Felicidades, graduados, ¿y ahora que? (José Manuel Pagán, Las Provincias)

Felicidades, graduados, ¿y ahora que? (José Manuel Pagán, Las Provincias)

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Cada año por estas fechas miles de estudiantes universitarios finalizan sus estudios de grado y la cultura dominante nos invita a aprovechar la ocasión para animarles a pensar que, como decía aquella campaña publicitaria, impossible is nothing, que tú puedes conseguir todo lo que te propongas porque yes, you can. Sin embargo, a mí me gusta aprovechar la ocasión de la graduación para recordar al joven graduado su condición de mortal, irremediablemente mortal (“Mors certa, hora incerta”, decía San Agustín).

Y es que, cuando uno tiene esto presente, es más fácil que viva agradecido por todos los bienes recibidos, empezando por el don de la vida, que no es una conquista suya, que es un regalo recibido; como lo es su inteligencia, que no se la ha dado, aunque la haya podido cultivar -cosa deseable-; o como lo son sus padres, que no ha elegido. Qué importante es reconocer, ellos y nosotros, que estamos rodeados de dones, muchas veces en forma de personas, que nos permiten conocernos mejor y crecer.

Cuando uno toma conciencia de la finitud de la vida, es decir, que la vida tiene un principio y tiene un final, incierto -es verdad- pero seguro, entonces uno tiene más facilidad para ser agradecido, pero también para pedir perdón y para perdonar, para reconciliarse con el otro. La graduación es un momento fantástico para agradecer y para reconciliarse con todas las personas que han estado cerca de uno durante el tiempo de universidad.

Es verdad, este lenguaje es propio de adultos, pero es lo que se merecen estos jóvenes, que se les trate como personas adultas y no como eternos adolescentes. Algo que no debieran aceptar, ni nosotros, adultos, fomentar. 

Es importante reivindicar el atractivo y la dignidad que tiene ser adulto, que les animemos a desear esta condición, la de adulto, que hoy es tan despreciada, por unos y por otros. Por los jóvenes, que quieren prolongar la adolescencia, y por los adultos, que sueñan con ser y sentirse eternamente jóvenes. Pues bien, hoy hacen falta en nuestra sociedad personas que traten al prójimo como a uno mismo; que sepan renunciar a intereses y deseos particulares en favor de un bien común; que sean fieles a la palabra dada; que no abandonen a quien está necesitado de protección.

Cuando todo esto se da en una persona -y es importante que se dé pronto, muy pronto, en los recién graduados-, entonces, se ha formado un adulto por muy joven que sea, y la sociedad tiene, tenemos, que celebrarlo, porque nuestro futuro como sociedad depende de que haya adultos dispuestos, libre y voluntariamente al compromiso.

Mi interés en recordar al joven graduado su condición de mortal no pretende amargar el momento de la graduación, en absoluto, al revés, busca evitar que le suceda como en el poema de Gil de Biedma cuando escribe:

Que la vida iba en serio

uno lo empieza a comprobar más tarde

-como todos los jóvenes, yo vine

a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería

y marcharme entre aplausos.

(…)

Pero ha pasado el tiempo

y la verdad desagradable asoma:

envejecer, morir,

es el único argumento de la obra.

No dejemos que les suceda esto a nuestros graduados, animémosles a que no esperen más para descubrir que la vida va en serio, que no esperen más para descubrir el ars vivendi, el arte de vivir. Porque, ésta es la pregunta que deben formularse, ¿qué van a hacer con la vida que se les ha regalado?, ¿qué van a hacer con su vida?

Y en ese proceso de descubrimiento del arte de vivir, una cosa es clave, descubrir que estamos hechos para amar, ¿y qué es amar? Amar es querer el bien del otro, decía Santo Tomás de Aquino. O, si se prefiere, en palabras del escritor argentino Jorge Luis Borges, amar es mirar al otro como lo mira Dios.

Muchos de ellos, iniciarán pronto su vida profesional, y debemos alentarles a poner en práctica esta palabra, que habla de amar a los demás, también en el trabajo, aunque no solo en el trabajo.

Amar a los demás a través de su trabajo, buscar la excelencia en lo que hacen, no tomar atajos. Si viven su trabajo como una oportunidad para amar, los frutos, en forma de sentido de vida, de felicidad, les llegarán. Sin embargo, si viven su trabajo como una oportunidad para alcanzar el éxito mundano, medido en dinero, poder o prestigio, muy probablemente no alcancen el sentido de vida, la felicidad, y acaben adictos al éxito y lamentando como el poeta que tarde han descubierto que la vida iba en serio.

A vosotros os digo, adelante, queridos jóvenes, no tengáis miedo a los peligros o sufrimientos que se os presenten en la vida porque “vencer sin peligro es ganar sin gloria”. Os necesitamos.

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