¿Son las mujeres detectives exclusivas de la ficción contemporánea? (Emilio Ramón, The Conversation)
Noticia publicada el
viernes, 22 de agosto de 2025
Hoy en día es común encontrarnos mujeres policías o detectives en los relatos de misterio. La actriz Jamie Lee Curtis acaba de confirmar, de hecho, que está muy cerca de interpretar a Jessica Fletcher, la popular protagonista de la serie Se ha escrito un crimen a la que dio vida Angela Lansbury, en una nueva película.
Uno podría pensar que este fenómeno, el de las investigadoras, es relativamente reciente. Y ese pensamiento sería, hasta cierto punto, verdad. Después de todo, la literatura tiene miles de años y las detectives solo un par de siglos.
Sin la labor de escritoras como Margery Allingham, Minette Walters o Patricia Highsmith, que partieron del modelo del hard-boiled estadounidense, un subgénero del policiaco bastante violento protagonizado por un detective rudo y solitario, para subvertirlo, o sin las que cogieron el testigo como P. D. James, Marcia Muller, Sue Grafton o Sara Paretsky, la creadora de la detective V. I. Warshawski, ahora no tendríamos mujeres protagonistas en el género.
En España su testigo lo recogerían Lidia Falcón, Lourdes Ortiz o Maria Antònia Oliver.
Desde entonces, la profesionalización de las investigadoras ha crecido imparable. Patricia Cornwell, por ejemplo, creó a la doctora Kay Scarpetta: patóloga forense jefe del Virginia Medical center en Richmond, acostumbrada al uso de las armas y a lidiar con la violencia contra las mujeres tanto en lo personal como en lo profesional.
Kathy Reichs hizo lo propio con la doctora Temperance Brennan: antropóloga forense especializada en restos humanos cuyo grado de descomposición impide que sean analizados por un forense común. Brenan saltaría a la televisión en la serie Bones (2005-2017).
¿Cuándo empezó esto?
Durante siglos, las mujeres fueron representadas como víctimas que necesitaban ser rescatadas o como femme fatales, una figura cuyas raíces se insertan en la tradición bíblica con Lilith y Salomé y en la homérica con Circe.
Pero la escritora Ann Radcliffe presentó en 1974 a una mujer que, siendo víctima de un rapto, conseguía escapar usando métodos proto-detectivescos en Los misterios de Udolfo.
Con la llegada del XIX, mientras que las investigadoras creadas por escritores retomaban sus quehaceres domésticos una vez desvelado el misterio, las ideadas por mujeres solían continuar con sus pesquisas. Así ocurría en Susan Hopley, de Catherine Crowe, o en la novela The Leavenworth Case, de Anna Katharine Green, publicada una década antes de que apareciese la primera aventura de Sherlock Holmes.
En las décadas de 1860 y 1870 se hicieron muy populares en Gran Bretaña las sensation novels: relatos que combinaban el realismo con el romance y en los que aparecían mujeres cometiendo actos criminales, algo percibido como un riesgo para la estabilidad sociedad.
En Lady Audley’s Secret, de Mary Elizabeth Braddon, una dama de apariencia angelical comete varios asesinatos para mantener su lujoso tren de vida, hasta que un sobrino de su marido la descubre. Por aquellas fechas, Gabriela Zahara, la protagonista de El clavo (1880) de Pedro Antonio de Alarcón, mataba a su marido por su ruindad y porque no le permitía estar con quien ella amaba.
Escritores y escritoras retomaron la figura de la femme fatale, pero también comenzaron a aparecer las primeras detectives profesionales de las plumas de Andrew Forrester en La primera detective (1863-1864) y William Stephen Hayward en Revelations of a Lady Detective (1864).
Tras estas apariciones, hubo que esperar 80 años para que Federico Mediante crease la primera investigadora de la narrativa española, la agente secreta número doce Diana Fletcher, en La señorita detective (1944): una bella mujer, compendio de perfecciones, y una excelente profesional que no esquiva los riesgos, lo cual admira su jefe.
Mujeres que escriben, mujeres que investigan
Desde finales del XIX, el interés por la narrativa escrita por mujeres fue en aumento. Sin duda, las tramas de L. T. Meade supusieron un hito al incluir la investigación médica. La autora se sirvió de la inestimable ayuda del cirujano Edgar Beaumont y del doctor Robert Eustace para armar sus argumentos.
En España a comienzos del siglo XX, Emilia Pardo Bazán publicó La gota de sangre (1911), donde un dandi detective amateur, que se guiaba por su intuición e imaginación, descubría a los asesinos: Chulita Ferna y Andrés Ariza. Chulita, mucho más inteligente que el detective, le acababa convenciendo para ayudarla a escapar.
Si bien es cierto que a comienzos del XX no se mostraba gran aprecio por las aptitudes de las mujeres, para la Miss Marple de la autora británica Agatha Christie esto era una ventaja. Al tratarse de una mujer mayor de limitados recursos económicos, en un pequeño pueblo inglés y dedicada a unos pasatiempos comunes, su presencia pasaba desapercibida para una sociedad llena de prejuicios. Así usó su invisibilidad para resolver no pocos crímenes y sirvió de modelo para otras detectives amateurs como Miss Maud Silver, de Patricia Wentworth, o Mrs. Beatrice Adela Lestrange Bradley, de Gladys Mitchell. En España, Mercè Rodoreda también se fijó en el modelo, aunque para parodiarlo, en Crim (1936).
En EE. UU. es mención obligada la reescritura de las convenciones del hard-boiled iniciada por William Outsler y Margaret Scott, presentando a la primera mujer detective independiente y experta en el uso de armas de fuego en I found him dead (1947) y Chord in Crimson (1949).
Las revistas pulp, por su parte, también se prodigaron en relatos cortos protagonizados por diversas detectives de diferente calidad, lo cual suponía ir erosionando la visión tradicional de la mujer.
A partir de aquí, como hemos visto, la evolución es imparable.