, que abogará por rehusar el conocimiento científico y el proporcionado por la razón porque, antes o después, devendrán incompatibles con la fe religiosa, que entonces se convertirá en una especie de misticismo, superstición o, en el mejor de los casos, en la doble verdad: lo que naturalmente es verdadero desde el paradigma de la razón, puede, a su vez, ser falso en el plano de la fe.
Años más tarde, en marzo de 2018, compartimos otro viaje a Tierra Santa. Llegué a pensar que sólo por disfrutar del conocimiento que hacía gala D. Esteban de la idiosincrasia de la cultura judía, ya merecía la pena con creces haber hecho el viaje. Sin embargo, me quedé corto en mis expectativas porque lo mejor estaba por acontecer. Fue otra conversación intimista, confidencial, al oído, que mantuve con él -era 18 de marzo de 2018- en el incomparable marco de las empinadas cuestas de Jerusalén, y cerca de la Basílica del Santo Sepulcro me susurró su vivo deseo de prepararse a fondo para alcanzar la vida eterna, ya que deseaba con toda su alma estar preparado cuando Dios le llamara, “no sólo en teoría, sino también en la práctica”. Y me animó a hacer otro tanto en el tiempo que Dios me concediera.
Desde ese momento, he considerado que la motivación sobrenatural de D. Esteban venía auspiciada por un deseo vivo y acendrado de hacer coherente la predicación que venía impulsando desde sus inicios como sacerdote, acerca de la fugacidad de la vida terrena -un suspiro: tempus fugit-, en agudo contraste con la vida que perdura en la eternidad -para siempre, para siempre, para siempre, en palabras de Santa Teresa de Jesús siendo niña- a través del destino incomparable -ni ojo vio, ni oído oyó, ni por mente humana pasó, en las gozosas palabras que san Pablo dirige a los Corintios- y que Dios tiene preparado para aquellos que le aman.
La víspera de su fallecimiento tuve la fortuna de despedirme de él. Y ahora, en estos momentos tan especiales, puedo dar fe que aquellas confidencias lanzadas al oído -tan oportunamente- las ha vivido D. Esteban en plenitud hasta su último suspiro. Nos queda su recuerdo entrañable, su ejemplo, su conversación amena, culta y amable que seguirán siendo una fuente de inspiración para quienes tenemos el propósito -con la ayuda de Dios- de secundar cuanto de él hemos aprendido y recibido con abundancia. Y, por supuesto, su amistad eterna. Descanse en paz.