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El Cardenal Grocholewski, investido primer Doctor Honoris Causa de la Universidad Católica de Valencia
miércoles, 9 de diciembre de 2009 El Arzobispo de Valencia, que ha presidido el acto académico ha asegurado que "en la persona del Cardenal Grocholewski reconocemos que la iglesia ama a la Universidad, a la auténtica ciencia y al verdadero conocimiento"
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El Prefecto de la Congregación para la Educación Católica, el Cardenal Zenon Grocholewski, ha sido investido primer Doctor Honoris Causa por la Universidad Católica de Valencia "San Vicente Mártir", en un acto celebrado en el Aula Maior del campus de Valencia-Santa Úrsula. El acto académico ha sido presidido por Monseñor Carlos Osoro, Arzobispo de Valencia y Gran Canciller. Asimismo, han participado Monseñor Agustín García-Gasco, Cardenal de Valencia y fundador de la Universidad Católica; María Amparo Camarero, Secretaria Autonómica de Universidad y Ciencia; José Tomás Raga, Vice-Gran Canciller y el Rector José Alfredo Peris. Durante el acto académico también han estado presentes varios arzobispos y obispos españoles, rectores de otras universidades, así como varias autoridades académicas y civiles. Tras la lectura de la "laudatio", a cargo del profesor José Ignacio Prats, doctor en Pedagogía y director del Congreso Internacional de Educación Católica de la UCV, se ha procedido al acto de investidura como Doctor Honoris Causa al Cardenal Zenon Grocholewski. En la ceremonia, el Rector de la Universidad Católica de Valencia le ha impuesto las insignias –birrete, el libro abierto y la medalla de doctor-, que ha seguido de los abrazos por parte de los que le acogen en su nueva comunidad universitaria. ARZOBISPO DE VALENCIA: "EN LA PERSONA DEL CARDENAL GROCHOLEWSKI RECONOCEMOS QUE LA IGLESIA AMA A LA UNIVERSIDAD, A LA CIENCIA AUTÉNTICA Y AL VERDADERO CONOCIMIENTO" En su intervención, al final del acto, Monseñor Carlos Osoro, Arzobispo de Valencia y Gran Canciller de la Universidad Católica de Valencia, ha querido agradecer a su predecesor, el Cardenal Agustín García-Gasco, "que tuviera la iniciativa de proponerle al Cardenal Grocholewski el doctorado Honoris Causa y que lo hiciese con ocasión del I Congreso Internacional sobre la Educación Católica en el Siglo XXI". De esta forma, el prelado ha asegurado que la Universidad Católica de Valencia "ha querido nacer en el corazón de la Iglesia Diocesana muy unida a la Iglesia Universal que preside el Romano Pontífice. Con la incorporación del Cardenal Grocholewski a su más noble claustro docente de la Universidad Católica de Valencia San Vicente Mártir renueva decididamente esta vocación". Asimismo, el Arzobispo de Valencia ha asegurado que "en la persona del Cardenal Grocholewski reconocemos con facilidad que la Iglesia ama a la Universidad, que la Iglesia ama a la ciencia auténtica, que la Iglesia ama al verdadero conocimiento, pues en todas estas acciones humanas el ser humano expresa su altísima dignidad no sólo de imagen de Dios sino de hijo amadísimo de Dios, en su querido Hijo Nuestro Señor Jesucristo". "Y desde este amor la Iglesia puede situarse de modo leal para colaborar en cuantos quieren contribuir al reto de hacer de la Universidad del siglo XXI una Universidad digna de su tiempo y de sus gentes, digna del amor que Dios tiene a sus hijos hoy y ahora en todas las dimensiones de su existencia", ha añadido. En su discurso, el Arzobispo de Valencia también se ha dirigido al "universitario de carne y hueso", al que "Cristo se le propone como su mejor aliado para llevar a cabo su misión. No hay bien humano profesional que no se vea potenciado desde las virtudes de Cristo, no hay descubrimiento ni conocimiento que no encuentro su lugar y su posición constructiva desde el plan de amor que Cristo ha revelado para todos los hombres y para todas las mujeres". "LECTIO" DEL CARDENAL GROCHOLEWSKI Seguidamente, el Cardenal Grocholewski, ha asegurado en la lectura de su "lectio" que el marco universitario y docente "es un lugar donde la razón y la fe, expuestas en armonía, con rigor y competencia, deben elevar el espíritu humano hacia la contemplación de la verdad". "Para ello es necesario renovar la confianza en el poder de atracción y redención que ejerce el Crucificado no sólo sobre la historia del mundo, sino también sobre el pensamiento, sobre la capacidad del hombre de hacer uso de la razón", ha añadido. En este sentido, ha advertido que "es la Cruz de Cristo la que debe vertebrar todo el pensamiento de una Universidad Católica". De igual forma, también ha expresado que la Iglesia, de una manera especial a través de sus instituciones de enseñanza de educación superior, "desea prestar un servicio a la construcción de las sociedades y de los pueblos", y ha detallado que su papel en esta tares es "fundamental". El prelado ha utilizados palabras de Juan Donoso Cortés, intelectual del siglo XIX, en las que ha manifestado que "la noción de pueblo debe ser el resultado de dos conceptos: el de asociación y el de fraternidad" y, ha advertido, que "ambos conceptos están recogidos en la esencia de nuestra fe". Para finalizar su lección, el prelado ha recordado el "fiat" de la Virgen María, "síntesis de una razón iluminada por la fe, de la libertad que encuentra su gozo en la verdad y modelo de todo acto de la voluntad del entendimiento que, por analogía general en la naturaleza del hombre el fruto más hermoso de la gracia: la íntima comunión con Jesucristo, y en Él, con nuestros hermanos". Igualmente, en su intervención ha señalado que el hombre posee una "naturaleza singular que aspira a la libertad y a la verdad". Así, el Cardenal también ha subrayado que el ejercicio de la libertad debe mantener fidelidad a la verdad y ha observado el primado de la contemplación sobre la acción. En su intervención, también ha destacado que es Jesucristo la plenitud de la Verdad que libera al hombre. "GRATULATORIA" DEL RECTOR Por su parte, el Rector de la Universidad Católica de Valencia, en su "gratulatoria" ha destacado "la trayectoria vital, intelectual y espiritual" del Cardenal Grocholewski, la cual "marca una estela por la que deberán seguir cuantos doctores honoris causa se incorporen a nuestra Universidad". De una manera más específica, Peris ha querido reconocer la "esencial" aportación del Cardenal al campo de las Ciencias de la Educación, puesto que "responde a la emergencia educativa sobre la que reiteradamente nos ha advertido su santidad Benedicto XVI", ha subrayado. Con la intención de que la Universidad Católica de Valencia responda a la generosidad mostrada por el Cardenal Grocholewski, ha invitado al claustro docente a "trabajar con determinación", es decir, "con un trabajo humilde y confiado, generoso y servicial", ha afirmado. De igual forma, el Rector se ha detenido en el reto que supone "perfeccionar continuamente nuestras habilidades docentes para que el crecimiento de nuestros alumnos sea integral", es decir, "en conocimientos, virtudes, en aportaciones eficaces que resuelvan los problemas que nuestra sociedad se plantea". Del mismo modo, Peris ha propuesto que en la Universidad Católica de Valencia se dé "una investigación que no sólo enriquezca la docencia sino que dé respuesta a interrogantes acerca de cómo actuar con arreglo a nuestra dignidad humana en todo lo que afecta a nuestra ecología personal, social y planetaria". El Rector se ha mostrado profundamente agradecido al Cardenal Grocholewski, quien, citando sus palabras, "ha mirado nuestra juventud y nuestra debilidad con cariño e implicación" y "ha aportado su entrega personal para que podamos cumplir mejor la alta misión que nos ha sido encomendada", ha subrayado. "LAUDATIO" DE JOSÉ IGNACIO PRATS Previamente, José Ignacio Prats, en su "laudatio", ha presentado al Cardenal Grocholewski como "un diácono de la Verdad" que ha ejercido "celosamente los ministerios que la Iglesia le ha encomendado para cumplir su misión de iluminar y servir a todos los hombres". Respecto al hecho de que se le conceda la máxima distinción invistiéndole como Doctor Honoris Causa en Ciencias de la Educación "constituye para nuestra joven Universidad un sello, una confirmación y, a la vez, un renovado aliento del espíritu que dio lugar a su creación: ofrecer a las familias la posibilidad de que la formación católica iniciada por sus hijos en la escuela pudiese tener continuidad