“Mi familia sigue atrapada en el sitio de Mariúpol. No pueden salir”
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Santoral: Santa Beatriz de Silva
Santoral: Santa Beatriz de Silva

Universidad Católica de Valencia

Medalla de Oro para el pueblo de Ucrania

“Mi familia sigue atrapada en el sitio de Mariúpol. No pueden salir”

“Mi familia sigue atrapada en el sitio de Mariúpol. No pueden salir”

Con la Medalla de Oro otorgada al pueblo ucraniano en su acto anual de Honores y Distinciones, la Universidad Católica de Valencia (UCV) reconoce -como señalaba la propia institución en su anuncio oficial de la entrega del galardón- “la dignidad y los esfuerzos acometidos de forma unida” por parte de los ciudadanos del país eslavo ante la invasión rusa iniciada el pasado 24 de febrero y, especialmente, su "trabajo humanitario ante los dramáticos atentados contra la vida que ha provocado el uso de la fuerza por una potencia militar externa”.

Según datos recabados hasta el pasado 30 de mayo por la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, el ataque iniciado a finales de febrero por Rusia ha acabado con la vida de 4.074 civiles ucranianos y ha causado otros 4.826 heridos. Así, las víctimas de la población no militar serían 1.540 hombres, 1.014 mujeres, 100 niños y 93 niñas; a los que habría que sumar 1.258 adultos y 69 menores aún por identificar.

En lo referente a los soldados muertos en combate, el Gobierno de Volodímir Zelenski sitúa la cifra en 1.300. Mientras, serían más de 10.000 los combatientes heridos. Sumadas las víctimas militares a las de la población civil, el número total de ucranianos fallecidos es de 5.374 y el de heridos se encuentra cerca de los 15.000. La ONU, no obstante, considera que la cifra real es bastante más alta, ya que falta corroborar la información procedente de los lugares donde se están produciendo los enfrentamientos más cruentos, como sucede, por ejemplo, con la ciudad sitiada de Mariúpol.

Cuatro millones de refugiados

Precisamente en esa localidad de la región de Donetsk está "atrapada" parte de la familia de Valentyn Hromovyi, un joven ucraniano, natural de la ciudad de Volnovaja, situada a unos sesenta kilómetros de Mariúpol: “Sencillamente, no pueden salir de allí. Además, aunque tengo bastantes amigos combatiendo contra los rusos, no me pueden dar ninguna información por motivos de seguridad”.

Hace solo unos meses Valentyn dirigía un centro juvenil y trabajaba como mentor en un proyecto del programa UpShift de la ONU, realizando acciones de desarrollo social para adolescentes. Ahora, sin embargo, forma parte del otro gran drama -junto a la pérdida de vidas humanas y los heridos- que está dejando la invasión rusa: los cerca de cuatro millones de refugiados ucranianos diseminados por toda Europa (la cifra era de seis millones, pero se calcula que dos de ellos han regresado a los lugares de su país más alejados de los combates), según datos de ACNUR.

A sus 23 años, Valentyn se encuentra dentro del extenso rango de edad de hombres que tiene prohibido abandonar Ucrania, para así poder contribuir a la defensa de la nación. Pero su caso es especial. Siendo el hijo mayor de una familia huérfana de padre, al desatarse el conflicto Valentyn debía sacar a su hermana pequeña del país con destino a España, donde su otro hermano menor se encontraba estudiando gracias a la organización Juntos por la vida. Dado que su madre iba a permanecer en Ucrania, Valentyn pudo salir al extranjero como responsable de ambos: “Conseguimos escapar a Polonia y desde allí viajamos hasta Valencia, donde nos hemos reunido los tres. Ahora soy el cabeza de familia”.

Como Valentyn, Olena Kovalchuk es una de las personas refugiadas que ha hecho el Curso de Español Básico en la Universidad Católica de Valencia. A diferencia de su compatriota, sus familiares sí lograron salir de Mariúpol a tiempo y la mayoría se encuentra ahora en Polonia y Alemania. Otros se desplazaron a Kiev, instalados en el piso que Olena abandonó huyendo de la guerra.

Médico de profesión, esta joven de 35 años ha dejado en su país no solo una amplia familia extendida a lo largo y ancho de la geografía ucraniana -desde la propia Mariúpol, en el extremo suroriental, hasta Ivano-Frankivsk, en el extremo occidental- sino también casa, pertenencias y, sobre todo, muchos amigos: “Gracias a Dios, ningún familiar ha muerto, pero tengo bastantes amigos que están combatiendo; personas a las que quiero mucho y conozco desde hace veinte años. Son como parte de mi familia”.

Tras viajar en coche hasta Rumanía y esperar durante cinco días a que hubiera vuelos, Olena pudo finalmente coger uno hasta Valencia. En estos momentos, vive en casa de unos familiares residentes en Bétera, con el objetivo inmediato de aprender bien el idioma para buscar trabajo en España: “A pesar de que quisiera volver a mi país, en los diez o quince años próximos será prácticamente imposible que Ucrania mantenga el mismo nivel de vida en todos los ámbitos que antes de la invasión. Todo será muy diferente”.

En la frontera con Rusia y Bielorrusia

También en tierras valencianas se encuentra Yulia Pashchenko, en concreto en L’Eliana, hasta donde esta joven de 25 años se ha desplazado sola junto a su hermano de quince años tras huir a Polonia. Original de Chernígov, el inicio de la invasión empujó a toda su familia a huir de la ciudad, situada en el vértice fronterizo de Ucrania con Rusia y Bielorrusia, dado el enorme peligro que corrían si se quedaban.

“Nos tuvimos que ir más al oeste del país, pero hace unas semanas mi familia ha vuelto a Chernígov porque ahora ya no hay acciones militares importantes allí. Hablo a diario con mis padres, mis abuelos, y también con mis amigos y me dicen que, a pesar de eso, hay disparos todos los días”, asegura Yulia. 

Por su parte, Anatolii Bilyk, un ingeniero mecánico jubilado de 65 años, decidió salir también de su patria, aunque la ciudad en la que residía está situada a una distancia considerable de los frentes de guerra: “En Jmelnitsky, que está a unos 200 km. al oeste de Kiev, hay una gran tensión, pasan muchos aviones militares y las alarmas suenan a menudo. Por eso decidí venir a España, al poco de comenzar todo, ya que mi hija mayor vive aquí. La pequeña sigue en Ucrania”.

A pesar de estar jubilado, Anatolii no se ha quedado quieto al llegar a Valencia. Junto a su hija, ha estado recaudando dinero y recogiendo alimentos y otros productos de primera necesidad para mandarlos a su país. Han conseguido llenar dos camiones “muy grandes”, que ya han partido hacia el país eslavo. En ese sentido, Anatolii se halla “muy sorprendido” ante la “generosidad” de los valencianos.

Del mismo parecer son Yulia, que asegura encontrarse “todos los días” con alguien que se muestra dispuesto a ayudarle a ella y a todos los ucranianos, y Olena, que agradece la “amabilidad” y la “acogida” y desea que los valencianos “nunca tengan que pasar” por la situación que atraviesa su país. Valentyn, por su lado, pide a los valencianos que “nunca cambien” su manera de ser, “abierta” y con “sentido del humor”.

El sentir de los cuatro respecto de su futuro y del de su nación es el mismo, y queda reflejado a la perfección en estas palabras de Yulia: “Tenemos la esperanza de que todo termine pronto y Ucrania venza en esta guerra, para que siga siendo nuestro país y podamos vivir en él en paz, bajo un cielo sin bombas”.