Desenvainar la espada para defender que el pasto es verde (Carola Minguet, Religión Confidencial)

Desenvainar la espada para defender que el pasto es verde (Carola Minguet, Religión Confidencial)

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No me han sorprendido las declaraciones de Irene Montero sobre las relaciones sexuales consentidas por los niños que tanto están dando que hablar. Dolido, sí, porque las palabras son a veces armas arrojadizas que se aguzan como balas y acribillan a quien las escucha. Ha sido el caso. 

Leyendo las reacciones, coincido con quienes alertan de la ingeniería social que se va imponiendo (no sólo por este Gobierno, no seamos ingenuos). De hecho, está desmoronando el sistema educativo (las últimas disposiciones legislativas quieren reducir la escolarización a una formación anecdótica sin pensamiento ni transmisión del conocimiento), así como nuestro marco jurídico (el derecho a la vida ha sido dinamitado y veremos cómo queda el carácter delictivo de las relaciones sexuales con menores; imagino que pasará al cajón de sastre de los usos y costumbres). Estoy de acuerdo también con quien ha calificado el alegato de irresponsable y temerario, pues si bien la ministra no ha querido defender la pederastia (como aducen algunos que han manipulado sus palabras), sino que se ha referido a la edad en la que comienza a ser relevante el consentimiento, no resulta razonable dar por naturales las relaciones sexuales entre menores; al contrario, hay que preservarles de vivir lo que no les corresponde y puede hacerles daño. Los niños no son moneda de cambio ideológico ni material de laboratorio sociológico.

Con todo, este episodio me ha llevado a pensar en lo peligrosa que es la soberbia, más allá de estas declaraciones y de su protagonista. Trasciendo también el plano confesional para referirme a la misma no como el pecado capital (que es), sino como una actitud vital (que también lo es), pues las virtudes y su ausencia miden el equilibrio de cualquier persona. A ver si consigo explicarme… 

Desde el nivel que propongo, la humildad es la postura realista ante la vida; es andar en la verdad, que decía Teresa de Ávila. Por su parte, la soberbia implica lo contrario, te aleja de la realidad, de modo que, cuando es exacerbada, dicha distancia puede derivar en pensamientos insensatos, en una forma de locura (la hipersexualización de los niños es algo demente, los niñes no existen…) Así pues, la soberbia es más que un sentimiento de superioridad respecto a los demás, que la arrogancia o que el orgullo mal vivido (porque el orgullo es necesario cuando surge de causas nobles). Se trata de algo más profundo que anula el don de ser agradecido, por eso deforma la perspectiva de las cosas e impide ver el mundo tal como es. De ahí que la autoafirmación propia del soberbio conduzca también a la ignorancia. Por eso la soberbia es tan peligrosa. 

He comenzado estas líneas confesando haber recibido un disparo; es lo que tiene estar en un campo de batalla, porque ciertamente vivimos una guerra cultural, cada vez más cruenta. Chesterton advertía de que llegará el momento en que será necesario desenvainar la espada para defender que el pasto es verde. Lanzo el guante y reto en duelo a quien niegue que los niños son niños y trapichee con su inocencia.

Carola Minguet es responsable de la Oficina de Comunicación.

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