cuando éstos alcanzan la edad de comenzar sus estudios universitarios", ha afirmado Prats. De esta forma "se puede conseguir que parroquia, escuela y universidad formen una secuencia no disruptiva", ha añadido. El profesor Prats se ha referido, asimismo, a la labor que el Cardenal ha desempeñado desde la Congregación para la Educación Católica, fundamentalmente en lo que se refiere a la formación del clero en todos los seminarios del mundo, a las universidades y a las escuelas católicas. De este modo, ha afirmado que "su diagnóstico sobre los factores que han intervenido en la configuración del clima educativo que respiramos se sustenta en una premisa antropológica previa, y es que sólo del encuentro y la comunión con Cristo Maestro surge el conocimiento del amor y de la verdad". Así, Prats ha subrayado que "nuestra concepción educativa muestra su diferencia sustancial con otros paradigmas surgidos en la historia, pues parte de un encuentro personal y no de la formulación de unos determinados principios pedagógicos", ha destacado. "Es la adhesión a Cristo, tanto del educador como del educando, la que constituye la dimensión esencial de la educación católica y es la base de nuestro optimismo pedagógico", ha afirmado Prats. "La educación católica se enfrenta, por tanto, si quiere ayudar al hombre contemporáneo a una "triple urgencia": recuperar a Dios, recuperar el alma y recuperar el cielo". De este modo, el profesor Prats ha animado a que "nos ocupemos no sólo de la educación del ciudadano terrestre, sino también de la del ciudadano celeste y mostremos al educando que, frente a la propuesta postmoderna según la cual deberíamos vivir en una carencia total de sentido, la educación católica le brinda una narración que proporciona sentido a su vida y a su muerte". "Venimos del Amor y vamos a Él; nos corresponde, en este contexto, cumplir una historia completa", ha recordado Prats. SECRETARIA AUTONÓMICA DE UNIVERSIDAD Y CIENCIA: "LA UCV APUESTA POR UNA EDUCACIÓN COMPLETA E INTEGRAL" Por su parte, la Secretaria Autonómica de Universidad, María Amparo Camarero, ha destacado que la Universidad Católica de Valencia "es una institución que apuesta por una educación completa e integral de sus alumnos". Así, tal y como ha subrayado "todo el equipo rectoral tiene como meta tanto la formación de buenos profesionales como el desarrollo de la personalidad y aptitudes de todos y cada uno de los universitarios". Así, ha hecho hincapié en que "estos postulados son compartidos por el cardenal Grocholewski" y se ha mostrado muy agradecida por presenciar que el primer doctorado honoris causa de esta universidad "sea para una persona de una talla moral y espiritual como es el cardenal Grocholewski", ha afirmado. Asimismo, Camarero ha acentuado el hecho de que "esta rama del saber, las ciencias de la educación, es una de las apuestas más firmes de la Universidad Católica de Valencia". Prueba de ello "son las once titulaciones que imparte en su facultad de Ciencias de la Educación y el Deporte" así como "su campus de Godella, que se ha convertido en un referente valenciano en cuanto a la formación del profesorado", ha añadido. NUMEROSAS AUTORIDADES HAN PARTICIPADO EN EL ACTO ACADÉMICO Entre las autoridades que han asistido al acto académico se encuentra los rectores de la Universidad CEU-Cardenal Herrera y Universidad Católica de Ávila, el presidente del Tribunal Superior de Justicia de la Comunitat Valenciana, el comandante naval de Valencia, el Arzobispo de Zaragoza, los obispos de Ibiza, Albacete, Segorbe-Castellón y los dos auxiliares de Valencia. Asimismo, han asistido el Vice-Gran Canciller de la Facultad de Teología de Valencia "San Vicente Ferrrer", el Decano de la Facultad de Derecho Canónico de la Universidad de Navarra, la directora general de Inmigración, la alcaldesa de Carcaixent y destacados miembros de la sociedad civil valenciana. BIOGRAFIA DEL CARDENAL GROCHOLEWSKI El cardenal Zenon Grocholewski, nacido el 11 de octubre de 1939 en Bródkach (Polonia), archidiócesis de Poznan, fue ordenado sacerdote en 1963. Después de haber ejercido el ministerio sacerdotal en Polonia cursó estudios en Roma. Obtuvo el Doctorado en Derecho Canónico, en la Pontificia Universidad Gregoriana, en 1972; y dos años más tarde obtuvo también el Diploma de Abogado Rotal. Desde octubre de 1972 ha trabajado al servicio directo de la Santa Sede. Primero en el Supremo Tribunal de la Signatura Apostólica, del que fue nombrado Prefecto en 1998. Grocholewski fue creado Cardenal por el papa Juan Pablo II en el año 2001. Ha desarrollado numerosas tareas y responsabilidades en la Curia Romana. En la actualidad, además de Prefecto de la Congregación de Educación Católica, es miembro de las Congregaciones: para la Doctrina de la Fe; Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos; Obispos; y Evangelización de los Pueblos. Igualmente es miembro del Supremo Tribunal de la Signatura Apostólica y del Pontificio Consejo para los Textos Legislativos. Ha enseñado en la Facultad de Derecho Canónico de la Pontificia Universidad Gregoriana desde 1975 a 1999 y en la Pontificia Universidad Lateranense desde 1980 a 1984. Asimismo, es autor de más de 500 publicaciones, en su mayoría trabajos científicos con temas del derecho canónico procesal y matrimonial, en varias lenguas. Ha sido postulador en varias causas de beatificación. Y posee, entre otras distinciones, 10 doctorados "Honoris Causa"; además de condecoraciones concedidas por los Gobiernos de Chile, Alemania, Polonia y Eslovaquia. En virtud de su oficio es Gran Canciller de la Pontificia Universidad Gregoriana, de Roma. Laudatio académica en la concesión del Doctorado honoris causa al cardenal ZENON GROCHOLEWSKI Prefecto de la Congregación para la Educación Católica. Por el Dr. José Ignacio Prats Ha llegado el momento de hablar con encomio de este hombre singular. Yo no debería decir ni una palabra delante de un maestro. Si lo hago es, exclusivamente, en virtud del encargo que he recibido. "Conoceréis la Verdad y la Verdad os hará libres" . Este versículo del Evangelio de San Juan bien puede ilustrar el impulso de toda la carrera de su Eminencia el cardenal Zenon Grocholewski a quien hoy la Universidad Católica de Valencia "San Vicente Mártir" se honra en conceder, haciéndolo por primera vez, el doctorado honoris causa. Como diácono de la Verdad ha ejercido celosamente los diversos ministerios que la Iglesia le ha encomendado para mejor cumplir su misión de iluminar y servir a todos los hombres. Concederle la máxima distinción al ser investido con el grado de Doctor en Ciencias de la Educación constituye para nuestra joven Universidad un sello, una confirmación y, a la vez, un renovado aliento del espíritu que dio lugar a su creación: ofrecer a las familias la posibilidad de que la formación católica iniciada por sus hijos en la escuela pudiese tener continuidad cuando éstos alcanzan la edad de comenzar sus estudios universitarios. De esta forma se puede conseguir que parroquia, escuela y universidad formen una secuencia no disruptiva. 1. Zenon Grocholewski nace el 11 de octubre de 1939 en Bródki, Polonia (archidiócesis de Poznán). Hijo, pues, de la nación que ha merecido el sobrenombre de "cruz de las naciones" por haber padecido las heridas de los dos azotes totalitarios del siglo XX, compatriota del "gran maestro" Juan Pablo II, su eminencia es el tercero de los cuatro hijos fruto del matrimonio de Estanislao y Josefina Stawinska. Su niñez está marcada por el sufrimiento. Sólo la fe inquebrantable y el amor de sus padres alivian el peso de una ideología feroz. Son ellos con su palabra y con el ejemplo de su vida quienes siembran en su alma el amor a Dios y a la Iglesia. Ordenado sacerdote el 26 de mayo de 1963 trabaja durante tres años en la parroquia Cristo Redentor de Poznán. En 1966 comienza sus estudios de derecho canónico en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Tanto su trabajo de licenciatura (1968) como su tesis doctoral (1972, De exclusione indissolubilitatis ex consensu matrimoniali eiusque probatione) reciben la máxima calificación y son premiados con medalla de oro. Dos años más tarde (1974) obtiene el diploma de Abogado Rotal. Durante sus estudios en Roma, culmina cursos de lengua en Alemania y en Francia y desarrolla su actividad pastoral en diversas parroquias de Alemania e Italia. En octubre de 1972 comienza el ejercicio de diversas funciones en el Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica, que constituyen su trabajo principal durante los siguientes 27 años y en el cual asume diversas responsabilidades hasta desempeñar desde el 5 de octubre de 1998 hasta el 15 de noviembre de 1999 el cargo de prefecto del citado tribunal. El 21 de diciembre de 1982 es nombrado obispo titular de Agropoli, recibiendo el 6 de enero de 1983 la ordenación episcopal de manos de Juan Pablo II. Es elevado a la dignidad arzobispal el 16 de diciembre de 1991. Desde el 15 de noviembre de 1999 desempeña, como principal tarea, la labor de prefecto de la Congregación para la Educación Católica. Es durante el ejercicio de este trabajo cuando es creado Cardenal el 21 de febrero del año 2001. Entre los otros muchos encargos que le han sido encomendados en la Curia Romana, cabe destacar que formó parte de la Comisión (1982) compuesta por siete expertos que el papa Juan Pablo II escogió personalmente con miras a la redacción final del nuevo Códice de Derecho Canónico. Desde al año 1989 hasta el 2001 ha sido miembro del Comité Pontificio para los Congresos Eucarísticos Internacionales. Desde 1984 actúa como consultor del Pontificio Consejo para la interpretación de los Textos Legislativos. Es miembro de la Congregación para los Obispos (desde1999); miembro de la Congregación para la Doctrina de la Fe (desde el 2001); miembro de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos (desde 2005); miembro del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica (desde 2006); miembro de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos (desde 2006). Es también miembro del Consejo Especial para Oceanía de la Secretaría General del Sínodo de los Obispos (desde 2003), así como presidente de la Pontificia Obra de las Vocaciones Sacerdotales (desde 1999), de la Comisión Interdicasterial Permanente para la formación de los candidatos a las Órdenes Sagradas (desde 1999) y de la Comisión Interdicasterial Permanente para una Distribución apropiada de los Sacerdotes en el Mundo (desde 1999). En cuanto a su actividad universitaria cabe señalar que ha enseñado en la Pontificia Universidad Gregoriana -de la cual es en la actualidad el Gran canciller-, donde fue colaborador del profesor D. Ignacio Gordon en la organización de cursos internacionales de Derecho Canónico, en la Pontificia Universidad Lateranense y en el Estudio Rotal. Su participación en numerosos congresos nacionales e internacionales así como sus más de mil publicaciones, entre libros y artículos, en quince lenguas atestiguan que nos encontramos ante un profesor de reconocido renombre en el mundo académico. 2. Nuestra Universidad desea, en este acto académico, poner de relieve su esfuerzo y su desvelo en favor de la educación católica. La Congregación para la Educación Católica de la que usted es la cabeza es un órgano de gobierno que, actuando en nombre del Santo Padre, tiene como objetivo la promoción y regulación de la enseñanza católica en todos los niveles. Concretamente tres son las áreas de su actividad: la primera es la formación del clero en todos los seminarios del mundo; la segunda, las universidades tanto eclesiásticas como católicas y, finalmente, la tercera área de competencia son las escuelas católicas, que en el mundo son alrededor de doscientas mil, con un total de 45 millones de alumnos. Usted, Cardenal, ha afirmado que la educación es "uno de los mayores desafíos ante el que se enfrenta nuestra sociedad actual" . Recoge de este modo el análisis de la situación presente que, de forma reiterada, Benedicto XVI viene definiendo como "emergencia educativa" . Su diagnóstico sobre los factores que han intervenido en la configuración del clima educativo que respiramos se sustenta en una premisa antropológica previa: "sólo del encuentro y la comunión con Cristo Maestro surge el conocimiento del amor y de la verdad (…). Esta experiencia suscita el deseo de vivir según lo bello, lo bueno y lo verdadero" . Nuestra concepción educativa muestra así su diferencia sustancial con otros paradigmas educativos surgidos a lo largo de la historia, es decir, parte de un "encuentro personal" y no de la formulación de unos determinados principios pedagógicos. Es la adhesión a Cristo –"hechura suya somos" - tanto del educador como del educando la que constituye la dimensión esencial de la educación católica y es la base de nuestro optimismo pedagógico: Nuestra meta no es el hombre "caído" sino el segundo Adán, el hombre redimido. Entre los factores que usted, en sus numerosas intervenciones, ha señalado como causantes de la actual crisis cabe destacar los tres siguientes: secularismo, relativismo y ofuscación de contenidos fundamentales. a) Secularismo significa antropología sin Dios, cuyo dibujo ideal es el de una sociedad donde –paradójicamente- caben todos menos Él. Como consecuencia de esta desmesurada afirmación humana prolifera una cultura hedónica contraria al don de sí, a la comunión con el otro que es la condición más radical de la antropología pedagógica cristiana. b) Relativismo significa que cualquier afirmación, cualquier posición tiene la misma validez que cualquier otra, incluso que su contraria. Significa, también, escepticismo ante cualquier conocimiento no empírico. La combinación de tal mentalidad positivista con una concepción del ser humano como un mero organismo biológico, aunque especialmente evolucionado, define la educación actual como una educación sin alma. Es decir, la represión de la interioridad de la persona, reduce su educación a aspectos meramente técnicos y funcionales. c) Ofuscación de contenidos fundamentales significa que la educación, renunciando a dar respuesta a las grandes cuestiones que interrogan al ser humano, se devalúa y termina identificándose con la mera adquisición de habilidades. Tal devaluación es acorde con el nihilismo contemporáneo. Como afirma la encíclica Fides et Ratio "en la interpretación nihilista la existencia es sólo una oportunidad para sensaciones y experiencias en las que tiene la primacía lo efímero" . De este modo la educación queda desprovista de uno de sus principales rasgos definitorios: la intencionalidad, es decir, la facultad de indicar al educando el sentido, la dirección a donde debe encaminarse todo saber y toda habilidad. La educación católica se enfrenta, por tanto, si quiere ayudar al hombre contemporáneo a una "triple urgencia": recuperar a Dios (ante el profundo cambio sociocultural que abandona al hombre en su soledad –a menudo "poblada de aullidos" (Dt. 32, 10 )) - , recuperar el alma y recuperar el cielo (la "habitación celeste" ). De modo que nos ocupemos no sólo de la educación del ciudadano terrestre, sino también de la del ciudadano celeste. Y mostremos así al educando que, frente a la propuesta postmoderna según la cual "el hombre debería ya aprender a vivir en una perspectiva de carencia total de sentido, caracterizada por lo provisional y fugaz" , la educación católica le brinda una "narración" que proporciona sentido a su vida y a su muerte: Venimos del Amor y vamos a Él; nos corresponde, en este contexto, cumplir una historia –unas obras a las que hemos sido destinados- completa. Usted, señor Cardenal, ha indicado, además, como finalidades propias de la educación católica, entre otras, éstas que subrayamos a continuación: a) La promoción de la síntesis fe y razón, pues como afirma Fides et Ratio, "una razón que no tenga ante sí una fe adulta no se siente motivada a dirigir la mirada hacia la novedad y radicalidad del ser. (…) A la parresía de la fe debe corresponder la audacia de la razón" . b) La ayuda a que las nuevas generaciones se abran a valores absolutos. De manera que, haciéndose eco de la primera encíclica de Juan Pablo II Redemptor hominis (1979) en la cual éste afirma la prioridad de la ética sobre la técnica, de la persona sobre las cosas y del espíritu sobre la materia, usted dice que se requiere "una educación que incida en los valores de la justicia y del amor, del sacrificio y de la renuncia, de la fidelidad y del dominio de sí, del perdón y de la paz" y que, al mismo tiempo, proporcione una perspectiva pedagógica de tal claridad que permita al educando "desenmascarar las hegemonías ideológicas que, sirviéndose de los medios de comunicación social, subyugan la opinión pública y esclavizan las mentes" . El escritor ruso Soloviev en el prólogo a sus Diálogos hace referencia a un antiguo culto idolátrico de ciertos moradores de una perdida