Una sugerencia inquietante (Ginés Marco, Paraula)

Una sugerencia inquietante (Ginés Marco, Paraula)

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Hace poco más de 40 años, el filósofo Alasdair MacIntyre planteaba, en el inicio de Tras la virtud (1981), una sugerencia inquietante extraída de metáforas empleadas por autores de ciencia ficción en torno a la suposición -verosímil en el contexto de Guerra Fría de entonces- de que las ciencias naturales se vieran envueltas en una catástrofe. La masa culparía a los científicos de las calamidades. Por todas partes se producirían motines, incendios en laboratorios, linchamiento de científicos, destrucción de libros e instrumentos, y un largo etcétera de devastación y desolación. En ese contexto emergería el movimiento político Ningún-Saber, que tomaría el poder y victoriosamente procedería a la abolición de la ciencia que se enseña en colegios y universidades apartando y apresando a los científicos que situaran en su “diana”.

Considero que ese escenario de tintes apocalípticos adopta en nuestro tiempo algunos rasgos que poseen cierto “aire de familia” -parafraseando a Wittgenstein- con la situación que hoy nos toca vivir. Y no me refiero al hecho de que hayan proliferado movimientos políticos que promuevan desde la atalaya del poder obstáculos al progreso en el conocimiento de los más jóvenes, toda vez que la educación se ha convertido en un mero trasunto ideológico, compatible con la tolerancia ante determinados comportamientos violentos, en función de si se lucha desde el “bando correcto”, como ya se decía en la Alemania comunista a inicios de los ochenta. Y que tiene como base, no la ciencia que comentaba MacIntyre, sino el desprecio de la misma ciencia. Me estoy refiriendo más bien al hecho del conformismo lacerante que se ha instalado en la opinión pública, que interioriza los postulados del movimiento político Ningún-Saber -la ignorancia supina- y que hace dejación de sus responsabilidades ante lo que debería ser ocasión para suscitar una indignación legítima.

En efecto, toleramos de un modo preocupante que desde las terminales mediáticas del poder político se nos manipule con descaro, y se nos presente lo bueno como malo y lo malo como bueno. Esto último se ha manifestado de múltiples modos en los últimos meses, pero ha tenido una especial proyección en lo que a la defensa de la vida humana se refiere. No hay en la historia de la humanidad una apología de la eliminación de la vida del no nacido y del enfermo dependiente como la de nuestro tiempo, en donde se cercena tanto la libertad ideológica de los sanitarios al impedir que ejerzan la objeción de conciencia como la libertad de expresión para que los ciudadanos salgan a la calle y defiendan la vida del no nacido. Del que la ciencia nos dice precisamente que es una vida humana: nosotros fuimos primeramente un embrión antes de llegar a serlo que somos.

En esta Semana por la Vida conviene hacer balance respecto a dónde nos encontramos, con especial mención a todas las omisiones en las que hayamos incurrido. Pero no nos quedemos ahí: hay que formar a los sanitarios para que conozcan su derecho a la objeción de conciencia, manifestación de vitalidad del sistema democrático; lo contrario significaría que estamos ante un régimen autoritario. Defendamos la vida humana en nuestras conversaciones habituales: esa vida frágil, como se aprecia estos días en Ucrania; pero también en tantos enclaves próximos a nosotros donde se perpetran numerosas eliminaciones aparentemente indoloras.

Ginés Marco Perles

Decano

Facultad de Filosofía

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