Fallen leaves y el mejor sentido de los Óscar (José Alfredo Peris, Las Provincias)

Fallen leaves y el mejor sentido de los Óscar (José Alfredo Peris, Las Provincias)

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La revista Caimán en su número de enero recoge una muestra de los estrenos más relevantes del año 2023. Entre ellos destaca Fallen Leaves de Aki Kaurismäki. Una cinta que se podría situar dentro de lo que habitualmente conocemos como cine social, si bien no acaba de pertenecer a ese género. En realidad, es muy distinto de lo que se presenta como cine comprometido o de clase, como el que filma, por ejemplo, Ken Loach. Kaurismäki vuelve a situarnos ante un paisaje obrero, como tantas otras veces en su filmografía, si bien su acento no está centrado en la controversia social, sino en lo que les pasa a quienes sufren la peor parte. Y desde ahí consigue que sus películas nos suministren esperanza, convencido de que siempre hay algo milagroso en las personas concretas, de carne y hueso.

Kaurismäki hace lo contrario de lo que pasaba en algunas películas de Hollywood de los años treinta, aquellas en las que se ofrecía la vida de las personas acaudaladas. Por medio de las grandes mansiones, coches de lujo, restaurantes exclusivos, o elitistas salas de fiesta… por una hora y media muchas personas, especialmente mujeres, podían olvidarse de las penurias económicas a las que las había expuesto la depresión del 29, y soñar un mudo de príncipes y princesas, montado en el dólar

El director finés va en la línea opuesta porque nos ofrece la vida de los trabajadores no para que nos refugiemos en mundos de evasión, sino para que encontremos bases firmes para nuestra esperanza. Tiene presente lo que escribió Herbert Marcuse recogiendo el pensamiento de Walter Benjamin: “Sólo gracias a aquellos sin esperanza nos es dada la esperanza”.

La historia que propone el director finlandés es de dos trabajadores con empleos precarios que sufren con reiteración el trauma del despido y la necesidad de cambiar de ocupación. Los vemos con entretenimientos populares como cantar en una karaoke, afrontando el riesgo del alcoholismo (en el protagonista masculino), en viviendas modestas (él vive en un contenedor habilitado al efecto por un empresario y luego en una pensión; ella en una modesta vivienda unifamiliar que ha recibido en herencia), desplazándose en trasporte púbico (trenes de cercanía y tranvías), sin ordenadores propios, con teléfonos móviles obsoletos. 

Y en medio de esa penuria, disfrutan de contar con verdaderos amigos (especialmente amigas que se solidarizan entre ellas), de cuidar los propios sueños (con lecturas sencillas o cómics o asistiendo a las sala de cine), de valorar a los perros abandonados y acogerlos…

Kaurismäki sin duda se inspira en otros directores de Hollywood que proponían argumentos de trasformación. En Fallen Leaves se reflejan, por ejemplo,  en un final que cita a Chaplin, en un episodio de encuentro frustrado por razón de un accidente con ecos de Tú yo de Leo McCarey, o en el amor entre una mujer y un hombre por encima de los reveses económicos de Qué bello es vivir de Frank Capra. 

Fallen Leaves es también un canto de amor al cine. No se limita a estos representantes de un cine clásico con contenidos personalistas. Goddard, Bresson o David Lean, entre otros, son homenajeados de una manera explícita. La sombra de Ozu se proyecta eficazmente con un pillow shot en el que el paisaje representa con belleza y precisión lo que puede pasar por el alma de los protagonistas. Mención especial merece la película de zombis que ven en un cine los protagonistas, Los Muertos no mueren, de Jim Jarmusch, buen amigo y colega del cineasta finlandés. Los muertos vivientes son el emblema de una humanidad en la que cada uno va a la suya, y no le importa devorar a los demás. 

Fiel a su estética de Kaurismäki en Fallen Leaves crea su propio mundo. Los colores fuertemente marcados (especialmente el azul), la comida ajena a la fast food o a la cocina de diseño, la contención en los gestos, el laconismo de las palabras, el humor sutil, la deliberada oposición a manipular los sentimientos del espectador (para llegar a su corazón de una manera más fiable), la cámara que acaricia y ennoblece a los olvidados, la elipsis que convoca a la imaginación del espectador (para completar con pudoroso respeto la escena), la combinación entre realismo y el cuento de hadas, la simplicidad de la trama y el mar de fondo que subyace, el minimalismo de los detalles cotidianos, el silencio…

¿Puede triunfar una película así en los Oscar? Kaurismäki ya rechazó ser galardonado en ocasiones precedentes por su disconformidad con la invasión de Irak. Fallen Leaves denuncia continuamente el atropello de las tropas rusas sobre Ucrania, testimonio para la historia de las atrocidades que en nuestro presunto mundo civilizado no dejan de sucederse. Pensemos en todas las víctimas en Oriente Medio.

Recibir un Óscar no engrandecería a Kaurismäki. No lo necesita. Más bien sería la historia del cine que se concita en esa gala la que tendría ocasión de recuperar su mejor sentido.

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