aldea a quienes denomina "los adoradores del agujero". Los llama así, debido a que practicaban un agujero en el interior de sus casas y se postraban ante él haciendo la siguiente invocación: ¡casa mía, agujero mío, sálvame! Soloviev, sorprendentemente, los alaba, alaba su sinceridad, adoraban un vacío y ¡lo decían abiertamente!, pero –continúa- "cuando uno se encuentra ante personas que (…) recubren con palabras evangélicas manipuladas ad hoc la predicación de su propio espacio vacío, no se puede mostrar indiferencia o sumisión: frente a la contaminación de la atmósfera moral por medio de una mentira sistemática la conciencia social tiene el deber de exigir en alta voz que el mal sea llamado por su verdadero nombre (…). Debemos revelar el engaño" . Debemos proporcionar a los jóvenes las herramientas conceptuales y vivenciales que les permitan tener discernimiento moral. Benedicto XVI ha afirmado recientemente que el desafío educativo consiste en ofrecer a los jóvenes –sedientos de certezas y valores- un "pensamiento fuerte". Respecto del profesor universitario, usted ha declarado recientemente que todo profesor debe estar preocupado por un verdadero progreso de la humanidad y sentirse responsable, desde el ámbito de su específica disciplina, de la formación integral de la persona. Un católico que es profesor de la universidad –sea ésta católica o no- debe hacerse testigo de la verdad, garante de que la ciencia sea usada para el bien objetivo de la sociedad y no sea cultivada violando principios éticos fundamentales, debe, en suma, ser transmisor de los valores cristianos. Y c) en tercer lugar, ha hablado usted de la defensa de la familia en los siguientes términos: Defender la familia es, al mismo tiempo, defender la educación . Es una finalidad prioritaria de la educación católica, en la que su eminencia está empeñado, la promoción de una cultura de la familia y de la vida ante la realidad terrible del aborto. La familia que será luz del tercer milenio es la familia de la Humanae vitae. 3. Querido Cardenal Grocholewski, además de otras muchas menciones honoríficas, usted ha sido distinguido como doctor honoris causa por trece Universidades. Quizá no necesite más honor. Sin embargo, recíbalo por parte de nuestra Universidad Católica de Valencia "San Vicente Mártir" en su sentido más profundamente cristiano. Cuando en abril del año 2008 usted nos honró abriendo el I Congreso Internacional Educación Católica para el S. XXI , entonces, afirmamos que su presencia tenía para nosotros carácter profético, hoy al concederle el grado de Doctor en Ciencias de la Educación, lo proponemos como modelo de servicio a la Verdad, como auténtico maestro: "Sus pasos avanzan sólo teniendo por norte el honor de Dios" . Gracias, Cardenal, por su fidelidad al Evangelio, gracias por su firmeza y transparencia para trasladar al campo de la educación el Magisterio de la Iglesia, gracias por su lucha para que en un mundo secularizado la escuela y la universidad católicas no se secularicen. Eminencjo, Bardzo Wielki Bóg Zaplac. Que Dios se lo pague con creces. Como tan bellamente, en forma de poema, escribiese nuestro querido –y todavía emocionadamente recordado- siervo de Dios Juan Pablo II, corresponde al hombre una actitud: el "asombro". La existencia humana discurre entre seres –el arroyo, los bosques…- que no se asombran, a los que basta con ir pasando. Pero al hombre, morada del Verbo Eterno, no basta. Es necesario que maestros como usted le hagan comprender que "¡este pasar tiene sentido tiene sentido…tiene sentido…tiene sentido!" . VERDAD Y LIBERTAD: UNA CUESTIÓN FUNDAMENTAL Lectio con ocasión del Acto de Investidura del Doctorado Honoris Causa en la Universidad Católica de Valencia "San Vicente Mártir" Por el Cardenal Zenon Grocholeski Introducción 1. Estoy contento de encontrarme, por segunda vez, en esta Universidad Católica de Valencia que, aún con pocos años de existencia, ha demostrado un notable dinamismo en su misión de formar, en el espíritu cristiano, a los futuros hombres de la ciencia y de la cultura. Me siento, pues, verdaderamente honrado de recibir el doctorado honoris causa por este prestigioso centro de estudios y de enseñanza, y orgulloso de poder, a partir de ahora, considerar también a esta institución como mi Alma Mater. A cuantos han contribuido a concederme este reconocimiento – al Gran Canciller, al Vice-Gran Canciller, al Rector, al Senado Académico y a todo el Cuerpo docente – quiero expresarles mi sentimiento de vivo agradecimiento por este signo de benevolencia y amistad hacia mi persona. Agradezco, también, a D. José Ignacio Prats, las cordiales y altruistas palabras que me ha dedicado en su "Laudatio". Por último, es para mí un verdadero honor la presencia, en este entrañable acto, de tantas eminentes personalidades. Quiera el Señor bendecir esta Universidad para que crezca, tanto como Universidad, como en su identidad católica, y con su creativa aportación de pensamiento y de acción, enriquezca la Iglesia de España, la nación española, Europa y el mundo entero. Quiera el Señor, también, bendecir a cuantos, en esta ocasión, me han demostrado su amistad. 2. Cuando Su Eminencia Mons. Garcia Gasco, Arzobispo emérito de esta Arquidiócesis, me comunicó mi nombramiento de Doctor Honoris Causa por la Universidad Católica de Valencia, se estaba cerrando el décimo aniversario de la publicación de la Encíclica de Juan Pablo II Fides et Ratio (14 septiembre 1998). Meses después, Benedicto XVI hacía pública su tercera Encíclica, Caritas in veritate (29 junio 2009). Resulta significativo como en la introducción de ambos documentos encontramos palabras muy similares, y, sobre todo, una afirmación común: la defensa de la razón capaz de descubrir la verdad objetiva. El hombre, ha sido dotado por el Creador con la capacidad de desear la verdad, de conocerla y de testimoniarla con la propia vida. El acceso a esta verdad no es fin en sí mismo, sino que se completa en el amor, en la caridad, la cual, a su vez, encuentra su sentido en la verdad. En el fondo, podemos decir que el interés de ámbas encíclicas se pone en el hombre, en la esencia del ser humano y en su Fin último, como naturaleza racional y libre, pero no independiente, sino orientado hacia una verdad que lo trasciende. Es posible apreciar que, detrás de este interés concreto, se encuentra la afirmación y la defensa de los grandes valores que dan sentido a la vida de la persona y salvaguardan su dignidad. Estos valores, antes de ser cristianos, son humanos. La Iglesia – y particularmente sus instituciones de enseñanza superior – no se puede mostrar indiferente ante ellos, no puede silenciar la proclamación de la verdad del hombre y de su destino. Quisiera, por tanto, dedicar mi intervención, en este acto que me honra, a la cuestión sobre la libertad y la verdad del hombre, en una doble perspectiva complementaria: la filosófica y la teológica-cristológica. 1. El hombre, una naturaleza singular que aspira a la libertad y a la verdad El hombre, como persona, es un sujeto autoconsciente y libre, abierto a un progreso infinito, capaz de conocer todo el ser, de amar todo el bien, propagarse, convivir, expresarse, producir, dominar el universo, reconstruir la historia, disponerse a su destino último. Naturaleza singular, es más, única en todo el universo. Su apertura al ser, que revela la riqueza propia de la persona, funda su capacidad (obediencial) de superar los límites de la propia creaturalidad, por una libérrima intervención de Dios. En su naturaleza posee el germen de todo el desarrollo de una criatura hecha a imagen de Dios, animada por un fin que constituye su ley moral, el criterio próximo y objetivo de distinción entre su verdadero bien y su verdadero mal. a) El ejercicio de la libertad debe mantener fidelidad a la verdad En el ejercicio de su auténtica libertad, la persona realiza su vocación. Podemos decir que da forma a su identidad profunda. Fundándose en las leyes esenciales – que son la ley natural y la ley moral positiva – al hacer uso de su libertad ejerce, también, su responsabilidad sobre sus actos. En efecto, esta libertad que se encuentra en la base del ejercicio de la razón y de la voluntad del hombre tiene un objetivo preciso: el perfeccionamiento de su ser, es decir, decidirse por su último fin, conformarse a Dios. Para ello, necesita de la verdad. Hay un anhelo de libertad y de verdad que se encuentra inscrito en la naturaleza común de los