La cumbre de Pekín, desde la retaguardia (Carola Minguet, Religión Confidencial)
Noticia publicada el
martes, 9 de septiembre de 2025
Del encuentro celebrado en Pekín -no se sabe bien si para conmemorar el octogésimo aniversario del final de la II Guerra Mundial o para que China exhibiera su descomunal dotación armamentística- ha sido muy comentada la conversación captada por un micrófono entre los presidentes de Rusia, Vladímir Putin, y de China, Xi Jinping, sobre los trasplantes de órganos; resulta inquietante, pero anecdótico si se compara con la conmoción que ha provocado verlos desfilar junto a Kim Jong-Un o escuchar la siguiente sentencia del líder mandarín: «Hoy la humanidad debe elegir de nuevo entre la paz y la guerra; el pueblo chino está en el lado correcto de la historia».
Sobre lo primero, aparte de las reflexiones que despiertan estos mandatarios fantaseando con la inmortalidad (¿fruto de su endiosamiento o de la desesperación ante la muerte?), es interesante, como han hecho algunos, detenerse tanto en las posibilidades como en los riesgos experimentales y éticos de prolongar la existencia artificialmente (aunque cabe ser conscientes de que muchos laboratorios seguirán haciendo lo que les dé la gana). No obstante, estaría bien elevar el debate y preguntarse si el progreso es, simplemente, alargar los años de vida. Para ello no hace falta esperar a que la ciencia siga dando pasos y vivamos treinta lustros: en 2050 habrá más personas mayores de 65 años en el planeta que niños de cinco o seis años, y un alto porcentaje envejecerá y morirá en soledad. Si este es el horizonte de las sociedades avanzadas… prefiero la retaguardia.
Por su parte, las alarmantes imágenes y declaraciones que ha dejado esta cumbre piden los análisis que ofrecen estos días los medios de comunicación acerca de la configuración política que va gestándose en el orden internacional. Ahora bien, además de recordar que el mal es malo y que el mundo está hecho unos zorros, quizás valga la pena buscar algo de luz entre tanta oscuridad, y no por hallar un falso consuelo o una esperanza vana, sino, sencillamente, porque nos va la vida en reconocerla, aunque esté tan escondida.
Así, el cóctel de unos gobernantes perversos que quieren perdurar en el poder y en esta tierra, siendo responsables de la muerte de millares de personas, al tiempo que amenazan con montar una partida de Risk cuando se les antoje, lleva al miedo, a la angustia, a la incertidumbre... pero también invita a involucrarse en la vida de las generaciones nuevas. A custodiarla, protegerla, alimentarla. He aquí un rayo luminoso. Y no es el único.
Precisamente el otro día un amigo filósofo me habló de la necesidad de promover una cultura generativa, esto es, una cultura implicada en el nacimiento y educación de nuevos seres humanos a quienes legar lo mejor que tenemos, que en Occidente son las verdades permanentes (lo real es perenne) de la fe y la tradición cristiana. “Esto es lo nuestro; nosotros, a lo nuestro”, me dijo.
Pues bien, en tanto que Europa no sólo está acorralada por la guerra y los totalitarismos, sino por haber renunciado al suelo firme de estas verdades, es el momento de sembrarlo en nuestras casas, en las aulas. En la retaguardia.
Justamente porque esta cumbre ha confirmado que el peligro es real -si a uno le da por apretar el botón rojo, salta por los aires el mundo que hasta ahora hemos conocido- no es contradictorio esperar la vida. Y no sólo la vida física o la vida desde una perspectiva generativa. También está la vida eterna, que no tiene nada que ver con la eternidad con la que sueñan estos personajes y sobre la que no tienen poder alguno. Una vida que sólo se puede aguardar desde la retaguardia.