Un nombre cargado de sentido: León XIV y el horizonte de paz (Anna Peirats, The Conversation)
Noticia publicada el
viernes, 9 de mayo de 2025
La tarde del 8 de mayo de 2025, a las 18:08, el humo blanco ascendía desde la Capilla Sixtina. La plaza se envolvió de un silencio expectante. Desde el balcón de la basílica de San Pedro, el cardenal Dominique Mamberti pronunció la fórmula Habemus Papam. A continuación, el nombre del elegido: Robertum Franciscum Prevost.
Nacido en Chicago, religioso agustino, misionero durante décadas en Perú, prefecto del Dicasterio para los Obispos desde 2023, el nuevo pontífice adoptaba un nombre que no se oía desde 1903: León. El último papa que lo eligió, León XIII, transformó la Iglesia justo en un momento necesario. Aquel nombre, ahora renovado, se convierte en el primer gesto de un pontificado que ya está comunicando antes de hablar.
Desde el balcón no hubo anuncio de reformas ni lectura de programas. El nuevo papa elevó un Ave María por los fieles, y saludó brevemente en español a su antigua diócesis de Chiclayo (Perú). Una palabra se repitió de manera constante desde la primera frase: “paz”. Transmitió un mensaje de fortaleza, de caminar sin miedo, porque el mal no prevalecerá. Instó a construir puentes de paz, con el diálogo y la unión de una comunidad que camina hacia adelante.
En su discurso, el nuevo papa nombró dos veces a su predecesor. Y en ese gesto sencillo, fraterno, ya había una clave de lectura. El tono contenido, la sonrisa sin énfasis, la ausencia de proclamas: todo recordaba el modo en que Francisco inauguró su pontificado en 2013. Más que una imitación, afinidad.
La palabra “paz”, central en este primer mensaje, tampoco es ajena al lenguaje del anterior pontífice. Es el eco de una Iglesia que no se piensa desde el centro, sino desde las periferias. Que no pretende imponerse, sino servir.
Tomar el nombre de León es una decisión sobre qué herencia conviene recuperar cuando la Iglesia se pregunta cómo seguir sin perder profundidad.
Una genealogía que no se improvisa
Para entender mejor el significado del nombre elegido por el cardenal Prevost hay que retroceder en el tiempo.
El siglo XIX fue, para el papado, un tiempo convulso. Gregorio XVI, elegido en 1831, era monje camaldulense y antiguo prefecto de la Congregación de Propaganda Fide. Su encíclica Mirari Vos (1832) condenó la libertad de conciencia y de prensa y la separación entre Iglesia y Estado, así como toda forma de pluralismo doctrinal.
Ese modelo se intensificó con Pío IX, elegido en 1846. Al inicio de su pontificado promovió algunas reformas moderadas, como la amnistía política. Pero la insurrección de 1848, su huida a la localidad de Gaeta y el posterior regreso con apoyo francés marcaron un giro radical.
En 1854 proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción, y en 1864 publicó el Syllabus Errorum, una lista de 80 proposiciones condenadas como errores modernos. Rechazaba el racionalismo y el liberalismo político, así como la separación entre Iglesia y Estado. Condenaba la libertad de conciencia, de prensa y de culto, la autonomía de la ciencia respecto de la fe y el derecho del Estado a controlar la educación. Afirmaba el poder temporal del papa, los privilegios jurídicos del clero y la exclusividad de la Iglesia en materia de moral, matrimonio y enseñanza.
En definitiva, el documento representó el cierre doctrinal más fuerte frente a la modernidad emitido por el papado en el siglo XIX. El Concilio Vaticano I (1869) culminó ese proceso con la definición del dogma de la infalibilidad pontificia.
Sin embargo, el concilio se interrumpió abruptamente: en septiembre de 1870, las tropas del Reino de Italia ocuparon Roma. Se ponía fin a los Estados Pontificios. A partir de ese momento, Pío IX se autodefinió como “prisionero en el Vaticano”.
El pontífice rechazó reconocer al nuevo Estado italiano y se encerró en una posición de aislamiento político y espiritual. No volvió a salir del Vaticano y denunció desde allí el laicismo, el relativismo y lo que consideraba la “apostasía de la modernidad”.