hombres, y que se expresa en cada una de las dimensiones que conforman esta naturaleza: el pensamiento especulativo, la ciencia, el arte, la dimensión política o religiosa. Negar este anhelo equivale a dejar a la razón expuesta al torbellino caótico del "interés", del relativismo o de poderes fácticos; supondría, en definitiva, poner en peligro la humanidad misma. La libertad, pues, si quiere ser humanizadora, debe orientarse siempre por la verdad, es decir, por lo que nosotros somos genuinamente y debe corresponder a ese ser nuestro. En este contexto, son iluminadoras las palabras de Benedicto XVI en su última Encíclica Caritas in veritate: "la fidelidad al hombre exige la fidelidad a la verdad, que es la única garantía de libertad" (n. 9). Si bien es obligado decir que no es concebible ningún tipo de servitud que limite la elección del bien, que reduzca el sano desarrollo de las facultades humanas, que comprima el impulso del alma, que cierre el horizonte de las experiencias y de las relaciones sociales o sacrifique el mundo de los afectos familiares; es igualmente cierto que la pretensión de una libertad absoluta, con independencia total y sin ligazón con la verdad, acaba siendo su perdición. La verdad orienta los límites que la libertad no deberá nunca traspasar: en el campo intelectual, en el campo moral y en el social. Así es, la persona que vive su racionalidad con recta intentio, es consciente de su grandeza, pero más aún de sus límites. El hombre ha nacido para la verdad. Su conocimiento se convierte en una verdadera conquista. Con gran acierto, el Papa Juan XXIII, defendió el derecho del hombre a buscar la verdad: "homo praeterea iure naturae postulat (...) ut libere possit verum inquirere"; y de progresar en esta búsqueda: "ius veritatem libere vestigandi cum officio veritatem altius latiusque in dies quaerendi" (Pacem in terris, 11 abril 1963, n. I). b) El primado de la contemplación sobre la acción La verdad, por tanto, posee un grado de absoluto sobre el cual se construye el primado de la contemplación sobre la acción. Todos los deberes morales del hombre, su deber-ser, vienen justificados únicamente sobre la línea de una sincera orientación hacia la verdad de lo que él es. Como es fácil intuir, de todo este razonamiento se extrae la consecuencia de que no basta con buscar, descubrir y contemplar la verdad. El hombre tiene el deber de vivir según la verdad de su propio ser y de su relación con Dios. En el caso del cristiano, como veremos más adelante, se trata de un hombre que acepta "vivir en la verdad", es decir, seguir una vida conforme al ejemplo de su Señor, permaneciendo en la verdad de su amor. Pensar y vivir según la verdad, significa aceptar el propio ser y el ser de todas las cosas, adherirse y permanecer fiel a todo el ser. Esta es la fuente de la que deriva la rectitud de la vida del hombre, la libertad verdadera de sus elecciones, la sabiduría de sus realizaciones y su digno desarrollo histórico. En consecuencia, la verdad se convierte en motivo de un gozo y una complacencia espiritual que inundan el ser del hombre. Es el denominado "gaudium de veritate", que salva al hombre del delirio y, en definitiva, del drama de una existencia fracasada. Es preciso, hoy más que nunca, permanecer firme ante las intrigas de un inmanentismo centralizador que pretende convencer al hombre de que es un ser sólo, autosuficiente, sustraído a toda norma absoluta, trascendente. Esta es la locura del actual humanismo laicista, desacralizador de la realidad del hombre. Este "falso humanismo" abandona el concepto de naturaleza humana, en favor de quiméricas ideologías de género, debilitando la aspiración y la capacidad real del hombre para acceder a la verdad sobre sí mismo. De esta forma, propaga una libertad anárquica, huérfana de la verdad, a la cual se le concede la prerrogativa de constituirse en guía de todo pensamiento, creadora de una nueva moral y legisladora de derechos. En este contexto entendemos mejor cuanto afirmaba el Papa Benedicto XVI en su Encíclica Caritas in veritate, sobre la exigencia de fidelidad a la verdad para garantizar una sana libertad (cf. n. 9). Nos urge mantener la fidelidad a la conciencia originaria y espontánea, universal e insuprimible que cada individuo tiene de sí, libre de los prejuicios de una cultura que, o bien se suma en el pesimismo y la desesperación antropológica, o bien exalta hasta el delirio las posibilidades del hombre. Esa conciencia originaria nos habla de una naturaleza que se afirma, contra todo historicismo, como fondo estable ("sub-stancia") de la existencia, raíz de toda facultad operativa, principio de toda búsqueda, presupuesto insustituible de toda realización típicamente humana (cf. S. Th., III, q. 2, a. 1, c). Esta naturaleza que es independiente y previa al pensamiento, funda la verdad de sus juicios y, al mismo tiempo, constituye el fundamento primario, objetivo y universal de lo que es "justo". c) A la conquista del verdadero progreso humano y social Surgida de este rico substrato, la vida humana se desarrolla atraida por la fuerza de su Fin último: la glorificación de Dios, Sumo Bien. La docilidad a este Fin último – que dependerá del apego de nuestra libertad a la verdad – se encarna en las múltiples situaciones del peregrinar humano, generando así una existencia realmente fecunda, que va definiendo el proceso de maduración y plenificación de la persona humana. Proceso no lineal. En ocasiones, incluso, puede llegar a ser accidentado e imprevisible, ya que la libertad para el bien y la verdad se presentará siempre como un tesoro que debe ser continuamente conquistado por cada individuo, por cada generación. De esta forma, constatamos los límites de la "ideología del progreso", como la denomina el Papa Benedicto XVI en su Encíclica Spe Salvi, n. 17, que se difunde velozmente hoy en nuestra sociedad, pero que tiene ya su origen en Francis Bacon (1562-1626). Según tal ideología, el progreso consistiría básicamente "en el dominio creciente de la razón", "considerada obviamente como un poder del bien y para el bien"; el progreso se identifica con "la superación de todas las dependencias, es progreso hacia la libertad perfecta", que, en definitiva, es una libertad autónoma. Esta es la gran promesa que llevaría al hombre a su plenitud (cf. Encíclica Spe Salvi, n. 18). Ante este posicionamiento contemporáneo que sostiene un ingenuo – o malévolo – optimismo sobre la bondad intrínseca de la razón y de la libertad, capaces, por sí mismas, de garantizar una nueva comunidad humana perfecta, afirmamos la primacía de la verdad que se inserta, por su propia naturaleza, en un espacio de humanización que crea auténtico progreso y permite el desarrollo coherente de la existencia personal y comunitaria. En tal proceso de maduración y progreso, individual y comunitario, de la mano de la libertad hermanada con la verdad, el hombre, todo hombre, está llamado al encuentro, al diálogo, a la comunicación auténtica. Efectivamente, como ha afirmado en diversas ocasiones el Papa Benedicto XVI, los hombres no son "islas del ser", mónadas sin ninguna conexión esencial, que sólo viven simples relaciones accidentales. La esencia misma del hombre muestra su orientación relacional: el hombre es un "ser-desde", un "ser-con" y un "ser-para". En consecuencia, la libertad humana podrá consistir únicamente en la coexistencia ordenada de las libertades. La libertad del hombre es libertad compartida, libertad en la coexistencia de libertades que se limitan y se sustentan mutuamente: la libertad tiene que medirse por lo que yo soy, por lo que nosotros somos. En este contexto, el ordenamiento – el derecho – no es antitético de la libertad, sino su condición, más aún, un elemento constitutivo de la libertad misma. La ausencia de derecho produciría la ausencia de libertad. Por otra parte, en modo particular, la cuestión de la verdad no sólo verifica en último grado la unidad originaria del género humano, sino que es la condición de posibilidad de toda comunicación y comunión entre los hombres, porque ellos participan de una misma verdad. Lo correcto es, por tanto, que la verdad sea el fundamento del consenso entre las culturas y entre los pueblos, y no al contrario, el consenso el que funde la verdad. Es más, si se niega el valor de la verdad en sí misma, la posibilidad de conocerla y, por tanto de llevarla a la praxis, lo que queda es una razón utilitarista o pragmática, la teoría