El padre, referente imprescindible (Javier Ros Codoñer, Paraula)

El padre, referente imprescindible (Javier Ros Codoñer, Paraula)

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Hace ya bastantes años que se viene proclamando desde el progresismo la muerte del padre o, al menos, la necesidad de su “abolición”. Normalmente la gente de a pie no repara en estas cosas, pero se detecta en el ambiente que este sentir impregna la cultura actual. De todas formas, la imperiosa necesidad de “matar” al padre es antigua pues aparece, entre otras en la mitología griega: Urano, Cronos, Edipo… Se trata de un arquetipo cultural, aquello que se encuentra en el fondo explicativo de la realidad social y que, de algún modo, la hace comprensible o que se erige en meta hacia la cual se tiende sin que haya una percepción social clara de su existencia. En este caso pues parece que la cultura occidental se mueve en un escenario arquetípico y cultural que necesita acabar con la figura paterna.

Si observamos con más atención, “la muerte del padre” aparece con claridad en las mitologías clásicas para retornar con mucha fuerza a finales del siglo XIX, cuando el proceso de secularización ha avanzado de forma clara en Occidente. Freud, Nietzsche, Kafka… entendieron que el homicidio paterno era ineludible si queríamos desarrollarnos completamente como adultos. El objetivo “homicida” encuentra su razón de ser a la par en el paganismo y en el dogma ateo contemporáneos. ¿Por qué esto? La respuesta es relativamente sencilla: la cultura que no conoce o elimina a Dios como Padre creador y providente es incapaz de hacer un discurso adecuado que conjugue la libertad con la autoridad. El hombre contemporáneo ha decidido erigirse en hacedor de su propia realidad de tal forma que Dios sobra. Es imprescindible minimizar o eliminar cualquier elemento psicológico y social que haga referencia a la autoridad; y la autoridad por excelencia es el padre.

Romper la ligazón

Ciertamente es fundamental romperla ligazón afectiva de la relación padre-hijo con el fin de alcanzar la autonomía personal, de hecho, ya el Génesis dice que el hombre abandonará a su padre y a su madre. No obstante, este fenómeno no puede convertirse en la excusa para denostar totalmente al padre o para iniciar un utópico viaje de libertad absoluta desechando toda herencia recibida de él. Cada cosa en su lugar. Si bien es necesaria la mencionada ruptura no es menos indispensable la paternidad, tanto como la maternidad, para vivir en la realidad.

La cultura cristiana ha entendido que la paternidad es uno de los atributos definitorios de Dios. El Dios de Israel y el Dios de Jesús es Padre. Dios es un padre bueno y amoroso, que se preocupa constantemente por sus hijos, participando en su historia siempre “para bien”. La clave se halla en vivir la dinámica del don. O el padre es agente de crecimiento de los hijos a través de su entrega incondicional articulada en torno a la verdad de la existencia o, por el contrario, el padre es agente de poder que gira en torno a sí mismo, sus objetivos y proyectos dejando de lado las necesidades de la progenie.

Únicamente la primera opción puede hacer crecer adecuadamente a la persona, a la familia y, en definitiva, a la sociedad. El padre no es per se el enemigo a batir.

La trampa

El padre es sí o sí la constante representación del límite, ese que es necesario para la madurez, aunque se nos haga creer que únicamente reprime.

El padre es el límite, hace presente que uno no procede de sí mismo y que existe la norma social. La madre también participa de estas cuestiones, pero lo hace desde otros presupuestos biológicos, psicológicos y culturales diferentes a los del padre. Ambos necesarios e irrenunciables, pero diversos.

Con ello apuntamos una cuestión que parece que se quiere olvidar: padre y madre son “uno” en la procreación y construcción del nuevo ser. El individualismo nos hace hablar de paternidad y maternidad como ámbitos independientes y que pueden darse aislados, pero no podemos caer en la trampa. La familia es el único lugar social donde se humaniza la existencia tanto de los miembros que la conforman como de la sociedad que la envuelve, y ello a través de la puesta en acción del don por padre y madre, por hombre y mujer.

Javier Ros Codoñer es profesor en la Universidad Católica de Valencia

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