Falleció en 1878. Por voluntad expresa, no quiso ser enterrado en la basílica de San Pedro, sino en San Lorenzo Extramuros. Su deseo se interpretó como un gesto de ruptura simbólica con el nuevo orden político italiano.
Sin embargo, su entierro definitivo no se llevó a cabo hasta tres años después. En la noche del 12 de julio de 1881, el cuerpo de Pío IX fue trasladado en procesión desde el Vaticano hasta San Lorenzo. La decisión había generado tensiones: desde algunos sectores se amenazaba con impedir el traslado.
Durante el recorrido, en la Via del Mandrione, un grupo de anticlericales intentó arrojar el ataúd al río Tíber. Solo la intervención de las fuerzas de seguridad y de los fieles que acompañaban la comitiva lo impidió, y el féretro llegó finalmente a su destino entre gritos e insultos. La prensa internacional recogió el episodio como síntoma del clima anticlerical que dominaba Italia tras la pérdida de los Estados Pontificios.
Pensar el mundo sin miedo: León XIII
Cuando Gioacchino Pecci fue elegido en 1878 con el nombre de León XIII, hizo hablar de nuevo a la Iglesia desde la razón y la justicia. A diferencia de Pío IX, no convocó concilios ni declaró nuevos dogmas. Su pontificado buscaba restaurar la presencia de la Iglesia en el debate intelectual, político y social de su tiempo. Puso énfasis en el lenguaje de la filosofía, la justicia y la razón pública. Mientras que con la encíclica Immortale Dei (1885) pensó el orden político desde el bien común, con Providentissimus Deus (1893) promovió una lectura crítica y espiritual de la Escritura
Por su parte, Rerum Novarum (1891), la más célebre, inauguraba la doctrina social de la Iglesia y defendía la dignidad del trabajo, el salario justo y la responsabilidad del Estado. Antes, en 1890, León XIII publicó Sapientiae Christianae, una encíclica menos citada que Rerum Novarum, pero reveladora del lugar que el pontífice concebía para los creyentes en la vida pública.
Aquí subrayaba que no basta con vivir la fe en lo íntimo: la Iglesia está llamada a hablar en la esfera pública, para preservar la justicia, la dignidad y el bien común. No es lícito callar cuando la religión peligra. Y separar el orden social del sentido cristiano acaba erosionando la base misma de la convivencia. En esa voz firme resuena un magisterio que no huye del mundo, desde la responsabilidad.
León XIII murió en 1903. Pidió ser enterrado en San Juan de Letrán. Aunque tardó casi dos décadas a ser trasladado, una noche de octubre de 1924. El papa Francisco también eligió ser enterrado fuera de San Pedro un siglo después, en Santa María la Mayor, junto al icono de la Salus Populi Romani. Ambos pontífices marcaron con ese gesto una voluntad concreta: una Iglesia no se impone desde arriba, sino que habita entre todos.
León XIV: contención, lenguaje y dirección
En la elección de León XIV, este legado encuentra continuidad en una palabra que, como decíamos al principio de este artículo, el pontífice repitió con sobriedad desde el balcón de San Pedro: paz. Una paz que no es pasividad, sino forma activa de compromiso con una sociedad fragmentada, necesitada de diálogo, justicia y dirección ética.
León XIII devolvió a la Iglesia el lenguaje de la filosofía, la justicia y el diálogo. Pronunciar de nuevo ese nombre, más de un siglo después, no puede ser un gesto neutro. En ese tono sereno, con emoción contenida, se dibuja ya un estilo que no interrumpe, pero propone. Que imprime cercanía, sin renunciar a la verdad. Y que, como en los primeros gestos del pontificado de Francisco, deja entrever una sensibilidad pastoral que promueve la escucha y la comunidad frente a la estructura o al privilegio.
León XIV no ha redefinido el papel del papado. No lo necesita. Basta con haberlo inscrito, desde su primera palabra, en una línea que recuerda que el magisterio no es solo doctrina, sino lenguaje, y que el lenguaje es ya orientación. La voz de León XIII habló con inteligencia; la de Francisco, con cercanía y misericordia; y la de León XIV ha comenzado con una sola palabra: paz.
A veces, basta con eso.