consumista aplicada tanto al hacer, como al saber. No es extraño, entonces, que el diálogo se transforme, a menudo, en simple espectáculo, en teatro de las opiniones y de la dialéctica vanal, y no en ágora donde el saber viene confrontado y profundizado con rigor. Las comunicaciones vienen explotadas para una globalización de intereses creados y no para enriquecer equitativa e integralmente a los pueblos. Por último, la comunión de los mismos pasa a ser una utopía, alimentada mediante propuestas de culturas artificiales que no responden a la naturaleza de la persona ni de la sociedad, así como por identidades fictícias que no conseguirán que nuestras sociedades sean más razonables o tolerantes, sino al contrario, cada vez más vulnerables y menos inclusivas, progresivamente debilitadas para reconocer lo que es verdadero, bueno y noble. Quisiera concluir este primera parte, de ámbito preferencialmente filosófico, con las palabras de un ilustre filósofo español, Jaime Balmes (1810-1848), quien, al hilo de cuanto hemos querido exponer hasta el momento, presentaba el vínculo existente entre el carácter racional del hombre y su atracción hacia la verdad, no sólo como una simple cuestión filosófica, sino como un deber moral, en íntima conexión con la bondad exigida en toda acción humana. Decía así Balmes: "La inteligencia no puede permanecer indiferente a la verdad y al error, su perfección consiste en el conocimiento de la verdad; por eso, tenemos el deber de buscarla. Cuando no usamos la inteligencia con este objetivo, abusamos de la mejor de nuestras facultades [...] El amor por la verdad no es una simple cualidad filosófica, sino un verdadero deber moral [...] no es sólo un consejo del arte de pensar, es también un deber prescrito por la ley del actuar bien". 2. Jesucristo, plenitud de la Verdad que libera al hombre Si queremos llegar al hombre para darle lo que es suyo, lo que pertenece a su ser, aquello que permite su realización progresiva hasta responder a su Fin último, entonces, ni el empirismo extremo, con su aliado el positivismo cientista, que destruyen la personalidad al disolver los recursos y potencialidades del espíritu humano; ni el escepticismo, que niega al pensamiento la capacidad de trascenderse en la intuición del ser-en-sí de las cosas; ni el relativismo, compañero de andanzas del agnosticismo, que cierra al individuo en el círculo de los fenómenos, relativizando todos los valores, vanificando todos los ideales; ni el pesimismo existencialista, que vacía la vida de todo sentido; ni tampoco el materialismo, que todo lo abate y suprime en el torbellino de lo sensible y de la acción pura, pueden ser formas de auténtica liberación porque no responden a la integridad del ser humano, no se enfrentan a su verdad. La Iglesia de Cristo, mira al hombre no en su apariencia, sino en lo que es, para hacer suyas todas las aspiraciones del hombre de nuestro tiempo, caracterizado por la viva conciencia de la libertad y de la dignidad de la persona, sujeto de derechos inalienables. A este respecto, pienso que se deben sentar dos premisas: la primera es que el hombre de la revelación es un hombre real, concreto, en el cual todos pueden reconocerse; y en segundo lugar, hemos de decir, que el primero y fundamental de todos los derechos del hombre es el derecho a Dios. Sin este derecho fundamental, que al mismo tiempo es derecho a la verdad, todos los demás derechos del hombre son insuficientes. Algunos, hoy, insisten en concederle al hombre un único deseo: ser hombre; en hacerle pronunciar una palabra, como su derecho absoluto: libertad; y en conducirlo hacia una meta que significaría su plenitud: una sociedad reconciliada y humana. Pienso que si queremos hacer justicia a la dignidad de la persona humana, esto es quedarse demasiado cortos. Estoy convencido de que en todo hombre hay una aspiración fundamental: la sed de Dios, sed de la Verdad; que es receptor y emisor de muchas palabras, pero la más importante: amor; que tiene una meta en este mundo: amar y ser amado; y que se orienta, además, por una esperanza para el otro: la bienaventuranza, ver a Dios. Desde la visión cristiana, queda superado el axioma del hombre que en sus aspiraciones de liberación se hace productor de la verdad, "verum ipsum factum", como sostenía Gianbattista Vico (1668-1744). Para el cristiano, la verdad tiene un nombre: Dios, y un rostro: Jesucristo. En la persona del Verbo encarnado, desde su nacimiento hasta su Misterio Pascual, la verdad se presenta como un don que viene ofrecido a la libertad del hombre. Las palabras de Jesús en el evangelio de Juan: "La verdad os hará libres" (8, 32) revelan que toda promesa de liberación que desliga de la verdad no engendra libertad pura, sino que la suprime, convierte al hombre en una criatura malograda, en un ser sin sentido, lejos de aportarle redención. a) La libertad cristiana es seguimiento de Cristo, Palabra-Verbo de Dios Pero, ¿no faltaría algo a este nombre y a este rostro de la Verdad cristiana? Ciertamente, la voz, o mejor, la Palabra. Palabra que manifiesta la esencia de quien se presenta como camino, verdad, y vida. Palabra que da un contenido y una finalidad a la Verdad. Palabra de quien afirma que es Uno con el Padre y Palabra que se expira sobre la humanidad, no como simple "flatus vocis", sino como aliento de vida, en la Persona del Espíritu Santo. Palabra que se pronuncia en los albores de la historia, para dar vida; Palabra que en la encarnación reanuda el verdadero diálogo entre Dios y el hombre. Un diálogo en la verdad, porque Cristo, Verbo de Dios humanado, trae la Verdad de Dios al mundo, su amor por nosotros, así como la verdad sobre el hombre y su libertad. He aquí la dimensión de don de la verdad. Ella no puede ser el fruto de una simple acción especulativa del hombre y, menos aún, una verdad que surge de la praxis partidaria. Este don sólo puede ser acogido por una vida abierta a la plenitud de la verdad como adhesión a una Palabra que se ha hecho realidad personal en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, que es capaz de dar un sentido de totalidad a la realidad del mundo, a la realidad del hombre. La verdad acogida como don se desarrolla y plenifica en esta comunión amorosa con el Verbo encarnado. b) La libertad cristiana como "vivere in conspectu Dei" Se aprecia, pues, que la verdadera libertad es un elemento de la perfección cristiana por medio de la cual somos partícipes de una vida superior, de manera que no vivimos partiendo de nuestra posición natural, sino del Señor, de su Evangelio, de las promesas divinas de liberación y de su victorioso cumplimiento en la muerte y resurrección de Cristo. Es propiamente este tipo de libertad, experimentada como gozosa esperanza, la que hace salir de la boca del Apóstol de los gentiles: "¿Quién nos separará del Amor de Dios?" (Rm 8, 35). La verdadera libertad impulsa a mirarlo todo no con los ojos del mundo, ni con los de nuestra naturaleza, sino a la luz de Cristo, con los ojos de la fe. La libertad del cristiano supone ver todo "in conspectu Dei". La meta no es estar libres de todas las ataduras – como pretende el ideal estoico –, sino la incondicional adhesión a Dios, que es el único necesario. El hombre verdaderamente libre está inserto en esta verdad. Libre de todas las ataduras ilegítimas, abierto al servicio del amor, de la justicia y de la paz. c) Ley (Decálogo) y libertad El cristiano encuentra una ayuda inestimable en la Ley para vivir su libertad "in conspectu Dei", o lo que sería equivalente, para vivir la "libertad de la verdad", como única alternativa a "la libertad del poder" de una sociedad laicista que exalta el valor de una existencia, pensada y vivida, "etsi Deus non daretur". Como hemos intentado presentar en la primera parte, el hombre, desde la creación, tiene unos derechos innatos, derivados de su ser. Su naturaleza no es pura materialidad o biología, que lo dejarían todo en manos del positivismo cientista, sino que lleva en sí el espíritu, es portadora de un ethos y de una dignidad que deben ser conocidos y salvaguardados. La Ley del Decálogo, como revelación de la auténtica sabiduría de Dios: su voluntad amorosa, su designio de salvación, nos comunica lo que es esencial para el ser humano, para cuyo fin y en cuya forma tenemos que vivir. Decía Hans Urs von Balthasar (1905-1988) que el Decálogo: "es la via para la realización personal de la verdad, el espacio vital donde el paso al facere