Benedicto XVI, ¿doctor de la Iglesia? (Carola Minguet, Religión Confidencial)

Benedicto XVI, ¿doctor de la Iglesia? (Carola Minguet, Religión Confidencial)

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Tras la muerte de Benedicto XVI, que hoy cumpliría 97 años, se han sucedido las peticiones para que sea proclamado doctor de la Iglesia, un título que sólo han recibido 36 o 37 (los listados no se ponen de acuerdo) personalidades en la historia. Hace unos días, el propio papa se unió a las voces que piden para Joseph Ratzinger dicho reconocimiento en una entrevista con el vaticanista Javier Martínez-Brocal.

Para otorgar esta distinción han de reunirse tres requisitos. El primero es una insigne santidad de vida. En este sentido, el deseo de Francisco está muy bien, pero primero hace falta canonizarlo. Hay un procedimiento concreto que permite al sumo pontífice (para eso tiene la autoridad apostólica máxima) saltarse el tiempo establecido. Así procedió Benedicto XVI con Hildegarda de Bingen. Considerada santa durante siglos, no fue oficialmente canonizada hasta el 12 de mayo de 2012. El mismo papa alemán declaró a su compatriota doctora el 27 de ese mes, junto con el español san Juan de Ávila.

La segunda condición es que su doctrina eclesial sea eminente, esto es, densa y extensa, además de correcta y sana, según decían los clásicos. La tercera característica es el reconocimiento expreso del santo padre.

Por ello, para nombrarlo doctor de la Iglesia habría que probar, antes que nada, su santidad, y tiene sentido plantear el proceso, pues en su vida hay signos de que la persiguió. Así, suele decirse que no se ha alcanzado a comprender del todo a Benedicto XVI, y es cierto. Un ejemplo es que, a pesar de su apariencia débil, tuvo el arrojo de emprender arduas batallas en la Congregación de la Doctrina de la Fe y desde la sede de Pedro, con una decisión y capacidad de diagnóstico sorprendentemente lúcidas, aunque tantas veces mal interpretadas. No obstante, más importante es que detrás de ellas se entrevé una actitud propia de los santos que ha pasado desapercibida, pues se suele huir de la misma, y es su disposición a cargar con el mal, propio y ajeno. Es decir, había situaciones de mal esperando que alguien las afrontase, asumiera, entrara en ellas… y Ratzinger lo hizo, sabiendo que podía ser alcanzado. Como buen pastor, no rehuyó al lobo.

Respecto a la eminencia de su doctrina, imagino que podría mostrarse en todos sus escritos. Ratzinger manifiesta un dominio de la historia de la Iglesia y de la historia del pensamiento impresionante; es una gran cabeza contemporánea. Dicen que Juan Pablo II leyó su Introducción al cristianismo, quedó fascinado y lo buscó para que colaborase con él. Y el tándem que formaron sigue dando frutos. Ciertamente, tiene un don para explicar las verdades de la fe y las verdades antropológicas, éticas y teológicas más importantes, por eso el cardenal Meisner le llamó el Mozart de la Teología. Las presenta con claridad, sin edulcorar, sin ambages, haciéndolas, al mismo tiempo, comprensibles y, por lo tanto, asumibles y deseables.

En definitiva, hay rasgos sólidos en él de las condiciones anteriormente aludidas. Ahora bien, más allá de si se inicia o no el procedimiento, que ciertamente se ha referido de un modo muy simple, y sabiendo que la autoridad eclesiástica competente es quien debe discernir y decidir si es merecedor de este título, la sola propuesta ayuda a conocer mejor a Benedicto XVI.

Y es que muchos se han referido a él como el papa profesor o el papa teólogo, lo cual no deja de ser un reduccionismo. ¿Fue profesor el papa? Sí, claro. Y, además, excelente. ¿Y teólogo? Evidentemente; de los mejores que ha habido. Pero hay un todo mucho mayor que esas partes que parecen subrayar, sobre todo, su altura académica, cuando no es lo más importante. Ese todo es su misma persona, que ha sabido buscar y ofrecer la verdad con su vida y en su obra. Ser un fiel cooperador de la verdad –su lema episcopal– es lo que en realidad le define. Eso sí habla de él.

Y es que Benedicto XVI ha querido dar un alimento que el hombre necesita en cualquier tiempo, y en el nuestro especialmente: el de las verdades universales, que ha puesto al alcance de todos. Las ha amasado para hacerlas pan, de modo que la gente pueda alimentarse con ellas. Esto implica un ejercicio no sólo intelectual, sino pastoral y pedagógico. ¿Será nombrado doctor de la Iglesia? No lo sé. Pero sí que es un doctor con este inmenso sentido.

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