¿Existe la educación neutral? I (Carola Minguet, Religión Confidencial)

¿Existe la educación neutral? I (Carola Minguet, Religión Confidencial)

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Recientemente, el Tribunal Constitucional ha dictado una sentencia que otorga el amparo a una madre que quería escolarizar a su hija en un colegio público, frente a la voluntad del padre de hacerlo en un centro concertado. La resolución ha sido cuestionada por algunos expertos que han aludido al artículo 27.3 de la Constitución, pues asegura a los padres un derecho específico para que sus hijos reciban una formación religiosa y moral de acuerdo con sus propias convicciones. También han atendido al derecho al libre desarrollo de la personalidad de la menor (recogido en el artículo 10 de la Carta Magna) ya que, según aducen, puede garantizarse en un centro concertado de igual modo que en un colegio público. Por otro lado, el dictamen ha dado paso a la discusión, una vez más, acerca de la conjugación de la libertad religiosa con la laicidad del Estado.

Dejando de lado la controversia jurídica y la solución acordada, llama la atención el argumento recogido en la sentencia: se ha optado por un centro público para procurar a esta niña un “entorno de neutralidad”. Y sorprende porque no se puede pretender esta neutralidad en un centro público como tampoco en un concertado, pues la educación no es ni puede ser neutral.

Pero vayamos por partes. La alusión al “entorno de neutralidad” da que pensar, en primer lugar, sobre la apropiación por parte de lo que llamamos escuela pública del servicio estatal de educación. Si la escuela pública es patrimonio de todos los españoles, ¿cómo se explica que la regenten fundamentalmente quienes abogan por una formación laica? ¿Por qué su opción es la canónica y a la concertada se le deja subsistir en una red paralela? Precisamente porque se ha aceptado el sofisma de que lo neutro es lo aconfesional. Por eso se ha cedido la educación a la escuela pública, que debe ser laica para procurar la neutralidad.

Ahora bien, si se ha llegado a este punto es porque hay un argumento previo -y viene de lejos- según el cual el ateísmo es neutral y la fe no. Sin embargo, es un razonamiento falaz. Se puede vivir como si Dios no existiera o vivir respondiendo ante la existencia de Dios. En un nivel puramente dialéctico, las dos posturas pueden entenderse como equitativas. Y ambas tienen sus derivas pedagógicas.

Un corolario de esta afirmación es que todo acto educativo reconoce una antropología (educar es, sobre todo, preguntar qué se quiere que el educando devenga) y una cosmovisión. Así, la educación católica ha pretendido tradicionalmente que el alumno sea una persona virtuosa, es decir, prudente, justa, fuerte, templada, confiada, caritativa, esperanzada. Y estos fines se han dirigido y concretado orientando al alumno en una determinada manera de entender el mundo y de ser en él.

Del mismo modo, otras propuestas educativas han respondido y responden a una visión sobre el hombre y la sociedad. Un ejemplo es el Informe Delors, que ha marcado la educación en los últimos tiempos: persigue que el alumno aprenda a hacer y aprenda a ser, de ahí su teoría de los contenidos conceptuales, procedimentales y actitudinales, que han derivado en las actuales competencias. Según este estudio, el alumno ha de ser un buen ciudadano, una persona con valores. Y aquí hay dos cuestiones. La primera es obvia: un valor no es neutro. En segundo lugar, la definición de ciudadano global, como se dice ahora, estará condicionada por lo que determine la coyuntura sociopolítica. Si se considera que debe ser patriótico, se educará al niño en el patriotismo. Si no se considera, se obviará. Es decir, según se dote de contenido a esta ciudadanía se escogerán los valores que debe asumir el educando: la sostenibilidad, la igualdad, la solidaridad, la identidad de género, la digitalización…

Asimismo, tampoco está clara la pretensión de neutralidad si se atiende a los contenidos académicos. Y es que, si bien se pueden transmitir conocimientos técnicos, fácticos, sin valoración (pienso en disciplinas como las matemáticas o la física) cuando un currículum elige qué impartir (¿por qué ya no se estudia latín?), qué contar y desde qué perspectiva (las ciencias sociales, las disciplinas artísticas, humanísticas, filosóficas exigen perspectiva e interpretación) es imposible que haya neutralidad.

Demos otro paso. Imaginen que se retoma el debate de que la escuela debería limitarse a una mera instrucción (ya se ha dado en la historia reciente y, aunque ahora no estamos ahí, todo vuelve). Pues tampoco desde este planteamiento podría procurarse un entorno de neutralidad. Y es que, mientras no lleguemos a la distopía de ‘alexas’ al frente de un aula, sigue existiendo la figura del profesor. Pero dejemos esto para la siguiente tribuna.

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