veritatem (Jn 3, 21) es inmediato". Realizar la verdad en la propia vida exige contar con la dramática realidad del pecado, con la posibilidad real y, por desgracia, frecuente, de la perversión del sentido de la propia libertad que mueve al intelecto y a la voluntad a apartarse, respectivamente, de la verdad y del bien, anteponiéndose a ellos. El hombre que está llamado a participar en la vida divina, necesita seguir el camino marcado por Dios mismo, por su voluntad, para llegar a tan sublime y gratuita realización personal. La voluntad de Dios, revelada en la Ley del Decálogo, purifica la naturaleza herida del hombre y, a la vez, es guía segura para nuestra libertad en la verdad y, en consecuencia, en la justicia y el derecho animados por el amor. d) Jesucristo, Verdad y amor, Nueva Ley para la humanidad Jesucristo ha mostrado mejor que nadie las exigencias internas de nuestro ser. En Su Persona divina, sin confusión, ni división, se han fusionado el Ser divino y nuestro propio ser, devolviendo a la libertad humana su armonía con la verdad, con Dios mismo. Por eso, Él, Cristo, es la Nueva Ley del hombre. Esta Nueva Ley, que da inicio a la plenitud de los tiempos (cf. Gál 4, 4), llega a su cumplimiento definitivo en la "hora" del Calvario. El acontecimiento pascual es la plenitud de toda Ley liberadora. Es una Ley que se da como palabra fundada en la verdad del amor. Dios, en la humanidad de Su Hijo eterno, ha hablado de manera definitiva, ha sellado su Ley, su Alianza, llevando a su síntesis final el diálogo humano-divino. La victoria de Cristo ha derrocado el muro de las alienaciones, de la incomunicación, del enfrentamiento, de la mentira... y conduce al hombre a un espacio abierto, infinitamente abierto, a su verdadera patria espiritual: la libertad de lo verdadero, de la verdad misma, proclamada y vivida en el amor. Jesús se sometió a una Ley en una "obediencia hasta la muerte y muerte de cruz" (cf. Flp 2, 8). Esta Ley no le fue impuesta desde fuera, estaba inscrita en su persona: es la Ley del Espíritu del Hijo, la ley del amor filial. La obediencia a esta ley no lo ha hecho esclavo, al contrario, muriendo ante los ojos del Padre, Jesús hizo lo que Él amaba, en la libertad de un amor infinito. La Pascua de Cristo, como triunfo de la verdad y del amor, como acontecimiento en el que el amor es definitivamente reconducido a su verdad profunda y, al mismo tiempo, la verdad encuentra su forma esencial, la del amor, se ha revelado redentora de la libertad del hombre. Inspirándome en una de las que considero más hermosas páginas de la literatura cristiana de los primeros siglos – la Homilia anónima que leemos en el Oficio del sábado santo – Cristo Resucitado y victorioso, donde verdad y amor son una sola cosa, es y será siempre, la mano extendida que se ofrece a bajar a los infiernos de las realidades históricas del hombre, a las prisiones (sobre todo espirituales) de este mundo, para encontrar a todo hijo de Adán, y así ofrecerle la luz de la verdad que le devuelve su dignidad, su libertad, su esperanza y, por tanto, su naturaleza misma. Conclusión Quisiera acabar con dos breves conclusiones. Ambas son complementarias. La primera quiere responder principalmente al ámbito concreto en el que se desarrolla este acto; la otra, tiene una pretensión más global. El marco universitario y docente en el que nos encontramos es un lugar donde la razón y la fe, expuestas en armonía, con rigor y competencia, deben elevar el espíritu humano hacia la contemplación de la verdad. Para ello es necesario renovar la confianza en el poder de atracción y redención que ejerce el Crucificado no sólo sobre la historia del mundo, sino también sobre el pensamiento, sobre la capacidad del hombre de hacer uso de la razón, sobre nuestro estudio. Es la Cruz de Cristo la que debe vertebrar todo el pensamiento de una Universidad Católica, en su obligada "diakonía de la verdad". Los escritos del Siervo de Dios Giuseppe Canovai (1904-1942), diplomático de la Santa Sede, que también trabajó en la Congregación para los Seminarios, nos ofrecen un hermoso ejemplo para todos nosotros: "La Cruz del Señor nos levanta a esas regiones sosegadas donde el Cristo tiene el divino poder de atraer todo a sí mismo [...], los hombres [… toda la realidad], los pensamientos y las ideas […], para que se forme la grande armonía, la unificación cumplida y amorosa de todo «verbo» nuestro, en torno al «Verbo», la unificación en que la inteligencia se levanta y se sublima hasta deshacerse en la caridad unificante y contemplante". Por lo que respecta a la segunda conclusión, me remonto a la afirmación de Platón en el Libro X de sus Leyes: "omnis humanae societatis fundamentum convellit qui religionem convellit". La Iglesia – de una manera especial a través de sus instituciones de enseñanza superior – desea prestar un servicio a la construcción de las sociedades y de los pueblos. Es más, está convencida de que su papel en esta tarea es fundamental. Como bien decía un intelectual español del s. XIX (Juan Donoso Cortés, 1809-1853), la noción de pueblo debe ser el resultado de dos conceptos: el de asociación y el de fraternidad. Durante nuestra exposición hemos visto que ambos conceptos están recogidos en la esencia de nuestra fe. La asociación debe ser el espacio en el que toma concreción la libertad compartida, la coexistencia de libertades que se limitan y se sustentan mutuamente. Pero, no basta este concepto para hablar de "pueblo" o "sociedad" propiamente. Se requiere la noción de fraternidad. Una fraternidad que debe ser interpretada a la luz del hermoso texto de 1 Pe 1, 22: "Animas vestras castificantes in oboedientia veritatis ad fraternitatis amorem non fictum, ex corde invicem diligite attentius". Sabemos bien que quien nos conduce a la verdad es el Espíritu Santo (Mt 16, 13), que en María Inmaculada ha dado origen al Verbo encarnado. El "fiat" de la Virgen María, síntesis de una razón iluminada por la fe, de la libertad que encuentra su gozo en la verdad, es para nosotros el modelo de todo acto de la voluntad y del entendimiento que, por analogía, genera en la naturaleza del hombre el fruto más hermoso de la gracia: la íntima comunión con Jesucristo, y en Él, con nuestros hermanos. Dixi. GRATULATORIA, DISCURSO DE BIENVENIDA AL NUEVO DOCTOR Por José Alfredo Peris, Rector Magnífico de la Universidad Católica de Valencia "San Vicente Mártir" 1.- La Universidad Católica de Valencia "San Vicente Mártir" se siente muy honrada y agradecida por la incorporación de S. Eminencia Reverendísima Cardenal Zenon Grocholewski a su claustro de profesores como "doctor honoris causa". 2. La trayectoria vital, intelectual y espiritual del cardenal Grocholewski marca una estela por la que deberán seguir cuantos doctores honoris causa se incorporen a nuestra Universidad. 3. Sin ninguna duda, las Universidades tenemos encomendado un singular caudal de esperanza para nuestra sociedad: gran parte de de nuestra juventud confía en nosotros para recibir el testigo de lo mejor de nuestros logros intelectuales, morales y culturales y para poder realizar un ejercicio profesional que contribuya decididamente al incremento del bien común. 4. Para responder a esta expectativa, el primer recurso con el que cuenta la Universidad son sus profesores. No en vano en el origen de la Universidad, tal y como lo recuerda la Constitución Apostóilica "Ex corde Ecclesiae" se encuentra la búsuqueda de maestros por parte de los estudiantes, con la legítima expectativa de acceder a un mejor y más fundado conocimiento, al mismo tiempo teórico y práctico. 5. Por eso, querido Sr Cardenal, su incorporación al claustro de nuestra universidad nos ayuda a mejorar en el cumplimiento de nuestra misión aportando el recurso más valioso: su propia persona y trayectoria intelectual. 6. De una manera más específica hemos querido reconocer su esencial aportación al campo de las ciencias de la educación. Su responsabilidad actual como Prefecto de la Educación Católica hace singularmente idónea su aptitud para responder a la "emergencia educativa" sobre la que reiteradamente nos ha advertido su santidad Benedicto XVI. 7. El discurso del nuevo doctor honoris causa ha expresado con toda claridad las claves antropológicas desde la que hay que afrontar la emergencia educativa. La excelente laudatio del profesor José Ignacio Prats nos ha permitido comprobar hasta qué punto estas convicciones están arraigas en la vida y en la actuación del cardenal Grocholewski. La pregunta en estos momentos es un invitación a la humildad por parte de quien les habla y de la propia Universidad: ¿estaremos en condiciones de corresponder a la generosidad mostrada por el Cardenal Grocholewski? 8. Sólo cabe una respuesta: con toda determinación, sí queremos estar en condiciones de contribuir en la medida de nuestras fuerzas a al esfuerzo de la Iglesia por dar respuesta a la emergencia educativa en la que nos encontramos y que la persona del cardenal Grocholewski simboliza con toda justicia. Todos cuantos formamos parte del claustro docente de la Universidad renovamos hoy nuestro empeño en esta causa, desconfiando de nuestras propias fuerzas y confiando en el Señor y su Madre Inmaculada, tal y como su gracia actúa en la Iglesia. 9. Y esta determinación se traduce en trabajo, trabajo humilde y confiando, trabajo generosos y servicial. 10. Tenemos por delante el reto de perfeccionar continuamente nuestras habilidades docentes para que el crecimiento de nuestros alumnos sea integral: en conocimientos, en virtudes, en aportaciones eficaces que resuelvan los problemas que nuestra sociedad se plantea. Y esto afecta a cuantas disciplinas se desarrollan en nuestra Universidad: en las ciencias de la educación y de la salud, en las ciencias sociales, económicas o jurídicas, en las artes filosóficas y estéticas, en la antropología y las ciencias sagradas. 11. Tenemos por delante el reto de consagrarnos a una investigación que no sólo enriquezca la docencia, sino que tenga capacidad de dar respuesta a interrogantes cada vez más exigentes acerca de cómo actuar con arreglo a nuestra dignidad humana en todo lo que afecta a nuestra ecología personal, social y planetaria. 12. Tenemos por delante el reto de transferir los conocimientos para enriquecimiento de la comunidad civil y eclesial, para que la Universidad Católica de Valencia actúe como polo de desarrollo no sólo de nuestros alumnos sino de la entera sociedad que la sustenta. 13. Tenemos por delante el reto de generar una solidaridad que va más allá de nuestras fronteras, porque la Universidad es vestigio indudable de que todos los seres humanos formamos una sola familia al cobijo de un Dios Padre que nos conduce sabiamente en todos nuestros actos y movimientos. 14. Somos una universidad joven y tenemos mucho que aprender con humildad e ilusión, y sin duda que queremos hacerlo. 15. Eminencia Reverendísima, cuando hace casi dos años nos visitó por primera vez, nos animó a realizar una presentación audiovisual de nuestra Universidad. Hemos querido responder a esa invitación, y ahora ceder la palabra a las nuevas tecnologías para que presenten de un modo mejor lo que pretenden mis palabras. ( VIDEO SOBRE LA UNIVERSIDAD) 16. Eminencia reverendísima: gracias por haber aceptado ser nuestro primer doctor honoris causa, gracias por haber mirado nuestra juventud y nuestra debilidad con cariño e implicación; gracias por haber aportado su entrega personal para que podamos cumplir mejor la alta misión que nos está encomendada. Que la Virgen Inmaculada y san Vicente Mártir se lo paguen con creces. Muchas gracias. DISCURSO DEL ARZOBISPO DE VALENCIA Y GRAN CANCILLER DE LA UNIVERSIDAD CATÓLICA DE VALENCIA Quiero agradecer muy sinceramente que haya querido aceptar esta invitación que tanto nos engrandece. Gracias Sr. Cardenal de todo corazón. También quiero agradecer en este momento a mi predecesor, el Cardenal Agustín García-Gasco, que tuviera la iniciativa de proponerle al Cardenal Grocholewski el doctorado Honoris Causa y que lo hiciese con ocasión del I Congreso Internacional sobre la Educación Católica en el Siglo XXI, promovido por esta Universidad. Quiero compartir con ustedes una serie de signos que yo percibo en este acontecimiento que estamos celebrando. En primer lugar, ha quedado grabada en la historia de esta joven Universidad que su primer doctor Honoris Causa es un cardenal; y, además, un estrecho colaborador del Santo Padre a quien está encomendada la vigilancia de la educación católica en tiempos como tantas veces se ha repetido esta mañana aquí de emergencia educativa, como han sido calificados los tiempos actuales por el Papa Benedicto XVI. Sí. Esta Universidad ha querido nacer en el corazón de la Iglesia Diocesana muy unida a la Iglesia Universal que preside el Romano Pontífice. Con la incorporación del Cardenal Grocholewski a su más noble claustro docente de la Universidad Católica de Valencia "San Vicente Mártir" renueva decididamente esta vocación. Cómo no hacer homenaje, en estos momentos, al Siervo de Dios Juan Pablo II y al Santo padre Benedicto XVI en su vertiente de extraordinarios universitarios. Cómo no reconocer en ellos, a dos profundos enamorados de Cristo y de su Iglesia y, por ello mismo, de la Universidad y de su misión educadora, tanto académica como investigadora y difusora del conocimiento. En la persona del Cardenal Grocholewski reconocemos con facilidad que la Iglesia ama a la Universidad, que la Iglesia ama a la ciencia auténtica, que la Iglesia ama al verdadero conocimiento pues en todas estas acciones humanas el ser humano expresa su altísima dignidad no sólo de imagen de Dios sino de hijo amadísimo de Dios en su querido Hijo Nuestro Señor Jesucristo. Y desde este amor la Iglesia puede situarse de modo leal para colaborar en cuantos quieren contribuir al reto de hacer de la Universidad del siglo XXI una Universidad digna de su tiempo y de sus gentes, digna del amor que Dios tiene a sus hijos hoy y ahora en todas las dimensiones de su existencia. La Universidad Católica de Valencia ha nacido en unos momentos en los que la Universidad en España, Europa y todo el orbe se encuentra sumida en un profundo proceso de reflexión sobre ella misma para renovarse, mejorar y dar de sí lo mejor de sí misma. El universitario tiene siempre entre su inteligencia y sus manos la mayor audacia y la mayor creatividad para preguntarse por todo, para revisarlo todo, para llevar a la máxima tensión las posibilidades del espíritu humano. Pero el universitario es al mismo tiempo una persona finita, alguien de carne y hueso que experimenta su debilidad, su fragilidad, su limitación cuando no muchas veces una profunda contradicción. A ese universitario de carne y hueso Cristo se le propone como su mejor aliado para llevar a cabo su misión. No hay bien humano profesional que no se vea potenciado desde las virtudes de Cristo, no hay descubrimiento ni conocimiento que no encuentro su lugar y su posición constructiva desde el plan de amor que Cristo ha revelado para todos los hombres y para todas las mujeres. La Universidad puede ser plenamente Universidad l ser humano, detrás del futuro que espera a las próximas generaciones la Iglesia está plenamente y Católica porque Dios es el amigo del hombre. Detrás de los mejores esfuerzos de convencida a la luz del Misterio de Cristo de que vamos al encuentro de la esperanza que no defraude. La trayectoria del Cardenal Grocholewski que tan admirablemente ha sido encomiada en la "laudatio" del Dr. D. José Ignacio Prats muestra a las claras cómo se va formando ese universitario católico que vive la amistad con Nuestro Señor Jesucristo. Para terminar, quiero agradeceros a todos los que habéis contribuido para hacer del día de hoy una gran fiesta de la Universidad. En primer lugar, a mis hermanos los Obispos, compañeros en el episcopado. Habéis abandonado vuestros otros quehaceres importantes por haceros presentes aquí en este día con nosotros. A las autoridades civiles, académicas y militares, especialmente, a la Secretaria Autonómica que representa al Gobierno Valenciano, entre cuyas excelentes misiones se encuentra la de dar unidad al sistema universitario valenciano. A quienes habéis preparado este acto, de modo singular al profesor José Ignacio Prats por su hermosísima presentación del Cardenal Grocholewski y al Vice-Gran Canciller el catedrático D. José Tomás Raga el cariño y el cuidado que ha dedicado en la organización de este acto en el desarrollo de su solemne protocolo. A mi predecesor, el Cardenal D. Agustín García-Gasco por haber iniciado lo que hoy es en muchos sentidos una ilusionante realidad que ser robustece con la incorporación de los doctores honoris causa encabezados de modo incomparablemente feliz por el Cardenal Grocholewski. Y a su eminencia reverendísima Cardenal Zenon Grocholewski por su persona y generosidad que han llenado de alegría esta casa. Muchas gracias.